Pilar la cocinera





Albadín, 05/03/13


Amanecía. Sobre el asfalto, en grandes letras amarillas, cruzando la carretera de parte a parte a modo de saludo de bienvenida estaba escrito: Vilalba, pueblo cacique... Los caciques. Desde que el mundo fue mundo, siempre la misma historia. ¿Quien decía que el dominio del poder es el reino de los mediocres, los mediocres, los aprovechados, los que gastan su vida en comprar votos o en inventar galimatías para estar ahí, unos cuantos peldaños más altos que los demás?


Muy temprano, antes de que me llegara mi hora de lectura, me sorprendí a mí mismo diseñando un nuevo proyecto. Semanas atrás, después de encontrarme con un coreano pensé en que podría dedicar la última mitad de la primavera a recorrer Japón; pero Japón quedó lejos después de tantos kilómetros de marcha; los proyectos pueden ser como las olas, unos arrasan a otros, o se disuelve sobre la arena de la playa, o se evaporan con el calor del verano. Pongamos una vela a la virgen para que las cosas sigan funcionando así. Miedo me da que un día me levante y no sepa qué hacer; sería el gran drama, un día sin expectativas puede ser un pájaro de mal agüero sobrevolando como una sombra nefasta sobre el porvenir. Ahora empezaba a rondarme la idea de imitar a Ramón y dar la vuelta a España en tres o cuatro etapas a lo largo del año. Empecé incluso a construir el itinerario. Una vez llegado a Irún podría descender a coger el GR-1, un viejo proyecto que quedó algunas veces en el aire, itinerario raramente señalizado y acaso no diseñado en su totalidad pero de los que encontré un número de tracks suficientes como para ir desde la Cordillera Cantábrica hasta Ampurias, un largo camino por el Prepirineo. Luego en Ampurias podría tomar el GR-92 que lleva por la costa mediterránea hasta Algeciras; desde allí podría continuar por la marisma de Doñana, siguiendo las huellas de Ramón, para alcanzar más adelante de nuevo Sevilla. Un bonito proyecto. Le di vueltas durante un par de horas. Me pareció un proyecto aceptable, recorrer en una parte de la primavera el Prepirineo, caminar junto al Mediterráneo pasada la fiebre veraniega y acaso concluir el último tramo al principio del invierno.



Aproveché hoy muy bien la hora previa al amanecer y el tiempo que siguió que no era frío y que dejaba sobre los campos una bonita luz de invierno. Si tuviera que hacer una colección de retratos del camino, Pilar, la parlanchina y cordial corinera que nos atendió ayer durante la comida y la cena, debería ocupar un lugar preferente. Si tuviera esa buena pluma (ejem) que elogia Ramón quizás fuera capaz de ello, creo que sería un documento valioso ir recogiendo en una colección de retratos todos esos personajes con los que vamos encontrándonos a lo largo de nuestro itinerar por las tierras de España. Retratos que, de ir acompañado con buenas fotografías podrían constituir un hermoso trabajo. A veces suceden cosas así, el camino da para mucho, sólo hay que tener paciencia y disposición para recoger los testimonios y dedicarles el tiempo suficiente. Pilar es una de esas mujeres buenas (qué cosas, ¿verdad?, utilizar este adjetivo, que tan sobado e infantil podía resultar en la niñez y que ahora, a mí por lo menos, usado en este contesto me parece una excelente forma de describir a alguien), es una de esas personas buenas que rebosan una humanidad a prueba de bomba. Es regordeta, de ojos despiertos, extrovertida, de fácil conversación; a los pocos minutos de hablar con ella uno se siente tan en casa o con una confianza similar a la que tendrías con una amiga que conoces de toda la vida. Franca, sincera, directa y tan natural como el agua fresca y despreocupada por los arroyos de las montañas en un día de primavera. Se acerca, hace un par de preguntas y enseguida la oímos hablar de su madre que es mayor y a la que tiene que atender, razón por la cual no puede entretenerse mucho con nosotros. Habla de la gente que se aproxima al restaurante a pedir comida, muchos, dice. Ninguno se va sin llevarse un bocadillo o sin haber comido un caldo gallego. Y me acuerdo de la pata de palo de la mañana del día anterior, una mujer que atendía el bar y que a mis buenos días alborozados y audibles desde todos los rincones del bar, ni siquiera se dignó contestar. Cuando se lo comento a Pilar, ella me habla de ese mal tan crónico de tanta gente: la ignorancia; no los llama malos, son ignorantes.



Y lo bonito que se hace el mundo cuando te encuentras con gente amable. Hoy me crucé con tres peregrinos, uno alto y grueso, tocado con un gorro de ala ancha de esos que llevan los scouts, otro chiquitito y callado que no abrió la boca y una tercera, una chica alemana delgadita y con cara de tímida que se había unido a la comitiva. Charlamos casi atropelladamente, todo el mundo tiene noticias, algo que decir, algún chascarrillo de las etapas anteriores, algún personaje que conocieron. Ramón, que marcha lejos detrás de mí seguro que no deja de preguntarles por la viabilidad de que Vermell pueda atravesar el puente de Ribadeo, medio kilómetro de puente peatonal que unos dicen que tiene menos de un metro de ancho y otros lo alargan hasta metro y medio. Si el caballo y sus alforjas no puede atravesar el puente tendremos algún pequeño problema, o una larga vuelta para rodear la profunda guía en perspectiva.



También en el refugio encontramos gente amable hoy, primero el hospitalero, Alberto, un hombre servicial y comunicativo con el que compartimos un largo rato de conversación. Después vendrían una pareja de austriacas, mujeres maduras con las que compartiríamos un vino y nuestro chapucero inglés.



El café de después de la cena lo tomaríamos en el bar. Volvía a jugar el Madrid; hoy la expectación era menor. El barman, un hombre grueso y afable añadió de su cuenta dos botellitas con coñac y orujo para que nos hiciéramos un carajillo.

Ya estamos muy cerca del mar, en dos días llegamos Ribadeo. Ramón está haciendo gestiones para dejar en una hípica a Vermell y a Dop para ir a recoger a Cañaveral su coche y su remolque. Les voy a echar de menos a los tres.







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