Sobrado, 02/03/13
En un bar de Sobrado, bajo la televisión y por tanto
frente a un auditorio que sigue atento y discutidor el
Madrid-Barcelona de la liga. Una cámara desde mi punto de vista
podía dar para un documental relacionado con este fenómeno que
enarbola la contraposición entre el Madrid, el Atletico de Madrid o
el Barcelona.
Espectáculo digno y esperpéntico que los no
aficionados al fútbol podemos degustar en toda su salsa, no el del
fútbol, sino el que forman los espectadores de este pueblecito
gallego que ha congregado en torno al televisor a una parte de la
población que hace del fútbol un dogma de fe en donde cada feligrés
hace de su iglesia el centro del mundo. Pero vamos a ver Manolo,
tú crees que hay derecho a eso, vas ganando tres cero... y en
gallego y se lían, en la discusión se mezclan las palabras país,
Bárcenas, Mesi, nombres de futbolistas y una generación de
presidentes de uno y otro equipo. ¡Cuán gritan estos malditos...!,
una vez más, ahora a propósito del partido; al paisano que tengo a
un metro enfrente se le salen los ojos de órbita, un regate, un gol,
una alineación, los árbitros... De esto entienden un montón; les
miro e imagino qué papeleta pueden llevar en la mano antes de
introducirla en la urna; toda la sabiduría parece írseles en los
devaneos que puede seguir el cuero ese lleno de aire al que dan
puntapiés unos y otros. También están los que miran el espectáculo
desde el palco de la ironía, que sonríen sin bajar a mojarse el
culo en la arena del circo.
Bien, trataré de abstraerme de las discusiones que
acarrea el partido para hacer memoria de la mañana.
Saber cómo es el mundo, esta es la idea que me ronda
esta mañana mientras atravieso Arzúa a donde, desde distintos
rincones, llega el griterío de las voces de los trasnochadores del
fin de semana apostados junto a la puerta de un bar con un cigarrillo
en una mano y una copa en la otra, mientras me alejo y el camino se
hunde en las cercanías del río y todo queda engullido por una
espesa niebla que convierte la noche en una espectral escenografía
muy propia para que Hamlet declame su monólogo del cementerio
mientras los enterradores cumplen taciturnos el rutinario trabajo de
enterrar algún cadáver. Noche densa en que la luna posa taciturna
sobre el banco de niebla en las ramas más altas de los álamos.
Saber cómo es el mundo de la noche, de la niebla, de la profunda
oscuridad, del rumor de los arroyos que llega al caminante procedente
de lejanos prados llenos de frío a esta hora cubiertos por una
gruesa capa de escarcha. Enciendo la linterna y el haz de luz se abre
paso por una copiosa nube de pequeñas partículas que pueblan el
espacio del camino. Lamento no tener a mano una cámara reflex y un
trípode porque preveo cuál va a ser el aspecto del amanecer en las
dehesas, en los bosques, en los prados circuidos de pequeños
árboles; uno de esos días de excepción en que bien valdría la
pena montar guardia frente a la escarcha, los árboles, los prados
adormecidos por esa escarcha para componer en el cuarto oscuro de la
cámara un hermoso espectáculo de haluros de plata. Y efectivamente
lo es; el campo lo alfombra una capa de delicada blancura, los
árboles, desvaídos sobre el fondo de los bancos de niebla, pintan
delicadamente su silueta entre la escarcha, la niebla y un cielo en
donde una delgada línea de nubes recoge la débil claridad rojiza de
los primeros rayos de sol.
Mi cámara recorre cada rincón del amanecer, los
tejados, la duras sombras de los árboles desnudos del primer plano,
la suave transición de las tonalidades más leves que corren desde
el camino por encima de los prados hasta encontrar la línea de los
arboles, de los tejados, incluso de unas lomas que apuntan por encima
de los bancos de niebla como una inmensa isla que estuviera a punto
de hundirse en el mar.
Saber cómo es el mundo. ¡Sabemos tan poco, tan poco!, saber vivido desde la raíz de nuestra piel, de la certeza del frío que nos rodea, de la brusquedad del viento, de la sutileza que corre antes del alba como una meiga cabalgando sobre su escoba por entre las hiladas de los eucaliptos. Esa es la certeza de esta mañana: sabemos mucho menos de lo que creemos. Saber, conocimiento, nacido de la profunda experiencia con los elementos, con las personas, con el silencio y la oscuridad ciega como un pozo sin fondo en donde cada paso parece adentrarnos en una nada algo inquietante. Porque algo así era la mañana y el caminar silencioso del viajero.
¿Cómo puedes saber cómo es el mundo si no has
atravesado un desierto, caminado en la noche, respirado el frío
aliento de la madrugada en donde canta próximo un riachuelo? ¿Cómo
puedes saber cómo es el mundo si no escuchaste a un ruiseñor
solitario cuando entrabas despacio y a oscuras en una pequeña aldea
perdida en las lomas de una Galicia dormida, cuando no viviste un
despertar del mundo al nuevo día envuelto en el foulard algodonoso
de un amanecer de excepción?
En Boimorte ya hacía un buen rato que el amanecer había
quedado atrás. Allí me metí en una cafetería a finalizar con mi
crónica del día de ayer y cuando hube terminado llamé a Ramón por
teléfono para ver por dónde iba su caminar. Resultó que estaba
desayunando en el bar de más abajo. En la plaza del pueblo el
mercado estaba en pleno apogeo, me detuve a comprar unos churros y
unas uvas que nos comeríamos por el camino. A Dop le encantaban los
churros, debí comprar una ración para él solo. El camino hasta
Sobrado fue un agradable paseo por senderos llenos de eucaliptos,
prados y pequeñas aldeas en donde se hacían pequeñas labores en
los campos o en la huerta.
Terminamos nuestra jornada andariega
frente a una respetable paella. Después vino el fútbol y el local
se llenó.
También terminé con la novela de Junichiro Tanizaki.
Un bello e inesperado final en donde no se atisban soluciones
posibles y sí se abre un nuevo filón de poesía y de insospechadas
perspectivas.
Hoy dormiremos de nuevo en un monasterio cisterciense,
el de Santa María de Sobrado. Espero que el frío no sea tan
riguroso como en el Monasterio de Oseiro.
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