Un dilema moral





Orense, 24/02/13


Un pájaro solitario me recibe entrando en la localidad de Xunqueira de Ambia. Está amaneciendo. El mismo que a mitad de marzo en nuestra parcela no me deja dormir y me obliga a irme a la cama con los tapones de cera. El ruiseñor de todas las primaveras me recibe hoy, mañana heladora pero que no arredra a este enamorado en ciernes. Como se ve todo el universo lleva una primavera dentro del cuerpo que le obliga, nos obliga, a hacer todo tipo de tonterías.


Junto al río, que cruza el puente romano, el jolgorio de los pájaros es una fiesta junto a los carrizos y las desnudas sombras de los árboles. Acabo de dejar la desolada loma de los brezos donde el frío era intensísimo y ahora me reciben los pájaros. Sí, por qué cantarán los pájaros, ahora que todavía el frío es tan intenso, que la primavera está tan lejos. Me parece que cada vez encuentro más semejanzas entre estos pequeños animalejos voladores y nosotros, los humanos.



Me temo que el caballero andante y el caminante están empezando a echar de menos a los especímenes del otro sexo, se les ve en la cara, en el ánimo, en el modo como miran a las pocas hembras que se cruzan en su camino. Porque sí, mucho ruido y pocas nueces, muchos kilómetros, muchas aldeas atravesadas, mucha aparente aventura de caminantes empeñativos, pero desde las tierras de Extremadura ni una sola mujer que les consuele de su casto deambular por estas tierras de la Ruta de la Plata. Y es que ni el caballero andante ni el caminante han hecho voto de castidad -el Señor no lo permita- y andan a cada dos por tres dándole vueltas a esa mujer abstracta, más concreta que todas las cosas, que fluye de tanto en tanto por obra y gracia de los neurotransmisores por el sistema límbico, llenando la sangre de añoranzas irreprimibles. Y debe de suceder como a los pájaros, que incluso con el frío que pela hacen ejercicios de Tenorios con su atiplados cantos de ruiseñores. Ninguna novedad en el frente si se piensa en otros eminentes caballeros andantes como fuera don Quijote, que muy chulo él se lanzó al mundo a desfacer entuertos pero a la primera de cambio, tan pronto se dio de narices con los molinos de viento o recibió los almohadazos que le propinaron en la primera venta en la que se hospedó, a la primera de cambio, digo, ya andaba loco de remate añorando a una hipotética hija de aquella tierra cuyo nombre respondía al de Dulcinea del Toboso, una aldeana fregona que en la mente de don Quijano aspiraba a reina o princesa de la península Barataria, si mal no recuerdo; como era de esperar se convirtió en la musa del momento. Vamos, que a un servidor, e imagino que al caballero andante, cuyo caballo no es Rocinante, sino que responde al muy catalán apelativo de Vermell, le sucede otro tanto de lo mismo.



Ramón, que a última hora estaba anoche leyendo mi último post, me dijo que tenía buena pluma. Y yo sonreí y me fui para los dormitorios pensando en todos los hombres con pluma con los que me he cruzado, y puedo repasarlos casi uno por uno, curiosos personajes, cuyo timbre de voz hablaba por ellos de la misma manera que en otros hablan sus opiniones, sus movimientos, su aire de suficiencia o una timidez que les sale del fondo del alma. Uno de estos, lo recuerdo perfectamente, nos preparó a Victoria y a mí un par de bocadillos en un refugio que a duras penas pudimos localizar de ofuscada que estaba toda la montaña en la niebla, fue atravesando los Alpes. Tenía una alegría muy especial aquel hombre, su voz y sus movimientos tenían un nosequé de gran señor que también era otra característica notable de un camarero en un restaurante de la calle Atocha, un hombre distinguido y con cierto parecido al exbanquero Mario Conde. El aire de distinción no es mi fuerte, que frecuentemente me puedo llegar a encontrar, no siempre, un tanto arrugado y medroso ante situaciones que me desbordan o ante personas determinadas que sobresalen por su distinción o su estatura; si es mujer todavía peor, más si es su belleza excesiva la que sobresale o su inteligencia. No siempre, advierto, que si la cosa se presta cualquier eminencia me puede parecer un soberano gilipollas, en cuyo caso mi yo se crece tanto que puedo mirar al susodicho como si fuera... vale ya, tío, que te vas por los cerros de Úbeda... Sí, me hizo gracia eso de que tuviera cierta reconocida pluma. Ahora como la pluma no se usa deberíamos ir poniéndonos al día con algún modismo adaptado a las circunstancia. Le decía ayer tarde a Ramón... y dale con Ramón; claro, es casi la única persona que veo al cabo del día... qué le vamos a hacer; le decía, digo, a raíz de eso de la pluma, si no había experimentado él ningún placer sensual relacionado con el tacto que proporciona el teclado de un portátil... y el tío me miraba con ojillos interrogantes, evidencia manifiesta dc que eso le sonaba a chino. Y entonces le conté de mi relación tan especial con los teclados, más sutil y más sensual que una vieja pluma que usaba hace veinte años y que perdí en un día de lluvia en uno de los numerosos parques públicos de Londres; un teclado maravilloso que tenía un viejo portátil Compaq que me acompañó en un largo viaje de medio año por Sudamérica, que se aproximaba a los tres kilos pero con el que yo tenía una especial relación casi idílica, suave, obediente, cálido; el teclado de mi portátil era todo aquello que puede tener el cuerpo de una mujer joven. Si en algún momento hubiera tenido la necesidad de hacer un ejercicio de onanismo no hubiera dudado en recurrir a la aterciopelada textura de aquel teclado para alcanzar un alto nivel orgásmico.



