El Chorrillo, 17/04/2013
Pareciera
que a este portátil que, tan activo estuvo durante todo el invierno mientras
paseaba a lo ancho y a lo largo por las tierras hispanas, pero que silenció
pasmosamente durante estas últimas semanas, ahora así, de golpe, le estuviera
empezando a subir a la cabeza la savia primaveral y todo el cuerpo empezara a
revolucionársele como consecuencia obvia de tal y tal; porque es de sobra
sabido que la primavera, Dios, puede hacer resucitar hasta a un muerto, que no
es el caso, pero que sí, que así de golpe las cosas se empiezan a ver de modo
diferente, que dentro de uno empiezan a sonar campanitas que ni de leches
sonaban en el oscuro y lluvioso invierno (bueno, un poco sí, no exageremos). Hablo del portátil, se entiende, bien que el
portátil, el caminante, un servidor, asumiendo la ciencia del Tao y del Tantra
tiendan a considerarse, todos ellos juntos con el universo el santo Todo, todo que
como un organismo vivo complejo y multicefálico parece a veces realmente
sustancia única; tiendan a considerarse, decía, una misma sustancia, un mismo
pálpito en el acto autocontemplativo en que el caminante y sus amigos saludaban
esta madrugada el comienzo del día paseando entre los campos ahora cubiertos de
amarillos jaramagos y verdes cebadas.
La foto original apareció en una entrada mientras caminaba por La Palma, aquí |
Y así la
cosa no más, anteayer mismo, después de que el día anterior estuviera puesta la
calefacción porque todavía hacía frío, se produjo el milagro y de golpe el
campo se llenó del croar de las ranas, del canto del ruiseñor, del grigrí de
los grillos, de los maullidos lastimeros y prolongados de los gatos y gatas a
los que de repente les había entrado el fiebrón de follar a diestro y siniestro
durante una noche tan sorprendida y alucinada que no cabía en sí de gozo
escuchando, tras el largo relajo invernal, en sus entrañas tanto bicho
dispuesto, incluidos los mosquitos mierderos, a picar, a cantar, a reclamar el
bendito y sabroso pan que nuestro Señor otorgó a todos los machos y hembras,
sea cualsease su especie para mayor gloria de éstos y de su Hacedor. Vamos, que
estamos en primavera.
Recuerdo que había transcurrido
poco más de una semana y media de haber comenzado mi itinerar por la Ruta de la
Plata, cuando una tarde, queriéndome atener a plan previo antes de mi salida de
casa, un plan que incluía largas lecturas, películas y toda clase de eventos
que pudieran presentárseme, decidí que vería una película, Big Fisch fue
la elegida. Aquella noche, apenas pasados los títulos de crédito ya me había
quedado sopa. Durante los setenta días que duró mi viaje entre Sevilla e Irún
nunca logré disponer de ese tiempo que yo tan ricamente había planificado para
tantas cosas. Hacer del camino la propia casa no implicaría ni mucho menos
larguísimos periodos de ocio como yo suponía. Esas prolongadas tardes de
invierno que yo intuía de holgazaneo y de tiempo para echarme la siesta poco a
poco se fueron perfilando de manera muy diferente a como las había imaginado.
Uno suele echarle mucha imaginación a los proyectos que se le ponen delante.
El caso es que han tenido que
transcurrir dos meses y medio para que pudiera comenzar a ver alguna de aquellas
películas seleccionadas para ese viaje tan prolífico en el que pensaba no sólo
leer más de una veintena de libros sino en el que además esperaba escribir un
par de ellos, lo cual se cumplió en efecto gracias a la constancia con que me
tomé el asunto de la escritura. Este largo cuento de Tim Burton de esta noche
rememora en cierto modo el empeño que ponemos desde nuestro nacimiento en salir
de la prosaica vida en que por una u otra razón queda encerrada la existencia.
La cantidad de gente que hace el
Camino en módicos plazos, como quien en años de penuria se compraba una
lavadora que más tarde iba pagando en cómodas cuotas durante cuatro o cinco
años, es realmente cuantiosa. Así llegan muchos a Santiago, juntando puentes,
añadiendo fiestas de Semana Santa, sumando días de Navidad, aprovechando
viaductos, cambiando días a un compañero de trabajo para poder disponer de
cuatro o cinco con que hacer un pedacito más del Camino. Y eso obviamente
porque hay que currar. Nuestra capacidad de movimiento está tan limitada que es
necesario hacer equilibrios y juegos malabares para substraerse en lo posible al
ciclo de imponderables. Hay quien lo consigue y entonces el margen de maniobras
hace posible que unos pocos elegidos puedan ponerse el mundo por montera, pero
no parece lo usual, la cosa de la lotería no tendría tantos adeptos si la
disponibilidad de tiempo estuviera tan alcance de la mano como el aire que
respiramos.
Una solución para cuando la vida
no se presenta todo lo interesante que uno deseara es evadirse de la realidad
inventándose una a la medida; sí, como quien se confecciona un traje en el
sastre. Lo hace el protagonista de Big Fisch y no le va tan mal. Yo
llevo dos noches soñando con viajes extraordinarios que han sido totalmente
placenteros, exóticos y algo espectaculares y que por demás me han salido totalmente
gratuitos. Cuando me he despertado por la mañana tenía a sensación de haber
descendido minutos antes de un avión que me traía de lejanas tierras, acaso más
lejanas que cualquier país de las antípodas. Por dentro me corría el gustirrinín
de las gentes, de los colores, de la exótica belleza de lugares encantados.
