Día 24. Ser buena persona

 


45,22751340°N, 07,19957829°E, 11 de julio de 2025 

Ya, ya es hora de parar. Algo más de una hora desde que comí encuentro un lugar ideal para secar la tienda e incluso, si se tercia, para echar una siesta. El cielo mitad nublado mitad despejado se abre a ratos, así que me he refugiado bajo la sombra de un arce a ver si se me ocurre algo mientras se seca la tienda. Por el valle corre una leve brisa que atempera mi acaloramiento. Veo a lo lejos el refugio Vulpot de donde he partido, un negocio de esos para desangrar a los despistados. Ningún interés por proporcionar un servicio adecuado al cliente… un negocio es un negocio. Cuando estaba llegando a él veía unas cuestas por encima de echar el bofe. Llevaba desde las siete de la mañana caminando y no le venía bien a mi ánimo semejantes cuestiones, así que me paré a ver por donde me llevaba la GTA. Ufff… menos mal. Después de comer tocaba caminar cuesta abajo, más o menos. Tiene cierto encanto, y abre toda intriga, no saber que es lo que viene a continuación, que lo mismo son 1500 metros de subida, que lo de ahora, una larga bajada.


Allí, a unos cien metros le veo venir cómodamente batiendo el sendero con un artilugio, como si estuviera desbrozando el camino. No es la primera vez que me encuentro con uno estos buscadores de tesoros frecuentes en nuestras playas. Aquí no hay dinero que buscar. Aquí es pura y simplemente pasión por el coleccionismo. Le paro. Es un hombre grueso de aspecto inocente y bonancible. Le pregunto qué hace, me hago el desentendido, y enseguida me enseña los tesoros que ha descubierto esta mañana en su trajinar por los senderos. El más notable una cabeza de hacha de aspecto antiquísimo y muy pesada. Me dice que ha tenido que cavar más de un palmo para llegar a ella. Ni arqueólogo ni nada parecido, simple afán coleccionador. Me muestra unos preciosos botones metálicos que probablemente debieron de pertenecer a una charretera militar, unas monedas antiguas, trozos de cable, algo de plástico que puede ser simplemente basura, e imagino el “museo” personal de este hombre como algo muy variopinto. Ejerce todo el año, en invierno va por aquí y por allá, en verano sus rutas suben hasta los collados. Me cuenta que el valle fue línea de frente en la Primera y Segunda Guerra Mundial. Me habla también del comercio que se ejercía por aquí con los paisanos franceses. Los campesinos italianos intercambiaban con los franceses arroz por sal. Y me cuenta cómo en las casas de la montaña siempre había un lugar profundo y oscuro que servía de nevera. 

Y hablando de nevera, qué frío el de esta mañana. Como en el mundo hay tantas cosas relativas, no es de extrañar que el frío sea una de ellas. Hablar de frío cuando en Madrid deben de estar asándose, casi puede parecer una broma, pero sí, con todo puesto empecé a caminar esta mañana, hasta me acordé de mis vivacs de invierno en Guadarrama y Gredos. El mundo de las sensaciones tiene sus propias reglas que en ocasiones pueden estar lejos de la realidad. Sentir mucho frío puede ser ajeno a lo que marque en realidad el termómetro, por lo menos en parte. Lo significativo del caso es que comencé a caminar forrado y media hora después, cuando superé la loma sombreada, mis sensaciones cambiaron totalmente de dirección. Con el cambio me sobrevino una sensación de confort que queriendo prolongarse me impedía pararme para desprenderme de guantes, gorro y forro. Así hasta que empecé a sudar. Para entonces ya no estaba lejos el paso de la Cruce di Ferro. 

Desde allí todo era bajada. Descenso por verdes prados por donde a veces se arrastraban inofensivas algunas masas neblinosas. Era tiempo de la lectura. Dejé reposar la antropología y comencé una novela de Hermann Hesse (¿me quedará todavía algo por leer de este hombre?), Narciso y Goldmundo. La descripción y el elogio que hace de un viejo castaño nada más empezar la novela, me llevó a recordar el aprecio de Hesse en otro libro titulado Elogio de la vejez, de un haya que había plantado frente a su casa de niño y que le llevaba a evocar cierta similitud entre ambas vidas, la suya y la del árbol. Recuerdo perfectamente aquel detalle porque tenía que ver mucho con nuestra propia experiencia. Los alrededores de la casa donde vivimos, una parcela algo grande, era un páramo cunado la compramos. Allí plantamos arbolillos que no levantaban más de un palmo del suelo. Hoy aquellos árboles, y otros muchos que fueron naciendo solos, su grosor supera a la circunferencia que pueda abrazar un adulto. La especial devoción de Hesse por aquellos árboles que plantó en la infancia se corresponde con el cariño con el que nosotros vemos crecer nuestros propios árboles, que a su vez han dado cobijo a toda clase de aves. 

Creo que la tienda ya está seca. Vuelvo al camino. Espero encontrar bajando algún lugar donde poder adquirir algo para cenar. 

Pues no, no cayó esa breva, o no quise bajar hasta Usseglio, lo que suponía después andar buscando un lugar alejado del pueblo para instalar la tienda, acostarme tarde, etcétera. Prefiero aguantar con lo poco que puede quedar en el macuto. Desde que dejé el bosque y la soledad el comienzo de ruta de mañana son tres kilómetros, así que me dediqué a buscar un lugar discreto y apropiado en el bosque… y lo encontré. Llamé por teléfono al único negocio que había donde podré adquirir comida para saber a qué hora abrían. Las ocho y media. Perfecto. Mañana no tendré que madrugar. Lo único es que desde Usseglio a Balme tengo 1300 metros de subida y otros tantos de bajada y seguro que no llego a las horas que aquí tienen abiertos los restaurantes. Veremos. También puedo comprar algo y comer por el camino. 

Esta mañana me acordé de las redes sociales. Me daba una satisfacción muy especial haberme desprendido de su tutela, de los megustas, de recurrir al teléfono para hacer correr pantallas y pantallas que en definitiva no me interesaban. No depender, escribir lo que te dé la gana sin necesidad de saber si alguien lee o no lee lo que escribes… ¡que gusto! Aunque por supuesto sean bien recibidos los comentarios que puedan aparecer por aquí. Comentarios, otras vidas, otras pasiones. Sucedió hoy, que me encontré un comentario de Javi, que alimenta otro blog con temas similares a los míos. Eché un vistazo rápido a su blog. Una excursión con su hijo Iñaki al Penyagalera y la pequeña historia del primer día de maestro de su hijo. Javi concluye su post haciendo referencia a la educación que han dado a su hijo, diciendo: “Creemos que lo hemos hecho lo mejor que hemos sabido, pensando siempre en que lo más importante en esta vida es que sea una buena persona y eso pensamos que lo tiene bien aprendido”. De cosas sencillas como ésta debería estar hecha la vida. Con ese sencillo razonamiento inculcado a nuestros hijos desde pequeños no sólo no existirían los crímenes que perpetra Israel con los palestinos, viviríamos en un mundo posible justo y mucho más humano. ¡Ser buena persona…! ¡Qué gran objetivo para esta humanidad enferma…!





























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