Finisterre

Galicia. Oliveira (La Coruña), 30 de julio de 2008


Caminar tantas horas sólo termina trayéndole a uno malos pensamientos; malos o buenos, según se mire. La culpa la tuvo la terminación del libro de Foucault, todo un empacho en torno al mismo tema, el discurso de Diotima y el propio Sócrates, todo el planning que prepara Platón para que las generaciones futuras sepan amarse y gobernarse adecuadamente, y ello, como siempre sucede cuando camino, trenzado, engastado, mezclado con el propio discurso interior; tanto que a veces no sé si escucho a Foucault o lo que hago es oír mi propia voz interior, mi mundo alentado, alertado, levantados mis recuerdos y sentimientos como hojas venteadas en el suelo del bosque. Mis hojas vuelan, forman remolinos, quedan en suspenso detenidas por una súbita inspiración, un detalle.
Recuerdo cómo fui tocado. ¿Por qué no decirlo? Por la tarde, las cosas de Platón que leí en la mañana me parecen ligeras, anatómicas, algo muertas después que el amor fue abierto en canal para ver lo que había dentro. Y el faro de Finisterre se acerca poco a poco ante mi vista a punto ya del crepúsculo; y lejos se ve un velero como esos que dibujan todos los niños; y el mar es azul y el cielo tiene nubes blancas.
Los seres humanos necesitamos lugares donde ir y dar por terminada una labor, una meta donde llegar. Finisterre es un lugar de esos. Si Santiago no hubiera existido (este es el el final o el principio de uno de los múltiples caminos de Santiago) alguien habría inventado otra cosa.


Ya ni puedo ir más allá ni subir más alto, estoy en la picorota, un pedrusco de granito a donde llega la estela como una espada brillante del sol tendida sobre el mar señalando el camino de América.
Es posible que éste sea mi último día de mar. No sé por qué me voy, no lo sé, no tengo ni idea, pero me voy. Sentí que debía de irme e introducirme en caminos de tierra adentro y eso haré, ahora hacia levante, acaso de nuevo camino otra vez de otro mar, de aquel otro que abandoné el pasado invierno. ¿No es eso la vida, caminar de un lado para otro, hacer un camino para más allá comenzar otro? Unos terminan la semana el domingo para comenzar a trabajar el lunes; yo, como no tengo semana laboral, me tengo que inventar alguna artimaña para seguir viviendo dentro de esos ciclos de tiempo que parecen la camisa sin la que nadie es capaz de vivir.


Esta vez no fue un cuello, esta vez fue el arrebato de un gesto, la alegría más genuina en un acto. Visto y no visto saltó sobre mis caderas y quedé convertido en su montura. Arrobadora estampa.
Tiene que haber algo que precede a todas las explicaciones y que preceden al libro de Foucault. El amor explicado en otra dimensión. Que la naturaleza inteligente haya creado esta fuerza de sentimiento ciegamente… ¿cómo es eso?
¿O es que realmente la energía que despliega inespecífica aunque dirigida al otro sexo, alentada por nuestra complejidad, se convite en este sofisticado anhelar, como quien no pudiendo parar en una cuesta abajo…
Porque al final todas las explicaciones de los antropólogos tampoco aportan mucho al hecho real de esta penetración tan profunda en nosotros, a lo sumo lo ponen en manos del mandato biológico. Y entonces somos nosotros que, conscientes de esta energía como tal deberíamos aprender a dirigirla, no perdiendo el tiempo en lamentarse, de no poder alcanzar este u otro objetivo que la fuerza de la naturaleza lleva a etc.
Negar nuestra naturaleza como acaso quiere hacer el budismo, negar nuestras energías más latente y significativa, puede ser andar contra natura. Seguro.


Me desperté; el mar bajo su techumbre de nubes bajas estaba cruzado por dos franjas de azul, una más intensa que huía hacia el horizonte, y otra más clara, bañada de espuma que rodeaba el peñón oscuro sobre el que rompían las olas. Miro legañoso este paisaje tan conmovedoramente bello en la madrugada solitaria, me giro a la izquierda, me vuelvo a hundir en el saco. Desde que llegué al mar he perdido mi hábito de madrugar. Pero amenaza lluvia, caen algunas gotas y me resuelvo a levantarme. Bajo hacia Fisterras desentumeciendo mis piernas, un paseo agradable con el mar a mi derecha, con la costa de la ría a lo lejos cubierta de nubes. Mis piernas agradecen este caminar mañanero.


Entré en el baño y un olor a humedad peculiar me llevó a algunos hoteles de América Latina; hoteles de invierno; concretamente del invierno del Cono Sur. El bar estaba lleno con la clientela internacional típica de jóvenes corriendo por el mundo. El Camino de Santiago es uno de los lugares de concurrencia internacional más notorio. Quizás lo uno y lo otro produjo esta sensación de estar en aquel mundo, y que antes yo no recordaba que tuviera olor. Quizás las cosas, los rincones de la vida tengan todos olores que sólo reconoceremos accidentalmente en un momento posterior.


Hablo por teléfono en medio de un fuerte viento que apenas me deja oír. Tener hijos, esa inquietud para toda la vida. Acaso a ellos les suceda lo mismo con nosotros.


¿Será posible un día sustituir todas las inquietudes, la morosidad de una vida aldeana que se trague nuestro vivir a salto de mata, de tensión en tensión, ese tiempo en que pensé muchas veces, la llegada de la paz del tao, de la contemplación, del retiro? Porque estando tan ligado a estas motivaciones que hacen de mí caminante, lector, etc. de manera tan fuerte es, mirando desde ellas, contemplar a aquellas como alternativa, como alternativa acaso notable e intensa en su ese tiempo que habrá de venir.




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