Día 55. En el Parque Nacional dello Stelvio


46,30433141°N,10,57339847°E, 11 de agosto de 2025


No hubo más remedio, madrugué un poco más pensando que me iba a tocar hacer un puñado de kilómetros de carretera. La verdad es que era agradable. El macuto a la espalda, las manos en los bolsillos; como quien va de paseo. Recordé, mientras el sol iba poniendo sus motas de luz allá arriba entre los árboles, dos de mis sueños, uno con cierta inquietud y el otro como una metáfora de la vida que me gusta. El primero transcurría en Palestina. Estaba trabajando en alguna ONG y nos protegimos del fuego de los israelitas en medio de los escombros. Parecía estar con una familia y en ella alguien ejercía como de jefe. Aquello se parecía a un zulo. No había mucha acción, era sólo la sensación opresora de estar en manos de la suerte. Me preguntaba bajando por aquella carretera con gusto, casi con la esperanza, de momento, de que ningún coche me cogiera, si no sería el sueño un aviso de mi conciencia últimamente encerrada en sí misma, incluso con la supuesta idea de no volver a abrir un periódico, no saber del mundo, eso que hacían los personajes públicos de la China medieval cuando se hacían mayores, es decir, retirarse a las montañas a vivir en aislamiento lo que les quedaba de vida. ¿Un aviso freudiano el sueño de que…? ¿Es moralmente correcto zafarse del dolor del mundo? 

El segundo sueño. Muy de tarde en tarde sueño que vuelo. Creo que alguna vez indagué por el significado de este tipo de sueños. Extiendo lo brazos y sin apenas esfuerzo me elevo, una sensación muy parecida a cuando Toti me invitó a volar en parapente en, creo que se llamaba la Muela, Guadalajara; sobre todo eran ese tipo de piruetas como quien baila un tango en el aire. Era la primera vez que volaba fuera del sueño, y creo que mi vuelo de esta noche recreaba aquel, sólo que en esta ocasión no había ni parapente ni estaba Toti con su entusiasmo habitual. Sin embargo había un pero que convertía el sueño en uno de esos típicos a los que Jung asigna significados precisos. El pero consistía en que en cierto momento del vuelo caí en la cuenta de que estaba volando entre cables de alta tensión. Creo que Jung interpretaría globalmente el sueño como una expresión de ese amor por la libertad que me ha perseguido siempre, mientras que los cables de alta tensión representarían los peligros que conlleva siempre ejercer una libertad a la medida de nuestra voluntad. 


Pasaron varios coches, saqué el dedo, pero nada, mejor. Era un paseo tan encantador que casi me propuse no volver a levantar el dedo, y es que lo siguiente que empezó a rondarme por la cabeza fueron pensamientos de un cariz tan tiernamente eróticos, tan guapos, tan húmedos. Días atrás decía que en algún momento hablaría sobre la imaginación. Es algo tan hermoso, tan divertido incluso, tan agradable echar a volar la imaginación de aquí para allá, de chica en chica, de caricia en caricia… Vamos, algo así como enhebrar pequeñas historias, las de Bocaccio, por ejemplo, y su Decameron, y sentir, junto al canto de los pájaros y el primer sol cayendo sobre el asfalto y mi cuerpo, todo ello como una caricia. 


Una cosa que me volvía a llamar la atención hoy era la cantidad de vírgenes y crucifijos que me encuentro por el camino. Aquí y en todos los países que forman parte de los Alpes es usual hallarlos en cumbres, en senderos, en recónditos rincones de los bosques. La verdad es que suelo apreciar estos encuentros, a veces los miro de soslayo, otras me detengo a contemplar el cristo correspondiente. Recuerdo una vez que tuve una larga conversación con un Cristo de madera en una alta cumbre de los Alpes Austriacos, un encuentro entre la niebla que provocó que me quedara allí en un banco de charla con el solitario crucificado. En el fondo todas las religiones son buenas, llaman a la parte noble de los hombres, invitan a desarrollar la bonhomía, la parte buena que todos tenemos (aunque algunos ni lo huelen). El problema es que a la vuelta de la esquina los detentores de la verdad correspondiente, todo lo pervierten y manipulan. Jesús echa a latigazos a los mercaderes del templo, y la Iglesia Católica a continuación ella misma se transmuta en mercader, detentora de posesiones, dueña de bancos, la humildad de Jesús la convierten en esa parafernalia de ostentación que es el Vaticano y la Iglesia en general. 

¿Cuántos kilómetros había caminado ya? Ni idea, estaba tan a gusto… Llegué al primer pueblo del valle, Paisco Loveno, pero el bus no salía hasta la una y media, así que seguí caminando hasta que una amabilísima pareja me cogió. Y no sólo eso, sino que se desvió de su camino para llevarme hasta Malonno, el primer pueblo de la Valcamónica donde podría coger un autobús de inmediato. Una hora más tarde me encontraba en Ponte di Legno, mi nuevo punto de partida. Entraba en los dominios del Parque Nacional dello Stelvio. 

Comí algo en Ponte di Legno, respondí algunos guasaps atrasados, los de Noelia y Capri, que andan escalando en las islas Lanfoten, al norte de Noruega (bajo este párrafo os dejo alguna de las fotos que mandan. Una preciosidad que comparto con el permiso de Noelia y Capri) ; contesté a Santiago Pino que me ha vuelto a hacer el favor de unirme los tracks del itinerario que tengo por delante hasta más allá de las Tres Cimas de Lavaredo; cambié algunas líneas con el amigo Vinches que se interesaba, imagino que desde bajo alguna de esas paredes del Pirineo, Picos o Riglos que alimentan su pasión, y cuando fui a devolver la llamada al amigo Luís Bernardo Durán, sucedió algo en el bar y se me fue el santo al cielo. En cuanto vuelva a tener cobertura le llamo. Aprecio que algunos amigos se interesen por cómo llevo la vida. Por cierto, un recuerdo especial por aquí para Javier Laguna, que viene siguiendo virtualmente mis pasos desde, creo, que empecé esta travesía. Para él está nota: ahora en la parte del Sendero Italia que atraviesa el PN del Stelvio. En este momento en el SI C01, por encima del refugio Bozzi.



 



Salí de Ponti di Legno con todo el calor de la una de la tarde. Cinco horas me llevó superar los muchos kilómetros del itinerario y sus mil cien metros de desnivel. Cené en el refugio, me despedí del refugista, que dicen aquí de su responsable, y caminé un rato hasta encontrar lugar para mi tienda, muy cerca ya del collado, la Forcellina di Montozo. Por poniente el sol dejaba rastros de la acostumbrada belleza del crepúsculo. Cuando había puesto la tienda apareció un zorrito que se acercó amistosamente a mí como se puede acercar un perro para que le acaricies. Era un zorro bonito con ganas de hacerse amigo, pero la experiencia que tuve hace semanas con una marta o garduña que me rompió la tienda, se metió dentro, saltó sobre mi saco y se llevó la comida, me obligó a espantarle tirándole alguna piedra. Me dio lástima. Visto que no quería ser su amigo terminó dándose la vuelta y se fue monte arriba. 














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