Como el eco de una nana olvidada


Galicia. Cercanías de Cee (La Coruña), 29 de julio de 2008

El caminante está un poco despistado esta tarde. Por aquí, ya tarde, han rondado un par de chicas solitarias que acaso buscaran conversación; probablemente extranjeras; un gesto de saludo, la inclinación ligera de la cabeza, una leve sonrisa, eso fue todo. Vuelvo a ser el tímido de siempre. Quizás después de mi excursión por el mundo estoy regresando definitivamente a mí mismo, y después de lo de X todavía más a mí mismo, a eso que no sé si es solamente timidez. Aletea un revuelo de perfumes diferentes a mi lado cuando mi mirada roza la presencia de una mujer que me puede gustar, como el olor a tierra mojada que arrastra el viento cuando se aproxima lluvia, siento vibrar el aire con más intensidad. También la mujer puede ser lluvia y viento, además de mar, que siempre lo es en su infinitud y su misterio. Olor a lluvia, olor a cantueso agitado por el roce de las botas.


Hoy suena lejos el mar pese a su cercanía, está más calmado y su presencia viene de lo profundo, allí abajo, a mis pies, tras las amarillas y pinchudas aulagas. Más allá es la inmensidad de todos los días, más un gran peñasco en la línea de poniente contra el que rompen las olas. El faro empezó a girar hace un rato. Poco a poco el lugar se ha ido quedando sólo. Hoy también me arriesgaré a dormir sin tienda. Me da pereza moverme de este promontorio. El amor. Siempre lo mismo. La caricia de un recuerdo. ¿Para qué sirven tantos razonamientos sobre estas cosas (Foucault), la historia de la sexualidad completa si no es para recrear la propia experiencia de uno, para encontrar confirmado esto o lo otro que ya pensamos o contra lo que nos rebelamos? Acaso sea suficiente ese papel que sí desempeña de servir al espabilamiento de las resonancias. Lo racional del discurso tiene apenas importancia; es la fuerza de la sugerencia, lo que nos recuerda el texto sobre lo que debemos conservar, aquello por lo que todavía debemos luchar.


Sería mejor hablar de…
sí, de ese fragor que trae el viento de tanto en tanto
de grillos, del ocaso
del rumor de voces
del roce de las miradas,
decir que ya anoche
que en el horizonte
cuando apenas queda la claridad de la despedida
abrigado en el silencio
se oyó el murmullo de una oración,
o acaso fue tan sólo
el siseo de una serpiente.
Quién lo podría saber.

Qué debilidad la de las palabras
qué débiles nosotros
y sin embargo qué espléndido el mar;
rodeado de agua y cielo, de grillos
y no saber decir, no poder hablar
impotente, mudo, seco.
Sólo grillos, y esta amenaza de lluvia
sobre un promontorio que da al mar
infinitamente dormido, silencioso
triste como el eco de una nana olvidada


