47°30.7880'N 14°33.3570'E, Camino de Trieben, 29 de junio de 2024
Incertidumbre, esa palabra casi siempre en el umbral de algo por suceder. Esto, siendo mi diario de los caminos, probablemente no tendría que subirlo a ningún sitio, o por lo menos no compartirlo, entre otras cosas porque a nadie interesan las penurias por las que el vagabundo pasa o deja de pasar. Viene de días ya que me pregunto si debería continuar o no. Y hoy, que fue día de sol e hice 1100 metros de ascenso y 1700 de descenso, es otra vuelta más de tuerca a la incertidumbre. Demasiado cansancio y sobre todo esa sensación de que ya no puedes más que se presenta cuando llevo cerca de una hora subiendo. He pasado esta tarde repasando la ruta central a la que debería incorporarme mañana después de terminar el tramo norte que había dejado a medias el pasado año, y los desniveles a superar o bajar en algunas etapas, en las condiciones en que estoy ahora me parecen imposibles. Creo que no es cosa del ánimo, simplemente es que el peso que llevo encima me parece superior a mis fuerzas. Los primeros días de ruta como ésta son siempre penosos hasta que el cuerpo va cogiendo fuerza, pero eso que me decía un amigo el otro día de que más tarde será coser y cantar, me temo que en esta ocasión no. En fin, no sé. He dejado la ruta norte y ahora bajo a Trieben, en donde debería tomar la ruta morada de la Vía Alpina hasta alcanzar la Central que cruza Austria de este a oeste. De momento eso de disfrutar de la caminata no ha llegado todavía.
Ya veré. A otra cosa. Ayer había acampado más abajo del refugio Hesshütte. Fue un largo descenso con encuentros muy variopintos. Es sábado y por el sendero desde muy temprano me cruzo con montañeros y escaladores camino del refugio. En el valle un pueblo de cuatro casas y un sol que caía con fuerza sobre el cuerpo y que me hizo muy penosa la subida. Al final quince minutos de parada cada hora me eran insuficientes. Setecientos u ochocientos metros de subida, nada extraordinario, pero que me dejaron muy tocado.
Hacia meses que había dejado de beber alcohol, pero ya antes de salir de casa me había preguntado si faltaría a los rituales de tantos años, esa enorme cerveza de cuando llegas sediento y sudoroso al refugio. Total, que cuando estaba haciendo el pedido no me pareció hacer esperar al camarero mientras lo pensaba, así que ahí estaba, ese medio litro de rubia cerveza de la que llegando a un refugio en los veranos nunca había prescindido. Busco la soledad de un apartado rincón del refugio donde he descubierto un enchufe. Este año el panel solar se quedó en casa. Lo eché a cara o cruz, si baterías o panel y salió baterías, así que algo de autonomía sí he perdido. Cuando encuentro un enchufe en mi camino, allí me quedo junto a él un buen rato después de la comida. Si hubiera salido panel ese tiempo después de la comida habría sido de siesta a la sombra.
Mientras se cargaba el teléfono eché un vistazo por ahí. Me llamó la atención cierto tono sentencioso que encuentro a veces en posts de las redes, como de quien toma su verdad como verdad absoluta. No me gusta este tono que hace de la verdad una especie de propiedad privativa de algunas personas, y no me gusta con más razón porque con frecuencia esas supuestas verdades no son más que meras opiniones. El secreto para no caer en cierto grado de petulancia es dejar suficientemente claro que se trata de una opinión, que opiniones son la mayoría de las veces cuando se nos escapa ese tonillo sentencioso que parece no dejar lugar a otra cosa. Repito, se nos, que con eso de las prisas sucede como cuando generalizamos en exceso y que yo cuando se me escapa recuerdo a Stevenson que decía que sólo los imbéciles generalizan. Un ejemplo reciente por mi parte viene de días atrás escribiendo uno de estos posts. A veces sin saber por qué te salta en la cabeza una afirmación que acaso sin estar justificada tiene el aspecto de presentarse como una verdad de cajón. Me sucedió el otro día que afirmé por aquí, así sin más, que no existe el tiempo perdido más que para aquellos que no se toman la vida en serio (había que ver el contexto, claro). Algo que el que lee interpreta como que el que escribe sí se toma la vida en serio, no pierde el tiempo como “otros que…”. La precisión en el lenguaje no es moco de pavo, que a la que te descuides sin comerlo mi beberlo te pueden meter en el cajón de los listillos.
Me canso de esperar, demasiado lenta la carga de mi teléfono, así que desenchufo, pido un bocata y un strudel para cenar, pago, cojo agua y me largo camino de una sombra o si se tercia de un lugar para mi tienda.
Leo por el camino a Zygmunt Bauman, Sobre la educación en un mundo líquido. He dicho alguna vez que cuando me reencarne no quiero volver a ser maestro, pero de hecho sigue siendo un tema que me apasiona. Quizás porque estoy totalmente seguro de que nunca será posible un mundo mejor mientras el analfabetismo funcional esté tan generalizado en el mundo. Afirma Bauman que “uno de los talentos cruciales en la sociedad de la información consiste en protegerse uno mismo contra el 99,99 por ciento de la información que se ofrece”. No se anda con chiquitas Bauman; protegerse del 99,99 % de la información que recibimos requiere una capacidad muy especial para filtrar, poner en cuestión y tratar de saber qué se está cociendo en el país o en el asunto que sea. Recoge Bauman un antiguo proverbio chino que dice: «Si haces planes para un año, planta maíz. Si haces planes para una década, planta árboles. Si haces planes para una vida, adiestra y educa a la gente».
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