Muchas veces no es cosa fácil
determinar dónde está verdaderamente el placer, el placer del camino, del
viaje; la imaginación, los sueños, los proyectos son capaces en sí mismos de
llevar en sí una carga de emoción y gusto no muy diferentes al que puede
proporcionar la realidad; sucede con las fantasías sexuales cuando éstas gozan
de los favores de alguna coincidencia astral, ¿por qué no va a suceder lo mismo
con cualquier aspecto de la vida? A fin de cuenta si lo que cuenta son las
emociones, las sensaciones, ese tipo de cosas, ¿quien puede asegurar que la
fuente de los placeres, de las emociones tienen mayor sustancia, aseguran mejor
un buen cocido, si éstas se pueden tocar con los dedos de las manos en lugar de
proceder de un sueño, de la imaginación desbordante de algún sujeto bien dotado
para inventarse una vida? También ésta es una manera posible de existir. Es el tema de la película de Tim
Burton. El protagonista se muere envuelto en su propio sueño, en la realidad
que ha fabricado para sí desde siempre porque la otra, la que le daba de comer,
era excesivamente plana y aburrida.
Si uno dejara de preocuparse por
sacar deducciones sobre este tipo de cosas, tales como intentar buscar una síntesis
a estos asunto, y se conformara con contemplar estos dos planos de la realidad
sin más; mirarles a los ojos, masticarlos y saborearlos hasta dejarles sin
sustancia; así, sin más, al modo en que se contempla la llama de un fogata, sin
argumento ni segundas intenciones…
Hay quien vive entre ambos
mundos sopesando esto y aquello y encontrando resquicios para hacer lo que la
real gana viene a dictarles, aquellos en los que la realidad y los proyectos
locos terminan encontrando su acomodo hasta convertir este equilibrio en un
verdadero arte de vivir. Mi buen amigo y caballero andante Ramón, es uno de
ellos; el caminante que ayer pone su tienda de campaña en mitad de la población
de Pobeña en un pequeño prado junto al albergue porque éste está cerrado y al día
siguiente duerme en un hotel de cuatro estrellas en Bilbao porque no hay
naranjas y no se puede dormir en esta industriosa ciudad vasca con un caballo y
un perro en otro sitio que no sea el reglado y establecido por las costumbres y
la autoridad; o que el día posterior pernocta en un monasterio cisterciense que
por demás le ofrecerá las delicias de su liturgia antigua que él tanto aprecia.
Sí, señor hay gente así en el mundo.
Mi hijo Mario, el cabrero, es
otro de ellos; sólo que mi hijo Mario no necesita síntesis de ningún tipo; él
no sintetiza, no busca una situación intermedia, a él lo que le va es vivir en
el monte entre cabras, gallinas o corzos y a ello se dedica con todas sus
fuerzas. Su equilibrio es más precario porque los recursos económicos que
proporcionan las cabras son escasos, pero el resultado es similar. Hacer lo que
realmente a uno le place, pese a tiros y troyanos, no es un camino sembrado de
rosas, como tampoco lo es meterse entre pecho y espalda una jornada de camino
de cuarenta o cincuenta kilómetros, pero ahí está la cosa, dando sustancia al
cocido, añadiéndole ingredientes sabrosos a la vida, inundando de endorfinas el
cuerpo.
Vamos, que me gusta mucho más la
vida del caballero andante y el cabrero que aquella otra del protagonista de Big Fish que a falta de una realidad
plausible de la que alimentar su engranaje interno debe recurrir al sucedáneo
de sus sueños.
Como decía aquel, cuando sea mayor
quiero ser como vosotros.
Cuando empecé
a escribir estas líneas tenía en mente mi próximo proyecto de acompañar al
caballero andante en su itinerar entre Irán (el Word es terrible, está
obsesionado con Irán, todas las veces que escribo Irún el tío va y dale, me lo
cambia por Irán… pura obsesión imperialista… jeje) y Ampurias, ese título que
tendrán mis próximos post a partir de la semana que viene de Del Cantábrico al Mediterráneo, pero la
ruidosa irrupción de la primavera y el recuerdo de una película hizo que se me
fuera el santo al cielo. Que sean estas líneas una muestra de los propósitos
que han empezado a bullir en mí de volver a echarme al monte, más cabra que
cabrero, para encontrar una nueva senda entre dos mares. Como otras veces,
cuando ir de un mar a otro fue mi intención (el GR10, el GR11, el GR10 francés
y la Alta Ruta Pirenaica fueron las anteriores ocasiones), tomaré el tren y
viajaré a Irún a besar las aguas del Cantábrico y llevar así su humedad breve y
sensual en los labios hasta las mismísimas aguas que bañan los pies de Ampurias.
Que así sea.
3 comentarios:
Bonito. Proyecto interesante que iremos ovservando atentamente y con agrado. Gracias
Un saludo
Un saludo
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