Un juego




Gerona, 11/06/2013


Me desperté de la siesta, había en el teléfono un mensaje de Manuel Coronado y un ¡ánimo! de Montse; el sol había corrido un tanto y casi se me echaba encima. La siesta era ya como las otras siestas, como la del verano que atravesé España de sur a norte; me lo recordaba Manuel preguntándome por la ruta que iba a seguir camino del sur; siesta de quien busca irremediablemente la sombra para la hora de calor, como aquel verano, un julio y agosto en que caminar después de la una o las dos de la tarde era prohibitivo; verano de sombra de olivo, de pino, de retamas junto a un arroyo en la que poder aliviar el calor del día y sumergirse en una soporífera siesta. Cuando me despertaba, después de haber desplazado varias veces mi aislante buscando la escurridiza sombra del árbol que era caprichosa y no sabía nunca hacia dónde iba a tirar, buscando acaso un lugar donde corriera alguna leve brisa, el sol empezaba a caer sobre el horizonte- Nunca imaginé que pudiera caminar durante semanas y semanas bajo aquel sol de plomo, y sin embargo lo hice, y hoy lo recuerdo con cariño; también recuerdo mi buena forma física y cómo en algún momento por algún paisaje tórrido de Murcia o Alicante, me propuse andar, así como un pequeño antojo, entre las dos y las cinco de la tarde, por ver qué sucedía. Y no sucedía nada, caminaba, incluso leía por el camino como siempre; y para recordar aquello me tomaba alguna foto que otra con el rostro chorreoso por el sudor como si acabara de salir de la piscina. Es curioso cómo se olvidan estas cosas y cómo la aproximación de este fenómeno que es el calor y la cercanía de la digestión avivan por proximidad o concomitancia recuerdos dormidos en alguna parte de la memoria; cuando caminar es transitar por una línea blanca de arcilla clara como el sol, recta, interminable, y el calor se te va acumulando en la tapa de los sesos, en el rostro, en el cuerpo entero y tus piernas, sin embargo, aleccionadas para hacer lo que tú deseas por muy fuera de razón que esté la cosa, siguen adelante, con brío, firmes, dispuestas a atravesar aunque sea el desierto; algo que también he probado a hacer con éxito un verano en las dunas del Cinguetti, en Mauritania; más todavía, no andando sino corriendo, y ya más lejos y más alto en una ocasión en un desierto diferente, de hielo, en la loma cimera del Mont Blanc. Mis recientes encontrados amigos de montaña recordarán aquel pasaje en que la cumbre del Mont-Blanc se acerca, se hace grande como un campo de fútbol, ahí también jugué en mi temprana juventud con mi antiguo compañero de cordada Javier Mayayo a hacer el último tramo a la cumbre corriendo. Esos caprichos que puede darse uno cuando el cuerpo y la voluntad son hermosamente fuertes. Por cierto, y ahora que Carlos Soria es famoso por su aguerrida manera de llevar los años, también a él le recuerdo entre los locos que de tanto en tanto bajábamos desde los Galayos a Guisando corriendo, así, por broma. hermosas cabras locas nosotros entonces. Jugar, jugar, hacer cosas inútiles, interpelar a nuestro propio cuerpo: qué tío, ahora que rondan los casi cincuenta grados, ¿nos damos una carrerita?, ¿ahora que parece que te faltan fuerzas casi para respirar, llegamos corriendo hasta allá arriba, esos cuatro mil ochocientos metros largos que llevan a la cima más alta de Europa? Ah, qué bien puedo comprender a ese loco suizo que es capaz de escalar la cumbre del Eiger en dos horas veintiocho minutos, o la norte del Cervino en algo menos de dos horas, sin más, sin espectadores, sin competir, el placer de extremar el cuerpo y pasearlo por lugares y en circunstancias poco comunes. Sí, otros juegan a ganar dinero, mucho dinero, sin embargo jugar a hacer cosas tan hermosamente inútiles le deja a uno el cuerpo y el alma tan de puta madre que bien merece la cosa; este diálogo que se establece entre tu cuerpo y tu alma es una de las cosas más simpáticas de la vida. Cuando llevas treinta kilómetros en un maratón y empiezas a no poder más, el cómo tú y el cuerpo entráis en litigio, en disputa, y cómo tú le animas, vamos tío adelante, cinco kilómetros más, venga, vamos, y, cuando crees que ya no puedes en absoluto dar un paso más te surge de dentro un chorro de fuerza, uno de esos chorros que lanzan las mangueras de los bomberos, y date, fuás, aquello empieza a funcionar otra vez con energía. La fuerza de la pasión, un juego, la vida corriendo por tus venas, el fuego de la existencia corriéndote por dentro con el ardor del filo de una cuchilla; y el calor de la acción que te empuja, te lleva adelante, te pone en pie cuando ya la energía se te había acabado, adrenalina, endorfinas, las inas que sea, pero ahí estás tú. Cuidado que no hablo de élites ni de cosa que se le parezca, hablo de la cosa sencilla que cualquier hijo de vecino puede hacer un poco más allá de la puerta de su casa; hablo de sensaciones, venditas sensaciones que tanto tendríamos que cuidar, de cosas que suceden en determinadas circunstancias. Igual le puede suceder a este chorro de palabras, me levanto de la siesta adormilado, me incorporo, enciendo el teléfono, asocio mi despertar con otras siestas y ya es el cuento de nunca acabar, la escritura se me dispara. En circunstancias así uno podría meter un rollo de papel higiénico en el rulo de la máquina de escribir y no parar hasta terminar en el cartoncito final. Algo así hizo Jack Kerouac cuando escribió su novela En el camino.
Un juego, tantas veces que jugamos en la vida y que acaso son de lo mejor que tenemos. Las sensaciones, las emociones, los retos. 

Observarnos, decía el otro día Krisnahmurti, mirarnos desde un par de metros, prestar atención a lo que sucede en nosotros y jugar a llevarnos la corriente, a mofarnos de nuestro cansancio o nuestro calor, jugar a escuchar juntos a esa pajarera que anda por las ramas cuando atravesamos los bosques y nuestro cansancio obtura nuestra sensibilidad.


No corrijo ni una coma, me desperté, me senté: escribí. Con esto ya tengo hechos mis deberes de hoy. Soy hombre libre, me voy para Gerona a ver si ceno tempranito y me da tiempo para buscar un bonito rincón para mi vivac de esta noche.




1 comentario:

LuisBas dijo...

Mi amigo el caminante
llega al final del camino
por las tierras catalanas
con el mar como destino

Hoy no le he oido quejarse
de las ampollas dichosas
y eso quiere decir
que le van mejor las cosas

Hablas de grandes esfuerzos
de los años de mozuelos
cuando ibamos al monte
corriendo como posesos

Dulces recuerdos aquellos
de las edades tempranas
que me vienen a la mente
por tus hermosas palabras
Luis Bas, con afecto.