El barro, costroso y crujiente, da una idea del frío que hace esta mañana; el campo está adornado con el amarillo de las aulagas. En Xunqueira están montando el mercado: marroquíes, negros, gitanos; tras la iglesia está el bar. Y desayuno y después echo a andar camino abajo y me siento contento y bajo cantando y recuerdo inviernos de una temprana juventud. Junto al puente romano los pájaros son legión, cantones, jolgoriosos, celebrando ese primer sol que ha empezado a filtrarse entre los álamos del río. Como siempre mi cámara no descansa, acaso sea un tanto reiterativo, pero no importa... ¡está tan hermosa la mañana!



Y más adelante, aunque el tiempo se está volviendo a estropear estoy tan animado que vuelvo a mis lecturas serias, un tocho de Henry Lefebvre que habla sobre Hegel, Marx y Nietzsche. Es placentero leer sin cuestas, camino sencillo, todo el día para pensar, leer o hacer lo que quieras, no hay que arreglar nada, no hay que limpiar, entre otras cosas, porque quien arregla la casa ahora es mi moza, estos días liada con la bomba del estanque de los peces que ha dejado de funcionar. La lectura como trabajo, como labor necesaria para ayudarte a comprender el mundo.


Anoche se nos quedó bailando en la cuerda de un interrogante un tema de raíz moral. El problema que se origina cuando las necesidades de dos personas, hablábamos de relaciones entre hombres y mujeres, no se ajustan en su intensidad, en su duración o en su continuidad. ¿Qué sucede cuando uno de los dos no siente ya ese empuje que le llevó al otro?, ¿cuál es la posición moral que ello origina?, ¿es lógico seguir manteniendo una relación, simulando un deseo, un afecto que ha perdido gradiente, que quizás ha desaparecido, pero que se mantiene vivo en la otra persona todavía?

Esta mañana leyendo a Lefebvre se me ocurrió que había algo en esa situación que guardaba cierto paralelismo con el hecho de consumir. No sólo intercambiamos objetos, cosas, servicios, intercambiamos también otro tipo de necesidades. Si miramos estas cosas desde un plano general y atendemos al concepto de consumismo mediante el cual tratamos de satisfacer un deseo obteniendo un objeto y consumiéndolo, es decir provocando en el momento de satisfacer la necesidad la destrucción del objeto a consumir, encontramos que, aunque cueste reconocerlo, una parte notoria de relaciones que desearíamos tener se atienen al mismo principio de nacimiento del deseo, satisfacción del deseo y pérdida subsiguiente de esa tensión que nos empujaba a encontrarnos con una persona del otro sexo. Por supuesto que no siempre es así, faltaría más; pero esta diferencia marca una problemática a veces sin solución. Saber de las propias necesidades, de las necesidades que son tuyas y son mías y por tanto de la complementariedad, pero saber también de la posibilidad del conflicto en este ajuste de necesidades satisfechas en donde no coinciden unos y otros, en donde unos quieren más y a otros les es suficiente, parece que sería el principio natural necesario para evitar acaso un desgarramiento provocado por la inhibición de uno frente a la necesidad del otro.



Hoy era tan agradable caminar, tan apacible y tan sin tiempo, que sentía como si en el día fuera a caber todo lo que se quisiera echar, que incluso después de una larga reflexión en torno a los párrafos anteriores, tuve tiempo para comenzar otra andadura con una novela de Junichiro Tanizaki, Hay quien prefiere las ortigas. Mi afición por los autores japoneses viene de lejos. Quizás alguna primavera encuentre ánimo para viajar a Japón y atravesar las islas a pie; sería un bonito reencuentro con muchos autores y directores de cine. La insistencia en la aparición de una iconografía reiterativa que se centra en imágenes como el florecimiento de los cerezos, la silueta del Fujiyama o los ritos de la ceremonia del té hacen de estos elementos un aspecto familiar que sirve de marco introductorio a muchas de las narraciones que se centran en aquellas islas. La extrañeidad de una cultura ajena a la nuestra se disuelve poco a poco en contacto con muchas de estas variables.

Cerca de Orense me sorprenden las mimosas cargadas de llamativas flores amarillas; también hay rosales floridos y grandes narcisos, que en casa no son capaces de desarrollarse hasta finales del mes de marzo. Junto a las flores, más allá, unas pintadas reiterativas e ilustrativa de la casta política que nos gobierna: NO LES VOTES, dicen las pintadas.



El encargado del albergue, Carlos, un poco chuleta y lanzado no sólo no tiene soluciones para colocar un caballo o un perro sino que además amenaza con que si os pilla la policía municipal, etc. Y, como me acabo de tomar una copita de magno y he comido muy bien le digo que naranjas de la china, que de eso nada, que si se ponen será la policía o la guardia civil que lo tengan que escoltar a la troupe por donde proceda. Y después de eso no se disculpa pero esgrime otro tono a modo de disculpa y narra sobre otros casos. Currantes sin más, sin ninguna vocación de echar una mano; tampoco hay mantas y que a las diez se cierra el albergue. El tío lo que quiere es seguir jugando con el ordenador que tiene en su chiringuito. Si le pregunto por la clave del wifi me dice que la busque en cierto tablón de anuncios que a lo mejor está ahí. De puta madre. Por demás el wifi no necesita clave, como puedo comprobar más tarde.


Ramón llega un rato después. Concluimos el día haciendo un recorrido turístico por el centro de la ciudad, ciudad de piedra, ciudad hermosa con el río al fondo arrullando la noche urbana.





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