El
Chorrillo, 25/05/2013
Cuando emprendas tu viaje hacia Ítaca
debes rogar que el viaje sea largo,
lleno de peripecias, lleno de
experiencias.
Había comenzado a añadir un comentario a una de
las entradas del Facebook, acotaciones a mi post anterior en el blog de los
caminos, un comentario de Serrat Castellano, amiga de Ramón, cuando en seguida
me di cuenta de que lo que quería decir no me cabía en el corsé de esa web.
Ítaca siempre fue un bello emblema para los amantes de la aventura.
Querida Serrat:
"Ítaca, ¿proyecto o meta conseguida?"
Proyecto, por supuesto.
Te leo y creo encontrarme con mis propias reflexiones
repetidas a mí mismo a lo largo de los años. Cuenta Punset en El alma está en el cerebro un experiencia
con su perro. El perro está plácidamente tumbado en la alfombra, Punset se
levanta, toma el recipiente en donde suele comer el perro e inmediatamente éste
empieza a corretear de acá para allá, se le pone de patas, está excitado ante
la idea de un manjar que está por llegar. Sin embargo la fiesta no dura mucho,
la expectativa de la comida queda rota un momento después de que el dueño ha
depositado el cuenco de arroz y carne para el perro en su lugar habitual. El
perro come algo, olisquea, pero termina por volverse a la alfombra para seguir
dormitando. En realidad el perro no tenía hambre pero la expectativa de la
comida lo moviliza y le pone en tensión. Sucede también con nuestros juegos de
cama, el final puede ser un final precipitado e incluso no deseado; lo que
nutre nuestra sensualidad y nuestro placer está en el camino, en lo mucho o
poco que sepamos alargar nuestro deseo, jugar en la pendiente demorando ese
final al que somos empujados tan poderosamente. Con la felicidad sucede algo
parecido, la encontramos misteriosamente envuelta en las dificultades y el
esfuerzo; la meta, la llegada a la cumbre es con frecuencia algo anecdótico,
una disculpa necesaria. Cuando uno corre un maratón, su esencia está encerrada
en todo lo que sucede dentro del individuo entre el primer kilómetro y el
último, el sufrimiento, la sensación de desfallecimiento, la constancia, esa
lucha por superarse a uno mismo; todo ello y sus múltiples matices, esas
maravillosas e inolvidables tres, cuatro horas en que uno vive tan poderosamente
la autopresencia, su mismidad, junto a la necesidad de llegar hasta el final son
una de las mayores maravillas que conozco personalmente. ¿La meta? Bueno, sí,
tiene que haber una meta, no te vas a pasar la vida corriendo o dando vueltas a
España. Estoy de acuerdo con lo que dices, creo
que la verdadera felicidad, es la que vivimos en el momento, sin esperar;
pero ¿qué sucederá si yo no pongo a mi cuerpo en determinadas condiciones, de
reto, de esfuerzo, de especiales vivencias, si no le incito para que pueda
expresarse, para que pueda sacar de sí algo con esfuerzo, algo que empuje su
creatividad, su capacidad de expresión, su sensibilidad o la posibilidad de un
proyecto loco en donde el individuo pueda entregar de sí lo mejor que tiene,
capacidades incluso desconocidas para él mismo. Mira, yo conocí a Carlos Soria
hace cuarenta años, era un escalador más o menos corriente, era un veterano ya
entonces pero no destacaba especialmente sobre otros compañeros que hacían
cosas similares. La gracia de este hombre, a mi entender, viene de una lucha
muy especial contra el inexorable paso del tiempo, esa sensación de que el
hombre puede llegar a caminar erguido y lleno de pasión hasta el final de sus
días; lucha contra la degradación y lucha para seguir expresando, viviendo lo
que uno lleva dentro, metido en la médula de los huesos, el hecho de poder
seguir viviendo una vida hermosa y activa hasta las puertas del mismo final. No
tengo ninguna duda de que este hombre debe sentirse bien consigo mismo al final
del día, de la misma manera que nos sentimos bien Ramón y yo cuando nos hemos
visto obligados a caminar más de cuarenta kilómetros bajo la lluvia o cuando el
frío y la ventisca del mes de abril en el Pirineo se cernían a nuestro
alrededor amenazadoramente.
Cortesía de Gustavo Adolfo Cuevas |
Tus palabras: Estar en equilibrio con uno mismo,
en cada momento, en cada paso y
sentirse bien día a día, seria el verdadero reto a conseguir. Perfecto,
todos deseamos esto, pero la cuestión es cómo conseguirlo. He discutido mucho
este tema con una amiga, Raquel se llama; ella habla con frecuencia de esa
necesidad de ser felices y yo siempre intento aclararme y aclarárselo a ella de
paso diciendo que uno no puede ponerse como objetivo ese tipo de cosas. El
sentirse bien día a día podría ser un objetivo, pero es algo que uno no puede
afrontar directamente. No sé, me parece que lo que uno sí puede hacer es echar
mano de la propia experiencia, recordarse en situaciones, en actos, en
proyectos, que nos han producido placer y guiándonos por esta experiencia
ponerte en determinadas condiciones, hacer cosas, realizar actividades que
puedan producirte esas sensaciones que apuntas a principio de este párrafo. Sé
que hacer un rato de yoga al amanecer me hace sentirme bien: bien, pues lo
hago; sé que darme un chute de treinta y tantos kilómetros junto a los
acantilados del Cantábrico me deja satisfecho, remansa mi espíritu, me pone en
comunión con el mar y la naturaleza: lo hago también entonces, lo puedo repetir
más adelante.
