Arbiu
Mandabide, arriba del embalse de Endara, 25/04/2013
Mi
primer vivac pirenaico, un bosque de hayas, pájaros que cantan su
nana antes de dormir, un café calentito (estreno un infiernillo
primus que me ha hecho el café en medio minuto!) y el cielo con
tintes más bien dudosos. En Irún me había esperado Ramón que
había concedido todavía un día más de descanso a su rocín y se
dio una vuelta para comer conmigo. Quedamos en encontrarnos en tres o
cuatro días; él recorrería el GR-12 que atraviesa Navarra en
dirección este-oeste hasta tropezarse con el GR-11 en el valle del
Roncal, y yo comenzaría el GR-11 en Irún mientras tanto. Me gusta
este desencuentro encuentro a la manera en que los cambios de ritmo,
como las notas para la mano izquierda del piano juegan con aquellas
otras de la mano derecha, y que durante el desarrollo de una sonata,
una pieza musical hacen el continuo juego de la aproximación y la
lejanía, constituyendo precisamente este hacer del dueto un gracioso
juego que enriquece la obra musical.
Tras
despedirnos el camino empezó a trepar por el bosque hasta la ermita
de san Marial, que yo suponía un lugar aislado y que en realidad
parecía el lugar más propicio de esparcimiento para la entera
población de Irún, porque allí daba la impresión de estar reunida
toda la ciudad y sobre todo aquella parte más dada a las bromas y al
derroche lúdico. Me costó trabajo coger agua en la fuente porque
una numerosa banda de adolescentes no paraban de llenar globos de
agua para derramarla unos sobre otros. Una loma apacible en donde
todos los prados habían sido tomados al asalto por toda clase de
alborotados ciudadanos que daban cuenta de barbacoas y picnis. El
paisaje no obstante enseguida quedó calmo, lomas verdes, el valle
del Bidasoa al fondo, una montaña de apuesta compostura al frente.
Un agradable paseo hasta que encontré un prado y una fuente hacia
las ocho de la tarde; allí me aposenté, puse mi tienda y cené. Me
voy corriendo a la cama. Mañana madrugaré por imperativos del
tiempo, se prevén lluvias para cerca del medio día y quiero llegar
a Vera del Bidasoa antes de que éstas empiecen a despertarse.
Vera
del Bidasoa, 26/04/2013
Anoche
tardé en dormirme mucho más de lo acostumbrado. Atando cabos acá y
allá terminé ubicando al amigo X y a Z del que me despistaba el
apellido porque su rostro y su pelambrera pelirroja eran difíciles
de olvidar. Ambos habían aparecido por mi blog y yo no lograba
localizarlos en aquel denso ambiente de la gente de montaña con la
que salía hacía cuarenta años. Me ayudo C, que desde el valle de
Arán, con unos pocos datos consiguió que se hiciera la luz en mi
memoria. Y la memoria me llevó a un campamento de scouts en el que
yo participaba como monitor. X, Z y C aparecieron inesperadamente
una tarde por la ribera del Tormes donde un centenar y medio de
muchachos y muchachas andaban en aquel momento chapoteando en las
aguas del río. Habían dejado los coches a una discreta distancia de
las instalaciones del campamento y bajaron a conversar con nosotros.
En los automóviles habían quedado tres muchachas suecas que les
acompañaban; eso creo recordar. El caso es que el “director
espiritual”, nuestro amigo Manolo, un cura joven que apacentaba su
ganado con mucho empeño y que cuidaba de nosotros con dedicación,
no se perdía una y estuvo muy vivo a prever lo que podía estar
cociéndose con aquella inesperada visita de X, Z y C y pronto, nada
más empezar a alejarse estos nos quiso llamar enseguida al orden
poniéndonos al tanto de los peligros que se estaban cerniendo sobre
el mundo del campamento.
Manuel
era muy celoso de su profesión, joven, animoso, crítico con el
párroco de la parroquia en la que ejercía, citador incansable de
San Pablo, ejercía su apostolado al modo de la modernidad de
aquellos tiempos: eucaristías en nuestra casa, misas en días de
marcha junto a la laguna de Gredos, reuniones de comunidades
cristianas en las que intentaba agrupar a todos los jóvenes del
barrio que podía, participación en nuestras marchas o en las
reuniones que los fines de semanas teníamos en casa y que podían
prolongarse hasta las horas del alba. A todo se apuntaba con tal de
tenernos cerca e ir insuflando en nosotros una fe incondicional. En
esta situación aquello de que tres nuestros amigos, de Victoria y
mío, hubieran aterrizado por el campamento acompañados por tres
bomboncitos de las latitudes nórdicas le debió de parecer el mayor
peligro que pudiera haberse presentado para nuestra integridad
espiritual e hizo todo lo posible para que se esfumasen. Además
estas circunstancias le pillaron en momento bajo, Manuel pasaba un
semana terriblemente deprimido, se le veía pasear de un lado para
otro como absorbido por un problema insoluble y abrumador.
