46,42553024°N,10,82137227°E, 13 de agosto de 2025
Hoy era una jornada larguísima de muchos kilómetros y desnivel considerable. No estaba seguro de sí llegaría a destino. Previéndolo, ya había comprado algo de comida el día anterior. Nada más empezar tenía una larguísima pista que más o menos se mantenía en altura, llegaba al fondo del valle y trepaba lentamente por la ladera opuesta. Son agradables estos comienzos del día en que sólo tienes que poner un pie detrás de otro sin apenas esfuerzo. Me sentía bien. El sentimiento del propio bienestar me hacía especular sobre algo en lo que creo con bastante certeza. Algo que tiene que ver con la química interna del individuo. Bueno, en general creo bastante en esa dependencia que tenemos del flujo de sustancias en nuestro cuerpo, neurotransmisores, hormonas, edad, cosas. Mi estado de ánimo cuando camino tanto tiempo, es curioso pero en general se mantiene casi siempre alto. E imagino que las endorfinas tienen bastante que ver en ello, las endorfinas engendradas por el esfuerzo y el ejercicio casi siempre ayudan a tener un estado de ánimo casi eufórico. Recuerdo que descubrí estas cosas, hace ya muchos años, en una feria del libro de Madrid. Por aquella época estaba yo interesándome por cuestiones como el reiki y técnicas orientales de salud, ese tipo de asuntos, y paseando por la feria y ojeando libros sobre ello por aquí y por allá, me encontré con uno de un tal Osho, un tal Osho, que entonces no conocía, ese gurú multimillonario aficionado a coleccionar coches de lujo. Lo supe después, pero antes ya me había tragado alguno de sus libros. Al grano. Del título del libro no me acuerdo, pero en las páginas en que caí contaba de un procedimiento práctico para salir de una depresión. El asunto consistía en calzar unos deportivos y a continuación correr diez kilómetros al ritmo que puedas resistir. Terminados esos diez kilómetros, Osho aconseja sentarse a la sombra de un árbol y cerrar los ojos e intentar no pensar en nada. Fue una fórmula mágica que he practicado muchas veces. Y la magia parece que no era otra que las endorfinas que generaba el cuerpo, que se transformaban en eso, en bienestar.
Existen factores diferentes adicionales que contribuyen al bienestar del que camina. El entorno, esa naturaleza presente en cada momento, el bosque, la paz que proporciona, ahora por ejemplo mientras escribo, la música del arroyo cercano.
Recuerdo veranos de mucho sufrimiento, por ejemplo, con el dolor de espalda. De llegar a los refugios y tener que tumbarme o tener que descansar largos ratos. Ahora, después de una recuperación persistente durante todo el año la cosa es diferente. Y cuando aparece el dolor el remedio ya consagrado es caminar con los bastones no por delante sino con ellos en la línea del cuerpo, lo que obliga a los hombros a una posición erguida: fue un gran descubrimiento. Victoria me lo advertía a menudo, pero no hacía caso. Mi caminar algo encorvado de siempre era el responsable de mis dolores. Vamos, ya lo dije en alguna ocasión, que como siga aprendiendo en vez de cumplir años voy a descumplirlos :-).
Otro asunto que me sorprende, es que muchas tarde el cuerpo lo tengo hecho una pena, como si necesitara una semana de descanso. Sin embargo cada mañana parece renovarse con nueva fuerza.
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Serena y Alberto |
Con todo este rollo, ya casi he superado los mil cien metros de la mañana. Llegué al collado de Cercen (2625 m.) algo ahogado por el calor del sol, toda una solanera el último tercio, pero enterito. Allí estaban más frescos que una lechuga Alberto y Serena, que habían subido por la vertiente opuesta en bicicleta. Estaban haciendo un recorrido circular. Para ellos los miles de metros de desnivel parecían pan comido pese a tener que arrastrar la bici cuesta arriba una parte considerable del recorrido. Charlamos un rato. Alberto hablaba español y drrrochaba una vitalidad arroyadora. Bueno, igual que Serena, que era la simpatía en persona. Se despidieron y fue visto y no visto, desaparecieron por la pendiente a una velocidad que quitaba el hipo.
Se me hizo larguísimo el descenso. A las dos y media cogí agua, la potabilicé, media hora, y cuando pasó este tiempo paré un rato a comer.
El lugar donde terminaba la ruta era un centro turístico alrededor de unos baños conocidos. Eran más de las cinco y por allí no había manera de pasar la noche, así que merendé algo en un bar, compré…
Ehhhhh…. ¡vaca!
Accidente vacuno. Miedo me dan las vacas desde siempre. Son erráticas y curiosas y te pueden desgarrar la tienda tropezando con alguno de los tiros. Siempre tengo que andar a palos con ellas, así que la mejor solución es asegurarte de que están al otro lado de algún pastor eléctrico. En este caso no había pastor eléctrico, sino una barrera con un palo. La vaca había logrado atravesar el riachuelo y un lugar algo escabroso y andaba del lado de acá de la barrera a dos metros de mi tienda. He tenido que salir de escapada, abrirle la barrera y darle un cachete en el trasero para que pasara al otro lado. Uffff… si tengo a las vacas a mi alrededor por la noche no duermo.
Decía que compré... algo para cenar y desayunar y tiré monte arriba como las cabras. Estoy en el parque nacional del Stelvio y aquí no se puede acampar, así que puse la tienda anocheciendo y mañana me toca madrugar, no vaya ya ser que se presente por aquí la autoridad.
Son las diez y todavía no he cenado. Así que termino.
2 comentarios:
Que buena idea lo de los bastones, pues a mi me ocurre igual que a ti. Lo probaré.
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