Día 65. Los gigantes asoman entre las nubes

 


46,26233501°N, 11,77028954°E, 21 de agosto de 2025 

Se repite la historia de ayer. Amanece lloviendo, sobre las ocho se produce una pausa, desayuno, estoy recogiendo y de nuevo lluvia al canto. Extraigo el saco de su funda y vuelvo a la bolsa amniotica de su calor pensando que esta vez la lluvia, tan intensa, puede durar todo el día. Existe un pasaje escalofriante en El peor viaje del mundo, de Cherry-Garrard, el relato de la expedición de Scott al Polo Norte, que en circunstancias así me pasa por la cabeza y me produce la sensación por comparación de vivir en el más confortable de los mundos. En él Cherry-Garrard y sus compañeros, que han realizado desde el campamento base una expedición de reconocimiento a cierto remoto lugar entre los hielos, quedan atrapados por el mal tiempo. No recuerdo bien las circunstancias, pero sí que pierden las tiendas y tienen que sobrevivir a la intemperie a una temperatura de 50 grados bajo cero durante unos días. Pienso en aquella escalofriante historia, o la de los marineros del Endurance, la expedición de Shackleton que trataba de atravesar la Antártida de costa a costa pasando por el Polo Sur. El barco quedó atrapado por el hielo y se hundió. Quedaron sobre el hielo sin posibilidades de comunicación ni rescate durante casi dos años. Ninguno de los 28 tripulantes murió. O pienso en Scott y sus hombres en su lucha por sobrevivir en el camino de vuelta después de haber llegado al Polo Sur, y encontrarse que ya había estado allí la expedición de Amundsen. Me recomendó el libro Ramón Portilla, y a él tengo que agradecer el rastro que su lectura dejó en mí. Recuerdos para un día de persistente lluvia en algún lugar de los Alpes, esos días en que inmovilizado en el pequeño receptáculo de tu tienda se te viene a la cabeza una vez más la presencia de las cosas esenciales. La lluvia, el aislamiento, la soledad, propician desde su aparente asepsia un estado de ánimo que se relaciona bien con un ser interior deseoso de profundizar en la médula de la realidad. Fuera los juegos de artificio, los vanos entretenimientos que propicia nuestra modernidad, y entonces te quedas a solas contigo mismo, con la lluvia y la niebla, con la música del río y el encogimiento ensimismado y silencioso del bosque. Eso es todo, esa es tu realidad. Mañana, pasado mañana, el mes que viene podrás estar en otro lugar, bajo otras circunstancias, inmerso en el mundo de la gente; sin embargo, bajo el ropaje de todo eso, que es el mundo y la vida social, seguirá estando la desnudez de tu yo, tu esencia frecuentemente extraviada entre los trajines del mundo.

Desde esa desnudez alcanzada por Scott y sus compañeros encerrados en su tienda y conscientes de que su vida estaba por acabar, Scott saca fuerzas para escribir a su esposa. Scott se dirige también al mundo, al de más allá de los hielos y la muerte y trascendiendo sus propias circunstancias todavía escribe sobre los valores, las esencias del hombre.

Desde la cotidianidad de la vida corriente no es fácil este ejercicio de reflexión. Estamos demasiado apresados por lo que nos rodea, quizás por ello esta necesidad de silencio y aislamiento. 

Existe otro libro, también alentado por Portilla, Tierra de hombres, de Saint Exupéry, buen olfato de este amigo para las lecturas, en que él y su compañero se ven obligados a un aterrizaje forzoso en medio del desierto. Sin víveres y con apenas unas pocas gotas de agua vagaron por el desierto bajo un sol abrasador. Un beduino libio los encontró casualmente. Su historia de supervivencia en aquel entono es otro ejemplo de cómo las circunstancias pueden alumbrar en nosotros una suerte de especial clarividencia. Ese episodio marcó profundamente la vida de Saint Exupéry. En el libro el desierto se convierte en un símbolo sobre la fragilidad humana. 

No sé lo que durará la lluvia, así que debo controlar la batería del teléfono. Hace dos o tres años en los Alpes Austriacos estuve dos días sin moverme bajo esta pequeña casa de tela. Espero que en esta ocasión sea más leve. En este momento es esa clase de lluvia intensa que igual puede recordar los tiempos de Noé y su Arca. Tiempo para pensar.. . y dormir.


Mientras espero el segundo plato en el refugio Tognone, estoy sopesando los inconvenientes de dormir con la tienda totalmente empapada, cuando nos sorprende a los comensales un estruendo. Es el diluvio en pleno apogeo que se desploma sobre la montaña. Es un superchaparrón que cesa a la media hora. Miro el pronóstico, lluvia. No me resigno a quedarme en el refugio.

En estos refugios de altura, especialmente si están en la terminal de algún funivía o similar, no es barata la comida, pero se come realmente bien. Llevo unos días que como tan bien que casi me da un poco cosa, y es que uno no está acostumbrado a gastar tanto y tan seguido en restaurantes. Soy de los que nacieron en un entorno humilde y aunque con los años algo me he acostumbrado a hacer pequeñas incursiones en ciertos hoteles y restaurantes, digamos que no es algo que vaya conmigo. 

Me alejo del refugio con la sospecha de que hoy voy a dormir sobre mojado. Hablo un momento con el gestor del refugio, un hombre acostumbrado a ver pasar por su establecimiento todo tipo de gente, y sabiendo de donde vengo y a donde voy opina que es perfectamente normal que esta noche pueda tocarme dormir en una bañera. Hasta el paso Rolle, tres horas me dice, el sendero apenas gana o pierde altura. El bosque rezuma agua por todos los lados, pero está tan bonito y agradable de pasear… Además, mira por donde, hasta sale un poco de sol en algún momento y la cortina de nubes se descorre y aparecen enfrente toda la corte de los gigantes de esta parte del grupo encabezados por el Cimon de la Pala, Vezzana y Cima Bureloni.


El sendero es un corredor frente a todas estas cimas con las que poco a poco las nubes jugarán creando un hermoso espectáculo de ocultación en el que asoman por aquí o por allá las atrevidas cumbres del grupo. He cargado con agua y comida y querría caminar hasta las cinco, pero en el último momento cae la niebla sobre el sendero y empiezo a pensar que lo mismo en cualquier momento se pone a llover. Y llover y tienda empapada me iban a dejar en una situación un poco comprometida, así que decido que en el primer pequeño llano que encuentre me quedo. Y de nuevo mi ángel de la guarda, que es un ángel, valga la redundancia, me tiene preparado un prado en el lugar más atractivo que pueda pensarse. Un balcón precisamente frente al coloso del Cimon de la Pala. 

La tienda está empapada pero la lluvia aguantará a descargar el tiempo suficiente como para que todo el interior se seque. 

La visión desde el interior de la tienda es espectacular. El Cimon se desviste de nubes cada poco creando un encantador juego entre las nubes y las cumbres, pero el espectáculo no dura mucho, la niebla termina  engullendo todo y poco después la lluvia me obliga a cerrar mi afortunada ventana frente a las montañas. 































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