Sobrayu, 15/03/13
La chica de mi cuento, que es
poeta como un servidor y que le gusta igualmente el sabor de la fruta
madura, hubiera deseado ser Isadora en vez de Marichu; no hay cosa
más fácil que cumplir, así que el caminante, subyugado por este
repentino embrujo de lo femenino que le asaltó anteanoche y que
logró mágicamente hacerse realidad gracias a alguna meiga que debía
sobrevolar los andurriales del bungalow que habitaba, recurre al agua
bautismal, la derrama sobre la rubia cabellera de su nueva amiga y la
rebautiza con Isadora. Y como no hay cosa mejor que tomarse las cosas
de la vida con sentido del humor consintamos igualmente en hacer
verosímil este cuento de final de invierno en donde la invocación
que reiterativamente hizo el caminante a los lares y penates del
camino para que dejaran llover del cielo el fémino zéfiro que todo
lo nutre y sustenta sobre la vida del planeta, se vio cumplida con
creces por la presencia de esta diosa de los caminos que responde al
nombre de Isadora; Isadora la de los pies ligeros, la bailarina
genial de los años veinte del pasado siglo, de la que ella adoptó
su nombre de reina indiscutible del baile.
Ah, amantes de los caminos,
amantes de las mujeres, amantes todos del regazo maternal, amantes
del origen del mundo de donde todo mana o donde todo anhelo se
sumerge; amantes, seamos agradecidos y demos gracias a los dioses por
tanta ventura, por tanto encuentro, por el sabor del melocotón, por
la extrema y cálida suavidad en que transcurrieron las horas hasta
el alba. Ni Odiseo el de la larga ausencia, ni Aquiles el de los pies
ligeros pudieron encontrar en sus ajetreados viajes mejor descanso
que el que encontró el caminante al cabo de una larga jornada de
lluvia y nieve.
Si turulato quedó Genancio, el
protagonista de la novela de Camilleri cuando Marucha, la mujer
sirena, apareció ante sus ojos, no menos dejó de sucederle al amigo
del caballero andante, un servidor, cuando se vio entre los
acogedores brazos de la bella Isadora.
En fin, que el sol entraba a
raudales por los grandes vitrales de la habitación del hostal cuando
la aparecida Isadora y el caminante decidieron levantarse y darse a
la tarea de buscar algún chiringuito donde desayunarse y reponer
fuerzas. El caminante, como se ve, no madrugó, ni siquiera se
despertó atosigado por la hora del alba que lo persigue desde hace
dos meses; el caminante durmió como un bendito, a pata suelta, el
caminante soñó con los pajaritos, soñó que una princesa lo había
embrujado y que flotaba dulcemente en una algodonosa nube de caramelo
donde la vida era sencilla y hombres y mujeres en vez de tirarse los
tejos y arrancarse los cabellos folgaban y disfrutaban de los
sencillos placeres de la vida.
Isadora y el caminante pasearon
por la ría de Villaviciosa donde colgaban nubes gordotas con la
barriga cenicienta; el caminante e Isadora se hicieron las fotos de
rigor, testimonio de que no todo había sido un sueño. Más tarde
Isadora regalaría unos versos de su cosecha al caminante y
finalmente éste acompañaría a la rubia Isadora a una prosaica
estación de autobuses que nada armonizaba con el contexto de este
cuento, pero que no había modo de evitar. Pena, porque el caminante
hubiera preferido despedir a su princesa desde la borda de una goleta
con un pañuelo de seda ondeando en su mano al viento. Adiós,
adiós... hasta que el barco y la princesa quedaran separados por la
inmensidad azul del mar.
Tras la partida me metí pa el
cuerpo un exquisito risotto de gambas que me sirvió la bella
molinera, perdón, una joven y bella camarera, y me puse en camino en
dirección a levante. Poca cosa, sólo seis kilómetros, hasta la
pequeña aldea de Sobrayu donde de la escuela, como otras veces, han
hecho un albergue de peregrinos.
Me estaba tomando una cerveza
junto a la ventana del albergue, cuando apareció Patxi, Francisco
Uriarte Arcaruz, sesenta y nueve años, caminante también, con un
discreto macuto a la espalda. Llevaba en el cuerpo treinta y seis
kilómetros y apenas se le notaba. La hospitalera, Sonia, se ofreció
a traernos una botella de vino de pueblo próximo para acompañar
nuestra cena: una tortilla, una ensalada de atún, queso y chorizo.
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