Una pregunta que se hace el caminante en algún momento del día, mientras a terminando con el libro de Foucault, y concretamente subiendo por la sierra costera desde la que se asomará a su fin de etapa, Finisterre, es por qué en los estudios reglados se deja a un lado la historia, por ejemplo, de la sexualidad, la de la vida cotidiana, la de los usos y costumbres, de la moralidad. Qué progresos, qué líneas de conducta el hombre corriente siguió y por qué. La historia de Foucault es un interesante exponente de nuestras raíces, de nuestros modos de vida. ¡Cuánto más provechoso e interesante sería para un ciudadano los hechos que se relacionan con el entorno de su propia vida que aquellos otros que, siendo de interés general y que corresponden a los conflictos y desarrollo de las sociedades son de muy inferior valía en lo que al individuo se refiere!
La sociedad, ateniéndose como es lógico a su propio provecho, en realidad lo que hace es someter a los individuos a su dictado cultural, moral, etc., que tomados como absolutos olvida la elementalidad de los objetivos educativos cuyo eje esencial debería ser el individuo. Preparar a las parejas para ejercer una paternidad responsable, al individuo para desarrollar las virtudes sociales, para aprender de la formación sobre uno mismo, para desarrollar sus potencialidades, para saber sobre el psiquismo humano, sobre la problemática de las relaciones, todas esas cosas que hacen de una persona alguien capaz de decidir sobre su vida; ¿están estas cosas en los programas educativos, en el ánimo de los políticos responsables?. ¿Para qué coño están las instituciones públicas sino para dedicar una parte considerable de sus recursos a estas cosas? ¿No será más bien que el individuo es para éstas esa pobre cosa destinada a consumir y consumir y que el objetivo real a la postre sea darle coba al personal, abonar disposiciones poco saludables para él mismo, no espantar la intención de voto, mantener el simulacro de un estatus de aquí no pasa nada?
Al caminante le ha dado hoy por la pataleta educativa, pero es que el caminante de vez en cuando se asoma al mundo y se pone tristísimo viendo una parte del mundo que ve. Se asoma al mundo y en el caso de hoy se da una vuelta por el siglo de Pericles y entonces se encuentra con que en el tema de la educación del ciudadano, pareciera que no sólo no hemos progresado sino que la Grecia de Sócrates y Platón tenía en mucha más consideración al hombre que lo tienen hoy nuestras democráticas instituciones.
A mí me parece vergonzosa la educación hacia la que nos dirige este mundo tan progre y desarrollado: blandita, servil hacia el educando (da usted su permiso, pareciera que hubiera que decirles antes de tratar de enseñarles o educarles); educación pelotera, consentidora y promovedora de la indolencia más triste, que, por supuesto, hace peligrar el derecho a una educación de calidad de aquellos que sí tienen interés en formarse. Una educación ñoña destinada a acrecentar el número de los espíritus débiles y dependientes; dependientes de otros, del sistema, de sus padres; todo menos personas autónomas.
Los individuos valedores de sí mismos, creativos, tenaces, salen difícilmente de un sistema como el que tenemos, al menos con la ayuda de éste, ya que si lo hacen será a pesar del sistema y del ambiente que éste genera. Ayer me tomaba una cerveza en un bar; en la televisión dos adolescentes pretendían hacer reír a los telespectadores durante una hora con una sarta de gilipolleces una detrás de otras coreadas por las consabidas risas; gilipolleces que hacían la burla más miserable de los responsables de instituciones educativas o incluso de los padres, de todo lo que pudiera haber de cuerdo en la sociedad. Ese parece que es uno de los alimentos educativos que ofrece el sistema con más prodigalidad, la media a la que accede la masa. Sistema, sí, ese gran monstruo que como un Dios rige en gran medida nuestras vidas.
Eso de individuos fuertes, hacedores de sí mismos, de su propia voluntad; individuos a los que no sirve incentivar con la holgazanería es algo que no se lleva. Los individuos no nos medimos ya con otros por nuestra integridad moral, por nuestras ideas, por nuestra creatividad o logros personales; hemos caído en la chabacanería de considera al becerro de oro como el dios absoluto y tras sus pasos y derivados hay que ir. El mercado manda, la masa hace al imperio.
El ideal de la educación en el mundo clásico era preparar buenos ciudadanos, pero sobre todo esa clase de individuos capaces de dirigir la polis; temperanza, voluntad, conocimiento, fuerza y destreza física que necesariamente acompañaban a la salud mental. Hoy preferimos pensar en otras cosas, preferimos tener a nuestros retoños bien instalados entre algodones; esa es la manera en que tantos padres demuestran a sus vecinos y allegados las bondades de su paternidad; algo que si llega el caso puede prolongarse más allá de los treinta años.
Si la única forma real de aprender es practicando, ¿cómo sera posible llegar a ello sin un entrenamiento, sin resolver problemas reales por nosotros mismos? Constancia, voluntad, paciencia, temperancia; ¿cómo lo aprenderemos? ¿Viendo la televisión? ¿Por Internet, jugando con la play station?
Mejor terminar, cosas demasiado tristes.
No viene a cuento, pero me apetece terminar frente al mar de esta noche con este hallazgo sacado de las páginas de Platon: De un bello cuerpo hacia los bellos cuerpos. O lo que es lo mismo: sólo la belleza y el arte nos redimirá.

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