Frailes, 06/05/10




Continúa el fresco. Y sin embargo el gozo del sol por debajo del flequillo de las ramas de los olivos. El café en los labios, el sabor de las magdalenas al postre de mi almuerzo obligado en el olivar. Sol de invierno. El canto del gallo del próximo cortijo.
Nada más remontar la cuesta del promontorio del cementerio de Alcalá la Real, la línea blanca de Sierra Nevada despunta en el horizonte. Desde hoy imagino su permanente presencia, siempre ligeramente a mi derecha, mientras me dirigo hacia la sierra de Cazorla. Día también fresco y soleado, excelente para caminar.
En un pequeño cruce de caminos donde corre un claro riachuelo y que aprovecho para poner un poco en orden mi higiene, pierdo el huilo de mi lectura y, de pronto, cuando la retomo, el protagonista, que estaba hospedado en un hotel de París, me lo encuentro tomando mate en algún remoto lugar de la Patagonia. Me extraña, pero sigo adelante, al autor no se le ocurre otra cosa que darse una vuelta por Calafate, en la inmensidad de la Patagonia sólo puede aterrizar en uno de los lugares más turísticos del subcontinente. Vila Matas estuvo un poco perezosillo en buscar un espacio para su novela, al menos que necesite no incomodar demasiado al lector, haciéndole la insinuación de una desaparición en la inmensidad del vacío patagónico, pero mostrándole de hecho un destino sobradamente conocido. Mala cosa para un deseo de desaparecer tan enorme como el del doctor Pasavento. No trato de averiguar como en mi riachuelo y mi baño pudo tan repentinamente insertarse aquel otro mundo, pero todo es posible en el arte de la imaginación, incluso ese paseo del doctor Pavavento a caballo en la inmensidad de la Patagonia donde hace disgresiones sobre Sirio, sin parar en acaso la dificultad para que Sirio pueda verse en aquellas latitudes.


Me entretengo banamente en un e-mail que recibí esta mañana en donde los abogados de un propietario de una extensa propiedad privada se dirigen al amigo Javier Peris para conminarle a que retire del Wikiloc una ruta que éste subió a dicha web, en base a que la misma atraviesa levemente la propiedad privada del propietario de unas tierras cuya representación ostenta el abogado. Y lo hace chulo como nadie en el mejor estímulo fatuo de los tinterillos, obedientes perros guardianes, de aquellos que poseen; y vaya usted a hacer exégesis de cómo se consolidaron tantas y tantas propiedades privadas, que no siendo de nadie en principio fueron poblándose de propietarios a largo de los tiempos la mayoría de las veces de manera hartamente flaudulenta. Eso sin contar que quien tiene demasiado obviamente en algún momento de su historia adquisitoria hubo un ladrón. Mala hostia ésta la de la propiedad privada en tantas ocasiones para los caminantes, como un servidor, por ejemplo, que pacífico y andarín lo único que quiere es solazarse al sol, caminar y estar en paz con Dios y los hombres, pero que con más frecuencia de la deseada se encuentra esos famosos carteles que pueblan el planeta: prohibido el paso, propiedad privada. ¿Qué hacer en tales casos, y qué hacer sobre todo cuando no hay manera de pasar por otro lado porque la propiedad privada es tan grande como la provincia de Guadalajara? Me contaba mi amigo Ignacio Aldea de una larga caminata años atrás por Sierra Morena en que tuvieron que recurrir a sofisticados procedimientos de orientación para poder atravesar la sierra, ah, los tiempos de Sancho y Don Quijote en los que ni alambradas ni alarmas, ni videocámaras se interponían en sus caminos y les daba la cosa para enderezar entuertos y para enseñorarse por los caminos todo lo que sus ánimos plugiere; ese ir y venir de Ignacio, su amigo y su burro, emulando que hubieron al aspirante al señor de la península Barataria que le cedería el hidalgo don Quijote, que continuamente se veían, Ignacio y su amigo, digo, con un interrogante en el camino en forma de alambrada de espino, valla eléctrica, guarda con el mosquetón al hombro.
Hora de seguir caminando. De aquí al siguiente punto de abastecimiento media una jornada de camino, ni un pueblo, ni un bar, nada, acaso la inmensidad de los olivares y los cortijos perdidos en las laderas como testigos de esa encantadora soledad andaluza.


No hay comentarios: