Monasterio de Oseira, 25/02/13
Cuando salgo del albergue, al otro lado de la ciudad,
sobre una colina, la luna, gorda como un gran farol, está a punto de
esconderse. A la ciudad vieja la están lavando la cara, las calles
aparecen solitarias y como abandonadas; pero no más abajo donde el
bullicio madrugador de la primera hora ya ha puesto en movimiento a
la mitad de la ciudad. Mi gps del teléfono ha empezado a fallar y
termino dando un gran rodeo para alcanzar el puente sobre el Miño
donde comienza mi track. Salir y entrar en Orense, como casi siempre
en una gran ciudad, es bastante aburrido. Hoy Ramón me alcanzará al
final de una cuesta que se yergue a las afueras y que nos deja en la
cumbre de una colina desde la que podemos observar un bonito mar de
nubes que cubre todo el valle, la cuenca del río y el grueso de la
gran ciudad.
Un poco más tarde, quién lo iba a imaginar, haríamos
un segundo desayuno a base de torrijas que acompañamos con un licor
de hierbas. Era imposible no verlo, a la izquierda, atravesando la
pequeña aldea de O Reguendo se encontraba Casa César, otro hito en
este Camino de la Plata. César, de barba entrecana, tocado con un
gorro de lana bajo el cual asoma los ojos inteligentes de aquellos
que saben hacer de su vida un juego interesante, no tardó en salir
a recibirnos con un: en cinco minutos os tengo a punto unas torrijas
que estoy preparando. La fachada de su casa ya da el perfil de su
morador. Su hijo le acompaña. El interior, un espacio de techo bajo
y oscuro es un museo compostelano; las paredes son testigo de los
cientos de peregrinos que han ido dejando su huella en aquella casa.
Acompañamos las torrijas con un licor de hierbas servido de una
botella en la que sobrenada una gran manzana. El misterio en persona,
lo del barquito metido en una botella también es difícil de
comprender, pero hay gente habilidosa que lo puede armar desde fuera
pieza a pieza, pero ¿cómo coño se mete una manzana del tamaño de
un puño en una botella de alcohol? Bajo estas líneas está la
prueba irrefutable de que la manzana flotaba dentro de la botella. El
que quiera saber que pregunte, quizás en otra entrada de este blog
explique el proceso si hay algún curioso que quiera saberlo.
César no se conforma con que nos bebamos sin más aquel
licor, hay que brindar y lo hacemos cantando y a coro al modo de los
marineros que celebran su encuentro en algún lejano puerto del mar
de la China; así que adelante: él recita a trozos esa especie de
conjuro, como si de las meigas se tratara, y nosotros lo repetimos
parodiando su gesto con el vaso en alto. El brindis dice así:
Por ellas,
por las más bellas,
por las que nunca nos traicionan
¿por quién?
¿por las mujeres?
No
por las botellas.
Las torrijas, que me gustan un montón y que en casa me
cuesta un riñón que me las hagan, porque a la hortelana se le han
atragantado las torrijas desde hace más de treinta años y no hace
el esfuerzo por satisfacer los caprichos de su compañero de fatiga;
las torrijas, digo estaban de pm y con el licor entraban que ni se
sabe. Se estaba muy bien allí, pero había que seguir el camino, no
quedaba más remedio. Visitamos la hucha de César y después salimos
a fuera a hacernos las fotos de rigor, toda la familia reunida,
incluidos Dop y Vermell, no faltaba más. Nos despedimos
calurosamente, prometimos enviarles una copia de aquella foto
familiar.
Habría un saco de cosas que contar hoy, porque hablamos
largo y tendido durante todo el día (era la primera vez que
andábamos tanto tiempo juntos, que la mayoría de las veces sólo
nos encontramos por la tarde o a la hora de la comida, ya que yo
suelo salir bastante antes que él), pero se hizo tarde y mañana
quiero salir antes de lo acostumbrado para caminar un rato a la luz
de la luna, que ya se tiene sobre el horizonte justo antes del alba
esperando a que la haga compañía antes de desaparecer por poniente.
Monasterio cisterciense. Ramón ha ido a ver las
vísperas, a mí me falta tiempo para tantas cosas y, además, no sé
por qué, he empezado a oler a mi alrededor a sacristía y no me
gusta, mis relaciones con la Santa Madre Iglesia son más bien de
desafecto, aunque bien es cierto que nada tengo contras estos
austeros monjes cistercienses que hoy a mí me parecen una pura
reliquia de otro tiempo. En la regla de san Benito se dice que ha de
recibirse al forastero como si fuera Cristo, pero el albergue se paga
y la visita al monasterio, visita de no más de diez minutos porque
el encargado tiene mucha prisa, cuesta tres euros.
El albergue es un lugar helador con bóveda de piedra de
medio cañón, en donde hay instaladas tres filas de literas. Al
fondo se encuentra un trasto de esos grandes de calefacción, pero un
letrero de un palmo advierte: NO TOCAR. El monasterio es un enorme
complejo de piedra de corte herreriano.
Por lo demás en este monasterio cisterciense no han
inventado la calefacción y se me están quedando los píes como
témpanos, así que buenas noches.
4 comentarios:
Recibido y anotado el mensaje, chavalote, pero que conste que hace dos años ¡hice torrijas!
Buen camino a los dos.
Beso
Que buena pinta tiene la etapa, como recuerdo esos días de niebla en Orense "la terra da chispa", estuve trabajando por allí durante un año y esa máquina de tren me lo ha recordado, en los años ochenta se encontraba frente a la estación pero esos edificios ya no me suenan.
Imagino el rato agradable con César "debe ser el hermano secreto de Robert de Niro" refugiado en Galicia huyendo de la fama.
Manuel, ¿a tí que te parece una moza, la mía, que me hace torrijas cada dos años? Cómo no voy a irme de casa a buscarme la vida por ahí si no me hace torrijas más que de higo a brevas... Las de César estaban buenísimas y por supuesto el licorcillo que las amenizó.
Desde Sanabria a acá el camino es espléndido, me está encantando. Creo que voy a seguir con Ramón por los menos hasta el mar. Seguiremos el camino norte. El cuerpo me sigue pidiendo camino, así que continúo tirando para adelante.
Manuel, ¿a tí que te parece una moza, la mía, que me hace torrijas cada dos años? Cómo no voy a irme de casa a buscarme la vida por ahí si no me hace torrijas más que de higo a brevas... Las de César estaban buenísimas y por supuesto el licorcillo que las amenizó.
Desde Sanabria a acá el camino es espléndido, me está encantando. Creo que voy a seguir con Ramón por los menos hasta el mar. Seguiremos el camino norte. El cuerpo me sigue pidiendo camino, así que continúo tirando para adelante.
Publicar un comentario