47°33.8160'N 14°42.8900'E, 27 de junio de 2024
A las seis de la mañana, llueve a rabiar. Las siete, las ocho, las nueve, las diez, la música continúa. Al final salgo del sopor del sueño y me incorporo: mi palacio está seco. Una pequeña pausa, lo suficiente para dejarme hacer lo que nadie puede hacer por mí y apenas me he metido en la tienda de nuevo irrupción del diluvio sobre el lugar. Débil primero pero enseguida rabioso, brutal como antes. Fuera el aspecto era tan turbio que no se veía nada a unos pocos metros de distancia. El golpeteo del agua sobre la tela provoca en la condensación interior un pequeño refrigerio de finas gotas de agua. La humedad sí, la humedad dentro es alta.
Me he comido un cucurucho de
cerezas y ahora estoy especulando sobre lo que pueda venir. Una subida por
apretadisimo bosque en donde hay que abrirse paso en la vegetación para
encontrar el sendero, seiscientos metros de subida, un largo descenso y un
nuevo ascenso. Unas seis o siete horas en condiciones normales para llegar al
refugio. Demasiado, y eso si dejara de llover, que no tiene pinta. A ello se
añade que ando mal de batería. He traído dos conmigo, pero soy tan previsor y
despistado que metí las baterías en el macuto sin comprobar la carga y será lo
que se quiera pero es que hay zonas como estas en donde ni Dios se orientaría
sin un gps, primero porque hay que buscar el sendero con lupa y después porque
las bifurcaciones son muchas y las señales en las alturas, para todas las
desviaciones la misma, la señal rojiblanca. Vamos que puedes ver la señal en un
árbol y decirte, cojonudo, estoy en la ruta. Tarari, tienes que sacar el
teléfono y comprobar que esa señal no te lleva a
Ahora de nuevo el diluvio con toda su fuerza. Bendita tienda. A ésta todavía no le he dedicado ninguna oda, ese arranque de agradecimiento que me ha surgido del alma en otras ocasiones cuando he dejado atrás una fuerte tormenta o una noche de lluvia torrencial. Pero llegará, llegará, cuando haya pasado por el trance de los vientos y los truenos entonces será el momento. Ayer un amigo, viendo que había cambiado de tienda, ya me avisó, me decía que le gustaba la tienda y que a ver si le contaba sobre cómo se iba comportando.
Me temo que hoy no me muevo. El pasado año no muy lejos de aquí me tocó aguantar dos días de temporal bajo la tienda…
Tiene mucho de revelación
esta experiencia de vivir en soledad en
La lluvia, que a veces es más suave, deja oír el canto de los pájaros desde las ramas de los árboles. Se me ocurre la peregrina idea de pensar cómo será ser pájaro. Cómo sentirán esta lluvia, cómo su relación con la hembra o los otros pájaros, qué les impulsará a cantar fuera de la época del cortejo. Y ya puestos qué habrá en el pequeño cerebro de una mariposa que se me ha colado en la tienda y que de repente se ha plantado en mi nariz.
Dos veces dejó de llover un momento y dos veces me puse a recoger con intención de salir caminando cuesta arriba, pero dos veces mientras lo hacía se puso a llover. Ahora va un nuevo intento, desapareció la niebla. Veremos si cuaja. La una y media de la tarde. Allá voy.
Recojo, no olvido ponerme los guetres para atravesar la chorreante vegetación de un bosque pleno del agua de toda la noche. La sensación es que el bosque y su vegetación me engullen. Se necesita un fino olfato para encontrar el sendero entre una vegetación que me llega hasta la cintura. Yo no tengo ese olfato, que siempre he sido un despistado, pero hay suerte, no pierdo el sendero en ningún momento. Después de media hora la empinadísima ladera ya me deja muy cansado. Tengo que recurrir a esos quince minutos de descanso cada hora. Cuando acaba el bosque lo que viene es un desolado paraje de rocas desnudas y pequeñas pedreras en las que doy un paso para arriba y dos para abajo. Noto que mi ritmo cardíaco está sobrepasando ese límite de las 140 pulsaciones. Me paro, las mido. Están por las ciento sesenta, así que toca parar. Este caos de roca se lleva todas mis energías.
En el collado un cartel me indica que entro en el Parque Nacional de Gesáuse. Comienza a llover. No llevo apenas agua y la tienda está empapada, así que me toca invocar a los dioses para que no me compliquen demasiado las cosas. Al refugio no llego ni soñando, así que la primera prioridad es el agua. Más abajo encuentro agua, agua sospechosa de un color entre el amarillo y el verde. No queda otra, así que habré de tratarla con una ración suplementaria de clorine.
Mis botas chapotean continuamente en el agua, pero se portan. Son botas de estreno y sí, parece que de momento resisten. Cerca de las siete de la tarde encuentro un lugar para mi tienda. Mis ofrendas a los dioses han dado resultado y ahora no llueve. Instalo la tienda, organizo mi impedimenta y trato inútilmente de mandar a Victoria mi posición con el teléfono satelital. Ya me sucedió otras veces que el teléfono este se hiciera un lío y no fuera capaz de encontrar el satélite de referencia. Paciencia.
Y ya está bien de escribir, que estoy muy cansado y la batería está bajo mínimos. Hasta mañana.
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