No
recuerdo bien las circunstancias, pero sí mi estado de ánimo, que
pese a ser por entonces católico practicante bastante convencido,
veía aquel paraíso que se habían montado mis amigos como una
abstracta y grata oportunidad que lamentablemente se me iba a escapar
de las manos… sí, las suecas en aquella época tenían una bonita
fama de complacientes folladoras.
Aquella
misma noche mientras X, Z y C se iniciaban en los ritos de Venus a
pocos metros del campamento, nosotros, aunque con la mente en otro
sitio, hablábamos comedidamente con nuestro padre espiritual y le
preguntábamos por sus pesares. Manuel puso cara de circunstancias y
se refirió a ello diciendo que lo que le pasaba no se lo podía
decir absolutamente a nadie. Con el tiempo descubrimos las razones de
todo aquello, cuando nos habíamos distanciado un tanto de la tutela
que ejercía sobre nosotros y pudimos analizar con más frialdad
algunas de sus actitudes; fue atando cabos cuando caímos en la
cuenta de lo enamorado que estaba Manuel de Ángel, uno de los
componentes de nuestro asiduo grupo de cristianos postmodernos. En
los días del campamento le había llegado un escrito del obispado de
Orense por el que le reclamaban allí una vez terminado el curso; le
quedaba medio mes de estar en Madrid: ese era el drama.
Despierto,
mientras en las cercanías un cárabo lanzaba sus gritos de reclamo y
la luna atravesaba a duras penas las nubes, seguía dándole vueltas
a estos recuerdos sin poder conciliar el sueño. Se me aparecían
estas dos circunstancias una frente a otra como risueña
contraposición de esas cosas que pueden pasar en la vida, el cura
perdidamente enamorado de un jovencito de aterciopelados bucles
rubios por una parte, y por otra su discurso, su preocupación por
nuestras almas y nuestras posibles libidinosas inclinaciones.
Terminé
por dormirme. El despertador sonó a las cinco y media. Asomé la
cabeza por la puerta de la tienda, no se veía un pijo, como diría
mi hijo en sus tiempos de adolescente. Una espesa niebla lo cubría
todo, el rayo luminoso de la linterna era cruzado por diminutas gotas
de agua. Me apresuré queriendo evitar que la tienda se me mojara
demasiado. Cumplí mis deberes de desayunar como Dios manda, en este
caso que decía mi madre, desayuno caliente con muesli incluido; y ya
lloviendo en toda regla me puse en camino, una pista que descendía
en grandes bucles hacia el embalse de san Antón. El País Vasco del
final del Camino Norte de Santiago se reproduce aquí, lomas, bosque
cuajado de lluvia, caminos que serpentean entre la niebla. No tengo
prisa, mi paso es lento como quien se recrea en el momento presente.
En un punto me encuentro un buzón de latón y un contenedor a la
derecha del camino, los dejo atrás, me meto en un hayedo oscuro de
troncos cubiertos de una espesa capa de verdes líquenes. En algún
momento las señales desaparecen, el camino da una vuelta a la
derecha, vuelvo a encontrar las señales, y… media hora después me
vuelvo a tropezar con el buzón de latón y el contenedor…
misterios de la fe. Efectivamente, saco el gps, sumido en mis
pensamientos no me he dado cuenta y en un cruce he confundido las
señales de una variante con el camino principal. Por lo demás todo
es tan igual y la niebla tan espesa que aunque me hubieran quitado el
buzón y el contenedor habría podido estar dando vueltas todo el día
sin apercibirme del error.
A
las once de la mañana estoy en Vera del Bidasoa. Hablo con Ramón,
ha pasado ya de Hernani y está alcanzando los túneles de la vía
férrea donde piensa pernoctar. Sigue la ruta del GR-12 que tiene una
parte grande del recorrido por una antigua vía de ferrocarril
abandonada. Vermell parece que se repone bien de su enfermedad.
Después
de comer todavía me quedan diez kilómetros para terminar mi jornada
de hoy.
5 comentarios:
Pos si cierto todo, eso que dices que tienes mala memoria, lo unico es la nacionalidad de las susodichas de las que yo recuerdo eran compatriotas de Napoleon y Robespierre y mas duras de pelar que el Alcoyano.
Por lo demas un buen recuerdo de dias felices de buenas aventuras y amigos irrepetibles,
Falta el amigo "D" del que tengo un recuerdos inolvidable. Un figura en la montaña y un figura con las napoleónicas, ¿os acordáis del Gordo?...Suerte con tu camino., y disfrute para tus seguidores. C
Ya me parecía a mí que faltaba el Gordo. Ya tenemos la compañía completa. No pensé yo qu es fueran duras de pelar o acaso C se tiro el farol . saludos
Nada de farorles, Los caballeros se distinguen pòr su dicreccion con las damas
Bon voyage!!
C.
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