Al fondo La Covacha, el Juraco, etcétera. |
Chozo bajo
Esta mañana me despertó la fanfarria
de los pájaros madrugadores. Demasiado pronto para mi gusto. Así que me di la
vuelta, aprisioné contra la almohada el oído que oye, el otro necesita una
trompetilla, y seguí durmiendo. Ayer me había dicho que para evitar el calorazo
madrugaría, pero ya se sabe que el ánimo va a su conveniencia, así que esta
mañana lo que me decía es que tan temprano seguro que haría frío o merodearían
los lobos por los alrededores. Con lo cual ya me permití el lujo de seguir
durmiendo.
Cimas de Cinco Lagunas y Almanzor |
Cuando volví a despertar lo primero
que vi sobre el techo fue el nombre con el que algunos usuarios del refugio
quisieron inmortalizar su presencia en el lugar. Así van algunos, los escasos
imbéciles que discurren por los montes tienen esa propensión a dejar su
cagadita allá por donde pasan. Vieja disposición que hasta las tropas de
Napoleón dejaban en los monumentos egipcios, ello si no se dedicaban a desnarizar
a tiro limpio la esfinge de Giza.
Nada más arrancar a andar lo primero
que me sorprendió fue una grata sensación relacionada con la desierta soledad
de estos páramos gredenses. Mares de piornos a mi alrededor, los hitos de dos y
tres metros marcando la ruta, a la izquierda sobresaliendo ya las cumbres del
Circo,
Los hitos del contrabando |
Hablaba de ese plus de soledad que
tienen estas montañas. Andaba preocupado por el asunto de los piornos, que si
se te cruzan en plan salvaje por medio apañao andas, pero no, al menos en lo
que se veía por delante hasta la cumbre del Peludillo. Una vez alcanzada la
divisoria, a ambos lados del muro de piedra medianero que marcaba el confín
provincial, se caminaba bien. Bien hasta el Peludillo y un poco más allá.
Después no, después fue la de San
Quintín, y más tarde las de Villa Diego, por aquello de salir pitando de allí
lo más rápidamente posible. Mamma mía
el lío en que me estaba empezando a meter. Llevaba un track por si las moscas,
pero ni track ni leches. El monte se convirtió de repente en una selva
intransitable. No se las hubiera don Quijote, por muchas batallas y aventuras
que tuviera, en peores forcejeos como aquellos de luchar contra los piornos,
caídas, un pie que se te engancha, los nudos de las botas que se traban hasta deshacerse, la impenetrable fortaleza vegetal como muros a tu alrededor.
Ni por aquí ni por allá. Había que buscar el límite del piornal por el sur,
allá donde la pendiente se hace piedra y entonces si, trepando, destrepando,
huyendo del enemigo que como un pulpo gigante te engulle, encontrar un poco de
alivio fuera del piornal, pero sólo un poco porque irremisiblemente tienes que
buscar alguna ruta que baje hacia el sur, que si no quieres piornos lo que toca
es bajar dos mil metros de desnivel hasta
Ahí estaba a mano
El descenso de este larguísimo
valle, tras los esfuerzos anteriores, se convirtió en un verdadero placer.
Volvieron los hitos enormes y poco a poco fui perdiendo altura hasta que avisté
allá la choza, el refugio cercano a la Portilla de la Lucía.
Resistir la tentación de volver a
casa. Descendía entre los piornos cuando allá en la ladera opuesta vi la
choza. No hay valle ni ladera en el norte de Gredos que no haya sido agraciada
con una confortable choza. Cuando vuelvo por aquí todavía me asombra este tropezar
continuamente con un agradable habitáculo, casi siempre en óptimas condiciones
y provisto de leña. Es curioso en este mundo de salvajes y de burocráticos
servidores de las administraciones públicas, encontrarte con gente cuerda, ese
tipo de gente entre los que siempre quisieras vivir. Lo he dicho alguna vez
más, esta parte de Gredos es un ejemplo que no tiene igual en ninguna parte de
Europa (aquella que conozco). En Alpes o Pirineos, especialmente en el Pirineo
Francés, es posible encontrar alguna choza habitable, pero ni mucho menos en la
cantidad que aquí. Creo que alguna vez las conté y entre el Torozo y Tornavacas
me salían cerca de cuarenta de estos refugios.
Descendía con tiempo suficiente, pero tropezar con una imprevista choza más me hizo cambiar de opinión. Llegando
al refugio mi memoria rescató un verso de la infancia: Maestra de soledades,
enséñame a estar conmigo. El verso era del monárquico José María Pemán.
Olvidé el resto del poema, pero ahí quedó en mi memoria esa temprana invocación
a
Chozo bajo |
El Chorrillo, 13 de mayo de 2024
Sin embargo de parecida manera a
como me había propuesto madrugar para cambiar después de parecer y seguir
durmiendo, tras un largo receso, de comer y de dedicar un buen rato a la
escritura, mi ánimo cambió de rumbo y decidí bajar esa misma tarde. Un
larguísimo descenso por un sendero bien trazado me esperaba por delante. Me
sorprende aquí, y en otros lugares de esta parte abandonada de la sierra, la
solidez con la que en muchos tramos está trazado el sendero. Grandes bloques
dispuestos, como si de una calzada romana se tratara, jalonan una parte
considerable del camino. Bajo estas líneas puede verse un ejemplo. Cuesta
imaginar trabajos tan ímprobos en lugares de tan difícil acceso con la
finalidad de servir de desplazamiento al ganado. Los he encontrado por toda la
sierra. Viniendo del Meapoco uno se sorprende al encontrarse tras un
dificultoso paso por rocas, senderos trazados como para que los delicados pies
de Alfonso XIII pudieran transitar sin dificultad por el lugar.
A los amantes de los lugares
agrestes y solitarios llenos de una belleza adusta y pétrea, les recomendaría
este itinerario. No más allá de
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