Junto al refugio Malniu, 12 de julio de 2024
Uno de los asuntos que surgió ayer cuando hablaba con mi amigo el wikingo era el de los límites de cada uno. Cuando yo le preguntaba por los kilos que llevaba a la espalda para hacerme una idea del esfuerzo que ello requería y él no soltaba prenda yéndose por las ramas hablándome de la necesidad de que cada uno debe conocer sus límites, lo que se planteaba en realidad era un complejo problema en donde lo objetivo y lo subjetivo es difícil que se pongan de acuerdo, especialmente cuando el individuo no se resigna a encarrilarse por los vericuetos que la edad o las circunstancias físicas quieren meterle.
Paso la mañana leyendo en un prado cercano al refugio Malniu. España a pie. De Tarifa a Andorra. El GR7. Y tras la larga lectura de mi paso por El Maestrazgo y el macizo des Ports, dejo el libro a un lado y me quedo pensativo. Es un libro denso, lleno de pensamientos interesantes que se le van presentando al caminante en medio de las lluvias, su andar por bosques, sus vivacs bajo las estrellas. Es allí donde rescato ese breve relato de Marinoff que un día encontré en su libro Más Platón y menos Prozac. Marinoff contaba una historia que me emocionó. Hablaba de un célebre violinista al que en mitad de un concierto para violín se le rompió una cuerda. Paró la orquesta, él miró por un momento perplejo su instrumento y a continuación indicó al director que comenzara de nuevo el movimiento interrumpido. Tocó con tres cuerdas. El violinista sacó de sí un potencial que acaso ni él conocía; fue una interpretación inolvidable. Cuando terminó el concierto se hizo un asombroso silencio en la sala, después del cual todo el auditorio en pie prorrumpió en un fervoroso aplauso. Tras ellos tomó la palabra el violinista y emitió ese pensamiento tan plástico y que a mi tanto me emocionó: “es como la vida misma, hay que seguir tocando las cuerdas que quedan”.
Reflexiono. Ese recorrido de España de sur a norte del año 2010 fue un tesoro de vivencias y escritura. Caminar, caminar, siempre caminar, incluso bajo la canícula del verano que me pilló por tierras de Levante, me dejaba el alma sedosa y apacible; leía, pensaba, donde había vino bebía vino, y si no agua fresca. Por entonces no había Facebook ni Instagram, o yo no lo usaba, y vivía totalmente ajeno a aquello que no fuera yo mismo, la tierra que atravesaba o los pensamientos que cruzaban por mi mente. Ahora no, ahora algo me distrae esa leve necesidad de subir mi escritura a las redes. Isabel Ambrona subía hace días a su muro este texto anónimo: “Nunca cuentes demasiadas cosas de ti a los demás. Recuerda que en tiempos de envidia el ciego comienza a ver, el mudo a hablar y el sordo a oír”. Le comentaba yo bajo esa cita que eso pensando que el ciego, el sordo o el mudo te importen algo más que un pimiento. A mí ni fu ni fa, pero sí es cierto que se produce una leve distracción cuando sales de tu aislamiento para compartir lo que piensas o lo que has hecho durante el día. Por ejemplo esa preocupación mía por los límites en torno a la cual rondan mis pensamientos cuando pretendo cargar con un peso excesivo o en vez de dejar algunas actividades, ya un poco forzadas por motivos de la edad, para otras reencarnaciones J pretendo meter más y más asuntos y proyectos en una vida en la que no cabe todo.
Y es en este punto, leyéndome en ese recorrido solitario del GR7, e intentando meterme en la piel de entonces, donde me descubro pleno y dichoso recorriendo los senderos de España. Sencilla felicidad la del hombre que va conmigo. ¿No decimos que estar en paz con uno, esa delgada felicidad que proviene de atravesar en silencio los senderos del mundo oyendo a los pájaros, disfrutando de la brisa, comiéndote con los ojos la belleza de este planeta, es lo que queremos y deseamos, todo eso que está al alcance de cualquiera, joven, mayor, anciano? ¿Qué buscaba aquel octogenario solitario que me encontré una vez en el Camino de Santiago de la Plata, que recorría por cuarta vez ese camino?
El hilo interior de mi escritura probablemente no se vea, pero ahí está provocándome, sugiriéndome, preguntándome mientras escribo por el qué se está cociéndose dentro de mí cuando comenzando a escribir sobre los límites vengo a rescatar elogiosamente un trozo de mi vida, esos GRs y Caminos de Santiago por toda España en donde leo, comprendo, esta mañana he recolectado las mejores esencias del pensamiento, de la vida, de la experiencia personal. Porque sucede que esas necesarias pausas en el hacer, esos silencios que necesitamos, un día como hoy sin cometido a la espera de que el tiempo dé una tregua, vinieran en instantes a hacerme una pequeña revelación que acaso tenga que ver con eso de los límites y la recuperación de los espacios posibles que inconscientemente he ido abandonando.
No le cuentes a…, citaba Isabel Ambrona. Qué mismo da. ¿No es el deseo de expresar, escribir, hablar, compartir, un bien esencial en sí mismo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario