Un nuevo Papa bajo sospecha





Ribadesella, 16/03/13


Un lugar de excepción: salón, mi mesa de madera noble frente a un gran ventanal que da al mar en primera línea de playa, una estufa al lado, un edifico con solera, el Albergue de la Juventud Roberto Frasinelli. Las circunstancias: el normal cansancio de un largo día de marcha. Enfrente: enormes olas que rompen su perlado verde desvaído sobre la playa solitaria; el cielo: encapotado (quien lo desencapotará, el desencapoteador que... etc. El tiempo vuelve a estar cerrado y amenazante), ceniciento con largas franjas claras cruzando el cielo; el mar: más claro que el cielo, con la línea del horizonte sujetando su encaje de olas del primer plano; lejano, pero a la vez próximo, íntimo, el mar de invierno con el que tantas veces sueño cuando estoy en casa. En casa siempre deseo pasar un invierno en un lugar como éste, acaso en una pequeña casa construida en lo alto de un acantilado desde donde oiga la rompiente de las olas y pueda ver a las gaviotas graznar estrepitosas a la caída de la tarde; pero de casa es difícil salir, me apresa el fuego de la chimenea, un primo hermano del mar que ejerce sobre mí un influjo sedante y apasionante. Con el mar se sueña como se sueña con una mujer, ambos, su susurro, el rumor de sus pasos, su misterio, la tenue caricia de su brisa, son aliento vital de una esperanza siempre latente en mis células. Sí, también la montaña, no dejemos fuera la montaña, tambien la montaña es la mía amada; ella fue mi escuela primaria, mi bachiller, mi universidad, si soy lo que soy una parte importante se lo debo a ella; allí aprendí a hacer del esfuerzo y del peligro uno de los elementos esenciales de la vida. Con la montaña soñé durante décadas.



Hoy era irónico pasar sobre un puente bajo el que atravesaba un caudaloso río que iba a disolverse en el mar. Tomé una fotografía de ese paisaje. Era irónico, recordaba una de esas coplas de Jorge Manrique que nos hicieron aprender en la escuela. El hombre estaba desesperado por la muerte de su padre y hacía de la imagen del río y del mar un recurso para su dolor; también lo podría haber interpretado de otro modo, como la gran fusión del ser con el Todo, el reconocimiento definitivo de nuestra pertenencia orgánica, parte siempre nosotros de una universalidad que sólo en momentos de gracia somos capaces de percibir. El encuentro así del río con el mar sería la conciencia del encuentro de la individualidad con el todo el universo, todos parte indisoluble de una armonía universal en donde la muerte y la vida son formas en que se manifiesta nuestro ser.



Las olas, poderosas, solemnes, rompen en un enorme abrazo sobre la espuma que cubre la arena; la playa aparece blanca como un campo de nieve.


A pocos metros del pueblo, en un tiempo que ahora frente al mar me parece tan lejano como los abrazos de Marichu, el camino dejaba la última y solitaria farola para hundirse en la oscuridad, el bosque, el barro. Ya me lo había adelantado Patxi, barro hasta la rodilla. No fue para tanto, y por lo demás tampoco era desagradable. A mi derecha el estruendo de un riachuelo era un tanto aparatoso; la luz de mi frontal buscaba el modo de sortear las pequeñas lagunas que ocupaban de parte a parte el camino. Mis botas son viejas, pero se defienden, no llegué a sentir humedad en su interior, pese a que en ocasiones caminaba con el barro hasta la mitad de la caña. No obstante estos caminos tienen mucha más gracia que aquellos de días pasados chapoteando agua por el asfalto de una nacional.


Parece como si a los pájaros, mis amigos matinales del camino, no los oyera desde semanas atrás; semanas de lluvia, de ajetreo, de ciudad, de asfalto. Me proponía oír a Hayden pero al pasar por un bosque de eucaliptos el jolgorio de los pájaros es tan encantador que desisto. Cuando he atravesado el bosque ya he cambiado de opinión en mi elección musical: Jo, hostia, cómo sonaba en esta hora del alba la voz de Kiri Te Kanawa, un disco que me regaló la hortelana y que me sé de memoria, pero que hacía años que no escuchaba y que esta madrugada consigue ponerme los pelos de punta; arias de Puccini no más pero que son como el filo caliente de una cuchilla de afeitar que atraviesa mis sentidos hasta llegar a las células más alejadas de mi cuerpo.

Non ti scorda di me, canta en cierto momento la Kiri Te. Don't foget me, ne m'oubliez pas. Sí, el nombre de una flor diminuta de un aterciopelado azul que nace en las laderas de la alta montaña. Cuando el amor es cálido y arrollador, cuando nadie piensa que aquello puede tener un fin y el solo hecho de pensarlo rompe el pecho a alguno de los dos.



A pocos kilómetros del mar, mientras amanece, las montañas lucen nevadas sobre la grisalla de la mañana. Desde las alturas se ve bajar el sendero lentamente hacia el fondo, hacia el mar. En Colunga el caminante entra en un bar y dice unos buenos días alto y animoso, pero nadie le contesta; cinco hombres, cada uno su café con leche y su periódico delante de las narices parecen absortos en alguna remota circunstancia; tiene que venir el barman a responder a su saludo. En la televisión se pone en cuestión el comportamiento del nuevo Papa en los tiempos de la dictadura militar argentina. Frente a unos micrófonos tres cuervos de riguroso luto tratan de torear el temporal negando la colaboración del nuevo Papa con la dictadura militar argentina. De inmediato aquello me huele un tanto a podrido. No estoy informado, no sé, pero sí conozco muchos datos de aquella barbarie y estoy convencido de que el valor, la honestidad y el carácter solidario de un hombre se mide, sin ninguna duda, en actos puntuales de la historia de un país, y de la misma manera que Pio XII bendijo los tanques fascistas quedando para la historia de la humanidad como un cretino, podría suceder que sabiendo cuál fue el comportamiento del nuevo Papa en tiempos en que los generales mandaban destripar los cadáveres de sus oponentes y los tiraban al mar desde los aviones para hacer imposible encontrar sus cuerpos, alcanzaríamos a saber más de él de lo que nos pueda narrar una voluminosa biografía.


Me persigue esta idea mientras a mi izquierda el mar rompe hermoso, perlado por un cielo de nubes que de momento no amenazan lluvia. El camino, una pequeña senda que serpentea por encima de los acantilados, es un balcón ante el magnífico espectáculo del mar. El nuevo Papa está bajo una grave sospecha. Quien no denuncia en voz alta y sin ambages un genocidio como se estaba produciendo en Argentina, de alguna manera se hace cómplice de ellos. Vuelvo a repetir que será interesante conocer cuál fue el papel de este hombre entonces para saber el grado de credibilidad que pueda merecer.


Lo último que leo esta tarde sobre este asunto: Lamentablemente la Iglesia, tanto argentina como el Vaticano, apoyaron a la dictadura y no les interesó nada el problema de los derechos humanos", afirma el abogado de derechos humanos Marcelo Parrilli. Si esto es cierto, las palabras del abogado me parecen extremadamente suaves, tendríamos a otro representante de esa cosa que es la Iglesia, apóstata siempre del Evangelio, indigno de la figura de ese Jesús rebelde que fue capaz de liarse a palos con los vendedores del templo. Si alguien es capaz de convivir con los horrores de lo que sucedió en Argentina durante tantos años, apoyando incluso a los asesinos y culpables del genocidio, es obvio que la calificación moral que merece no es menor que la de aquellos que apoyaron o no denunciaron el exterminio nazi de los judíos.

Como asunto añadido me llama la atención la parafernalia vaticana como siempre. Un encuentro del Papa con periodistas acreditados, seis mil, dice de la dimensión del folklore en que anda todavía el Vaticano. Sí, lo he dicho alguna vez más, si Jesús resucitara otra vez le daría un patatús y mandaría a toda esta gente del Vaticano con viento fresco.

El recorrido junto a la orilla del mar revistió la jornada de hoy de un goce que se vio acompañado por el recuerdo de otras muchas trotadas por las rías de Galicia. El camino continúa.


Desde aquí gracias a Juani, la encargada del albergue que ha tenido la gentileza de hacerme cómoda y provechosa la estancia aquí.











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