47°32.6430'N 14°37.6980'E, Camino de Johnsbach, 28 de junio de 2024
El canto de los pájaros, un río que brama cercano y que llama mi atención haciendo que
me pregunte si tendré que cruzarlo, siempre la duda de esos ríos a principio de
temporada y después de toda la noche de lluvia, un rayo de sol que se abre paso entre
las nubes y viene a besar mi tienda… las sensaciones de primera hora cuando me
despierto después de otra noche de lluvia. Despertar poco a poco, las toallitas húmedas
para el aseo personal, el tazón de muesli, recoger, sacudir el agua de la tienda. La
mirada del gitano por si ha quedado olvidado algo por ahí, y en marcha.
Primer interrogante. Por donde marca el track nada de nada, una vegetación
impenetrable, y por el sendero de más adelante que señala el mapa, tampoco. Una
ubérrima vegetación que probablemente se ha comido todo resto de sendero. Más
adelante una señal blanquirroja a lo lejos evidencia lo que temía. En estas zonas dejas
un camino a su aire y es devorado en unos meses. Con la ayuda del gps me interno en la
selva con vegetación hasta el pecho. Consigo llegar al fondo del valle en estas
condiciones. El track indica un sendero donde no existe desde hace tiempo pero
siguiéndolo sí encuentro algunas señales. Si esto sucede a menudo, ayer también había
mucho de esto, voy a tener que incorporar un machete o una desbrozadora a mi equipo.
Esta manera de hacer montaña recuerda más los trabajos de Livingstone en las selvas de
Centro África que otra cosa. Al final no llega la sangre al río, algo más de media hora
luchando con esta miniselva y ya estoy en una pista que más abajo abandono para trepar
por la ladera izquierda camino del refugio Hesshütte.
El tiempo que había amanecido pichí pichá, que me ha envuelto durante un buen rato en
la niebla, definitivamente va tomando el aspecto ese sombrío que preludia lo peor.
Empiezan a caer esas gotitas de siempre que no sabes si irán a más o no, así que resisto,
resisto sólo un minuto más porque de repente un relámpago, un chupitazo y la lluvia
empieza a caer con violencia. Hace tiempo recuerdo que en ponerme el equipo de agua
tardaba enormidad, pero ya le he cogido el tranquillo y es visto y no visto. Todo el
equipo de agua va embutido en el bolsillo lateral. Así que entre el equipo de agua y un
sombrero que llevo que es ancho como un paraguas no se va nada mal. Visto esto desde
la comodidad de casa puede parecer un coñazo, pero no, metido en faena el cuerpo se
acostumbra a todo. Un rato más tarde en medio del diluvio avisto una cabaña en muy
buenas condiciones. El tubo de la chimenea echa buena cantidad de humo. Imagino a un
ganadero en el bienestar de su hábitat. Llueve a rabiar. Me acerco a la choza y de
repente veo que la puerta se abre y allí tengo a Michael dándome la bienvenida e
invitándome a pasar. Y yo, admirado por tanta hospitalidad casi dudo, pero no, que se
acabaron ya los años de esa timidez huidiza que hacía que cabezonamente me tragara
todas las lluvias antes de someterme a la hospitalidad de alguien. Así que entro, me
quito el equipo de agua que chorrea por todas partes, lo ponemos junto al fuego de la
chimenea y ya estoy en la gloria. La hermana de Michael vive en Toledo y tiene dos
niños, así que por vía de parentesco ya me siento como en mi casa. ¿Una bebida?,
ofrece Michael. ¿Y por qué no?, me digo. Y como he visto que la cabaña tiene placas
solares, ya hago el pedido completo y le confieso que mis baterías están a cero, que si
puedo… ¡Por supuesto! Y liado estoy con el cargador y las baterías cuando fuera se
oyen otras voces. Dos náufragos y una náufraga aparecen sonrientes por la puerta. Ya
somos cinco en la fiesta, así que una vez sentados y hechas las presentaciones, un
español solo por estas montañas es una rareza reconocida, y cada cual con su bebida y
algunas viandas que todos sacamos de nuestros macuto, se propone una foto de grupo.
Todos quieren llevarse a casa el recuerdo de este rato de hospitalidad. En este país casi
todo el mundo tiene conocimientos más o menos amplios de inglés, así que durante un
rato también puedo participar en la tertulia.
inmediato que me obligaba a dejar la pantalla del teléfono en la penumbra. Los otros
invitados venían del refugio y yo iba hacia él, así que nos despedimos en la puerta de
Michael y cada cual tiró para su destino. Había despejado algo y Michael me indicó el
camino, un collado muy marcado allá en lo alto. Después un descenso no muy largo y
una subida a la derecha de un cuarto de hora, me dijo.
Llegar al collado me costó lo suyo. Fue subiendo esta cuesta que en algún momento
empecé a pensar si este proyecto que se me había metido en la cabeza de atravesar de
parte a parte la dorsal austriaca no sería demasiada tela para un servidor. Demasiada
tela, además, pensando en que ya mismo me había empezado a fastidiar la pierna
izquierda. Demasiada tela por el peso, que al fin y al cabo cuando uno lee sobre los
expedicionarios que andan por el Himalaya, a pocos imagino yo cargando con dieciocho
o diecinueve kilos a la espalda durante un par de meses. De todos modos no descarto
que en algún momento, sea porque mi pierna empeora o porque al final me rindiera a la
evidencia de que esto no son cosa ya para un septuagenario camino de los ochenta, pues
que… Pues que… Pues que…
Unos espaguetis a la boloñesa, una ensalada en el refugio (Pausa. Siempre es lo mismo,
cuando vas a poner la tienda ves vacas a kilómetros y te dices, esas no bajan hasta aquí.
Ya ya, aquí tengo ahora a todo el rebaño, y que las vacas sean españolas, francesas o
austriaca todas son iguales, no entienden otro lenguaje que el del palo. Tres veces he
tenido que salir para espantarlas, hasta que he sentido sobre la tienda los belfos de una y
entonces he tomado los bastones y me he liado a bastonazos con ellas, con el resultado
de que casi me cargo uno de ellos que ha quedado doblado. Después de esto se ve que
ha pasado su momento de curiosidad, que también lo tienen porque todas en masa
terminan tocando retirada, y se han largado). Decía que comí bien y después fue echarse
la siesta al sol mientras hacía tiempo para que se cargasen las baterías y el teléfono.
Gente amabilísima la del refugio y sus parroquianos. No hubo nadie que no respondiera
con un afable saludo a mi bye bye. Después ya fue todo bajar y bajar hasta encontrar
cobertura, un pequeño balcón desde el que después de dos días ya pude hablar un rato
con Victoria.
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