Banyeres de Mariola, 22/07/10





Hoy es mi cumpleaños, me enteré de casualidad; nada más abrir la tapa del ordenador apareció un mensaje de una web que me felicitaba; las máquinas habían ganado en rapidez a mi gente. Cuando conecté el teléfono en el restaurante, también éste se dio por enterado de que cumplía años, sesenta y dos: ¡cuántos años!, y total parece que fuera ayer que corría tras el balón en el patio del colegio de los salesianos de Estrecho.
Hoy la solanera había hecho mella en mí más pronto de lo acostumbrado. A lo lejos, bajando de la sierra, se divisaba, la ciudad de Castella presidida por una pequeña montaña coronada por un castillo. Será la primera vez que pille un restaurante en esta parte del recorrido; un restaurante, lugar donde calmar la sed y el hambre. Saliendo de allí me fui derecho a un pinar que se veía al fondo, contra la sierra.

Cuando me desperté, la sombra invadía agradablemente el pinar. El calor se había humanizado y era posible desperezarse sin prisas, esperando a que el cuerpo se fuera despabilando por sí solo. Desde que mis siestas están protegidas por el mosquitero, mi sueño se ha convertido, pese al calor, en un reducto acogedor que alivia mi cansancio y complementa el sueño de la noche, que siempre es escaso porque debe ceder su tiempo al camino. Caminar de noche o en las horas del crepúsculo o el amanecer es en realidad una de las cosas más agradecidas que existen en esta época. Así, que repuesto de la caminanta de la mañana y del sueño acumulado, me puse de nuevo en marcha. Ahora abandonaría el GR-7 por una ruta más conveniente para mi gusto. Al norte tenía la sierra de Mariola, que es parque natural; la atravesaría. Al fondo se veían montañas que debían de superar los mil quinientos metros. Cuando se estaba haciendo de noche me encontre con un camino cortado, una gran valla de madera impedía el paso. La salté. Hay mucha gente de pasta que copa el terreno que debería ser de todos, a no ser que se impusiera una solución intermedia como la de obligar a esta gente a conceder una servidumbre de paso; grandes extensiones de terreno que a primera vista para lo único que se utiliza es para que cuatro señoritos vengan a cazar dos o tres veces al año. Se hizo de noche; en cierto punto el gps me indicó que debía volver a saltar la valla; ahora caminando por terreno público. El camino ascendía lentamente por la pendiente. No, no llevaba saco de dormir, un punto que olvidé al diseñar este trozo de ruta. Más arriba la niebla cubría el monte. Bonito espectáculo para el caminante, un algo inesperado en este parte del recorrido, pinares, lomas que se agrestan, la niebla cubriendo con su velo suave el cuerpo de la montaña.
A la una de la madrugada decidí que ya era tiempo de dormir. Elegí la protección de un pino. Cené algo y me dormí como un bendito. Ni pizca de frío. Me había puesto todo lo que llevaba, camiseta, camisa, jersey y capa de agua. De vez en cuando salía la luna, brillaba alguna estrella entre las nubes. Durante la noche el relente fue dejando toda mi impedimenta húmeda, pero aun así no llegó a perturbar mi sueño. A las cinco de la mañana volví al camino, aunque tenía el cuerpo descansado, mi sensación era como me hubiera parado sólo un rato, la noche volvía a estar frente a mis botas, mis ojos; me invadía una agradable sensación de soledad y bienestar.






2 comentarios:

Marga Fuentes dijo...

¡FELIZ CUMPLEAÑOS!
Te voy siguiendo el camino.
La descripción y las fotos, preciosas.
Un beso,

Alberto dijo...

Gracias, Marga