La parada del silencio. En el Puig Pedrós, techo de Gerona


Cima del Puig Pedrós 


Junto al refugio Malniu, 11 de julio de 2024 

Me tumbo, cierro los ojos, los abro, contemplo las blancas guedejas de una nube próxima haciendo y deshaciendo su peinado. El viento juega con ellas, las levanta por los aires como una ola, tropieza con una corriente invisible y se hunde en el abismo del azul del cielo como un buceador a la búsqueda de un tesoro. Mientras tanto más allá las guedejas han dibujado, blanco sobre azul, una anciano de lenguas barbas que se estiran y se estiran hasta convertir éstas en los hilos de una cometa en cuyo extremo el rostro del anciano se ha transformado en una sirena. En estos momentos terminan los cinco minutos que el padre de familia de una pequeña prole ha decretado para los suyos y unos amigos. Estamos en la cima del Puig Pedrós en unos prados más abajo protegiéndonos del viento charlando sobre el Carlit y su entorno, unas montañas que resaltan bellamente hacia el norte, y tras una pausa en la conversación mi interlocutor se dirige a todos y dice: “Ahora la parada del silencio. Cinco minutos”. Y todos callamos y entonces yo cierro los ojos, los abro un momento después y contemplo las blancas guedejas de una nube próxima… 

Él y su mujer han elogiado el lugar de tal manera que allí mismo he decidido cambiar mi itinerario para subir esa montaña. Ni siquiera hace falta subir a la cumbre, me dice la mujer, una caminata alrededor del Carlit es una bellísima experiencia. Pensaba ir a la Pica D’Estats, pero el tiempo está de lluvia y tormentas, así que al Carlit me voy mañana. 

Ayer había parado a comer en el camino junto al río Llobregat y consultado el tiempo vi que en el Puig Pedrós tocaba lluvia y tormenta a partir de la última hora de la tarde, así que descarté lo de vivaquear en la cumbre. Dice Pedro Mateo que tengo que conseguir todos los vivacs de la colección, pero me da que va haber alguna que otra excepción por culpa del parte metereológico, que no estoy dispuesto a chuparme un vivac con tormenta en ninguna cumbre, que ya experimenté un par de ellas, en el Perdiguero y en el Bisaurin (en éste a pelo con sólo el saco de dormir) y no es cosa de broma. Así que excepción será lo de hoy, que subir subiría, pero dormir lo haría en la furgo junto al refugio Malniu. 

Desperté a las seis de la mañana, hice más de hora y media de carretera rodeando el macizo del Cadí y del Pedraforca y partí de las cercanías del refugio Malniu ligerísimo de equipaje. Santiago Pino desde hace años, su espalda tiene la culpa, a todas las cumbres que sube, sea de la Pedriza o del Pirineo, el único equipaje que lleva siempre es una Guinness de casi medio litro. Yo no llego a tanto, pero desde luego ¡se nota la diferencia! A mí que me gusta meterme con él, y no sólo con él, le digo que: ¡Así cualquiera! En muchos años rarisimamente he subido un monte con menos peso del que se necesita para vivaquear y llenar la tripa de agua, que no de cerveza, que eso se lo dejo para el amigo Santiago. 

A poco más de una hora me encuentro con un numeroso grupo de jóvenes, carretillas, picos, palas, cribas… Me paro junto a ellos. Me dirijo a un joven alemán para enterarme qué significa aquello. Han descubierto un emplazamiento de un tiempo posiblemente anterior a los romanos y están excavando. Ha dejado de picar y atiende prolijamente a mi curiosidad. La zona es un lugar de tránsito con Francia y ya han encontrado en algún lugar algún que otro emplazamiento neolítico. Chapeau por esta gente joven, sí, todos muy jóvenes, que a pico y pala desentrañan bajo el duro suelo de las laderas del Puig Pedrós la historia de lugar. 