Y así sucesivamente. Al reto se le puede llamar
dar la vuelta a España o subir todos los ochomiles del Himalaya con la
respetable edad de setenta y cinco años, o cualquier otra actividad que nos
ponga a prueba o fuerce la comunión de uno con uno mismo; tanto da, en
cualquier caso el hecho sustancial será siempre el mismo, hacer algo, lo que
sea, que nos catapulte, nos haga sentirnos bien y en paz con nosotros y el
mundo.
Ahora… tus palabras: Si esperamos que nuestra felicidad dependa de conseguir metas, nunca
seremos felices. Podría ser para determinados casos, personas que pretenden
fama, dinero, poder, cosas de ese estilo, que en cierta manera son ajenas al
individuo como tal, a su mismidad, a una íntima interioridad en donde los otros
no deberían contar. Pero para el resto, para aquellos que pretenden metas
“inútiles”, para aquellos para los que las metas son meras disculpas,
referencias para encontrar un estilo de vida que genere satisfacción y alegría
de vivir, para todos ellos la gestación de proyectos y el planteamientos de
objetivos pueden ser perfectamente, y estoy convencido de que lo es, la fuente
de ese sentirse bien con uno mismo y en paz con el mundo, de que hablaba más
arriba.
Ser consciente de estas cosas ayuda a persistir
en un estilo de vida que crea una apasionante adición por las cosas de la Naturaleza y por las
actividades al aire libre. Cuando encendí el portátil lo hice para escribir
algo cuyo título podría ser Viajar en el tiempo;
y el asunto venía motivado por mi encuentro en estos días, días de asueto
mientras espero el resultado de unas pruebas médicas antes de llegarme de nuevo
a esa senda que me llevará hasta el cabo de Creus, encuentro en estos días en
la caja de Pandora de Internet con amigos de la montaña de los que no sabía
nada desde hace más de cuarenta años. Nos reencontramos en Facebook y ahora
paso rato mirando sus álbumes de fotos, recordando aquellos tiempos gloriosos
de pasión por la montaña. Bien, después de cuarenta años he vuelto a encontrar
en sus rostros nuevos, cargados de años, ese algo muy especial que nos atrapó a
todos cuando teníamos veinte años: nuestro amor a la montaña. Todos ellos
siguen caminando, algunos escalando todavía, todos continúan compartiendo la
filosofía del esfuerzo, del encuentro con las montañas y los bosques. No hace
falta filosofar mucho ni buscar las razones de tan indomable afición, tampoco ellos
probablemente se ponga por delante retos excesivamente especiales; van a la
montaña, caminan, escalan, lo hacen por rutina, porque les sale de dentro,
quizás porque aman la vida y la naturaleza de una manera muy especial. Acaso encontraron
en esta actividad y en su relación con la montaña su Ítaca permanente, una
síntesis entre vivir el día a día y hacerlo sin prescindir de la tensión de que
el siguiente fin de semana, o el próximo verano van a hacer una ascensión aquí
o allá.
Cortesía de Luis Basanta |
Cortesía de Laure Esteras |
Cortesía de Laure Esteras |
2 comentarios:
Si, seria fantastico este intercanvio con una cerveza y que posiblermente daria hasta para dos o incluso tres.
Evidentemente que hay que ponerse metas e tener ilusión por las cosas, incluso hacer planes de futuro.
Pero mi reflexión es mucho más sencilla y simple.
Como no se si habra mañana; mi futuro es hoy, y voy a saborearlo, intentar vivir la vida, disfrutar lo bueno y aprender de los errores y apreciar y reirse de las pequeñas cosas, cosas tan simples como que mi gato rompa unas cortinas, no tener demasiado apego a lo material....y nunca, nunca arrepentirse de lo vivido, que al fin y al cabo es resultado de lo que vamos siendo.
ufff. si, seria larga la cerveza, pero no me cabe la menor duda que seria un debate enriquecedor.
Serrat
Hoy seguí dándole cuerda por otro sitio al mismo tema. Me gusta eso que dices de no tener demasiado apego a lo material. Yo últimamente aprendo mucho de mis gatos. Hay cuatro en casa. Se murió una gata que aparecía por nuestra parcela cuando los estaba amantando y al quedarse huérfanos nos hicimos cargo de ellos. Estos no rompen cortinas, pero se cargan de vez en cuando un tiesto, o toman por un árbol para gatear un enorme poto que teníamos y que ha tenido que ir a la basura.
Borrachos de cerveza íbamos a quedar... etc.
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