45,27970058°N, 07,23130435°E, 12 de julio de 2025
Una lluvia ligera me ha despertado de la siesta. Como daba tormenta esta tarde decidí aprovechar un balconcito sobre el valle de Balme antes de iniciar el abrupto descenso que me llevaría hasta el pueblo. La niebla subía lentamente y al poco de instalarme todo quedó engullido por la masa blanca. No estaba previsto parar por el camino, lo que va a tener consecuencias sobre la cuantía de mi cena, muy poco, pero me gusta. Es casi un milagro haber encontrado este metro cuadro para mi tienda en este mundo de empinadas laderas y roquedos enormes.
Ayer, bajando a Usseglio, miraba por donde continuaba la ruta al día siguiente y me parecía imposible que por allí pudiera subir un sendero. Todo el frente estaba ocupado por altas y escarpadas montañas por donde no se adivinaba una sóla posibilidad de ascensión. Sucede con cierta frecuencia, luego el sendero revuelta tras revuelta va encontrando el modo de sortear las paredes y todo aquel jeroglífico de rocas. Un bosque denso de vegetación y extraordinariamente vertical que subí, bien pertrechado de ganas, después de un buen desayuno que había tomado en un hotel del valle. En el Bivacco Matemático, un pequeño negocio que hacía de tienda y restaurante, compré alguna cosa, cogí algo de agua y tiré para arriba. Esperar a que abrieran hizo que demorara mi hora de comenzar a caminar, lo que me impediría llegar a Balme a una hora conveniente.

No tardó en envolverme la niebla. Me despisté un par de veces y tuve que recurrir al gps, pero fue una subida agradable. Recordé sonriendo que en el hotel me había encontrado con el mismísimo don Miguel de Unamuno, que unas mesas más allá daba cuenta de su desayuno con su señora esposa. La única diferencia de este don Miguel es que en lugar de las consabidas gafas de la época, aquellas que usaba de cristales circulares Unamuno, éste las había sustituido por unas algo más modernas. Con don Miguel viajé tempranamente a los veinte años en un 2CV por los bosques de Escandinavia. Recuerdo que en aquel viaje devoré y cosí a subrayados El sentimiento trágico de la vida. Eran tiempos en que bailaba en mi pensamiento esa continua lucha que trataba de desprenderse definitivamente de la tutela de la religión, y Unamuno alimentaba aquella lucha con verdadero vigor. Fue un hombre que admiré y leí con frecuencia, también en sus libros de viaje, él decía que la mejor manera de viajar era hacerlo lentamente en burro. Luego, mucho más tarde me rechinarían un poco los dientes sabiendo que en un principio había apoyado el golpe militar de Franco. Después se arrepentiría, pero ahí quedaba esa primera reacción como un gran manchón de tinta sobre su biografía.
Una vez atravesado el segundo collado, hoy no hay paisaje que valga, la niebla persistiría todavía hasta un poco antes del llegar al Bivacco Franco Giuliano, volví al libro de Hesse, Narciso y Goldmundo. Sorprende en Hesse la finura que derrocha mostrándonos un entramado psicólogico complejísimo. Donde un observador corriente acaso no viera más que una amistad y la decisión de Narciso de seguir su vocación monacal, Hesse encuentra un abundantísimo mundo de sentimientos contrapuestos, posibilidades entre las cuales al final termina abriéndose paso, en ese medio claustral donde la mujer no parece tener cabida, ese sentimiento universal, lo femenino, el amor. Entonces, como una crisálida, que hubiera estado ajena esperando el momento de la exclusión, aparece la mujer. Momento en que queda conclusa una especie de aprendizaje, en este caso entre monjes, que deja la novela, imagino, en las cercanías del final.
Tuve la tentación de quedarme más arriba cuando me encontré con un recoleto refugio, lo que llaman aquí bivacco. Sólo me asomé, un lugar acogedor, limpio, mantas, útiles de cocina. Estaba instalado en medio de un prado colgado sobre el valle. Me senté a reconsiderar si me quedaba a no. Lo primero que pensé es que era sábado y que probablemente estaría muy solicitado. Luego comprobaría que los posibles usuarios pasaban de diez, toda la gente con la que me crucé más abajo. Asunto definitivo. Un sitio pequeño concurrido y cerrado no es el mejor lugar para mis apetencias solitarias. Decidí seguir decendiendo. Más abajo aparecieron dos lagos de aspecto agreste totalmente rodeados de grandes bloques. Señal de que algo después encontraría agua. Efectivamente, antes de que el sendero se precipitara hacia Balme no sólo encontré agua, sino también el anhelado trocito de prado que mi tienda necesita.
Fin de crónica. Ahora sí que llueve, la música sobre la tela de la tienda acompaña el final de mi jornada.