En la cumbre disfruto de la compañía de un caminante que me pone al día sobre el santo y seña de las cumbres que nos rodean. Es un lugar privilegiado éste. Enseguida identifico la cima del Pic Cabirorela sobre la que dormí anteayer; el Canigó, de grato recuerdo, una ascensión camino de casa de hace más de cincuenta años (venía de Chamonix en auto-stop y paré por aquí para subir al Canigó y al Aneto. Al Canigó por delegación poética, que por aquellos tiempos había leído a Jacinto Verdaguer y me cupo el capricho de conocer el monte que alentó su poesía). Por allí me encontré en el valle de Estós al jovencísimo entonces José Antonio Pérez, después rebautizado como Cive. Al sur inconfundible la sierra del Cadí y más al este la Pica D’Estats y otras lejanas montañas que desde aquí no soy capaz de identificar. 

El día está entretenido. Muy abajo  veo subir a un joven rubio, un descendiente de los antiguos wikingos, de aspecto fornido y un tanto asalvajado. Uno de esos trotamundos que en el rostro llevan la impronta de una raza fuerte y viril. No resisto la tentación de pararle con cualquier disculpa. Y nos liamos a hablar y amén de compartir experiencias, cuando le pregunto por el peso del macuto, uno enormísimo, me dice que el peso no tiene ninguna importancia (y yo me sonrío), y como seguimos hablando resulta que ni el pasado ni el futuro importan, que sólo el presente etcétera etcétera. Se comprenderá que con esas afirmaciones ya puede uno completar el catálogo de verdades por sí mismo. Mi amigo el trotamundos para el que veinte kilos a la espalda no importa, viene tan inflado de verdades, excelentes verdades si se quiere, y que yo comparto bastante, que… Sí, uno más de esos hombres que caminan por el mundo como apóstoles dispuestos a divulgar la buena nueva con el primero que se cruce. Y no lo digo en sentido peyorativo. Es sólo un hecho que llama mi atención. Esas personas que de repente te dicen como es la realidad, así, asao y de la otra manera. El joven tendría ventipocos y le estaba dando a un servidor, que cumple dentro de unos días 76 tacos, una puntual lección de filosofía de la vida. Estos jovencitos… Y sin embargo me encantan. 

Poco después, tras leer un comentario al post de ayer, se lo contaba a Julio Gosan. Escribía Julio que no entendía cómo hay tanta gente para la que pasan desapercibidos momentos entrañables, las noches, el crepúsculo, el amanecer; no entendía que algo que a él le emocionaba hasta el fondo de alma para otros no significara nada. Le hablaba de mi encuentro con el wikingo. Era finlandés, le escribía, y aunque dicen que la gente del norte es muy fría, te puedo asegurar que en esos quince minutos constaté que la Tierra pare ejemplares, así sin más, sin porqués ni razones, como tú dices, que... Creo recordar que era Jung quién hablaba de los arquetipos, esos patrones de comportamiento universales, y yo añadiría de forma de pensar y ser, que existen en el inconsciente colectivo de la sociedad, y que extrapolando y aplicado a las personas en concreto, de manera parecida al arquetipo "héroe", "madre", da individuos con una determinada sensibilidad (eso que tú llamas alta sensibilidad) y predisposición. 

Constaté, decía, que este hombre con el que hablaba, pertenece a una clase muy especial de individuos con los que me llevo cruzando muchos años en Alpes o Pirineos. Creo tener cierto olfato para detectar, cuando se me aproxima un caminante de voluminoso macuto, este tipo de personas a las que me refiero. Puede ser un indio de Calcuta, un alemán, un norteamericano, cualquiera... todos vienen a pensar y sentir de manera muy parecida, y todos son gente sensibles y amantes de la naturaleza. 

Si Carl Gustav Jung hablaba de "arquetipos", de parecida manera nosotros podemos hablar también de cierta tipología en la que se dan personas con una especial sensibilidad, amantes irrenunciables de la montaña y la naturaleza, gente solitaria, amantes de la noche. 

Atardece. En los prados cercanos al refugio se disfruta de una calma conventual. Un poco más allá un hombre pasea a su bebé por los alrededores. Éste, mínimo, chiquito, apoya su cabeza sobre el hombro del padre y con las manitas se agarra a su cuello. El viento suena en las ramas de los árboles, hace uuhhhhh, uuuuhhhhhhh…

Excavaciones en las laderas del Puig Pedrós 

Sierra del Cadí 











Mi amigo el wikingo



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