Madrid – Pamplona, 12 de
julio
Y cuando llegue el día
del último viaje
y esté a partir la nave
que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo
ligero de equipaje,
casi desnudo, como los
hijos de la mar.
El paisaje está
hecho del frágil amarillo de los campos ahítos de calor, la mies ha
sido segada y ahora los rastrojales ocupan el tapiz abrumado de sol
del llano castellano. Hay suspensa en el campo una delgada calina
como de sofoque, como si el campo, asediado por el calor sólo
pensara ya en la llegada atenuadora de las horas de la noche. El
pasaje va en silencio, el runrún adormecedor produce cierta
tranquilidad en el ánimo. Recibí un correo esta mañana, la imagen
de la lápida que señala la tumba de Machado en el pueblito francés
de Colliure. Por ahí habría de comenzar hoy mi escritura, hoy
camino una vez más de un pedazo de naturaleza que recorrer.
Dejé
provisionalmente mi vuelta a España y marcho al Pirineo, a unas
montañas que abandoné a final de abril porque mi equipo no era
suficiente para afrontar la nieve o el frío que hacia entonces.
Viajo hacia el valle del Roncal (quisiera dejar aquí un tema de
Alfredo Kraus que oía de niño junto a mi abuelo ) y desde allí
vagaré hacia el este tirando por donde el ánimo me vaya dictando.
En esta ocasión coloqué un mapa en la cabecera de mi blog donde se
irá dibujando el recorrido; me lo sugirió el amigo Santiago Pino,
que es curioso y le gusta saber por dónde camina la gente. La
primera parte del recorrido pirenaico la comencé en abril en Irún
después de terminar el Camino Norte de Santiago, cerca del puerto de
Urkiaga me pilló la ventisca y nieve profunda y decidí bajarme y
encontrarme con el amigo Ramón y su troupe en Belate. Ahora ya es
buen tiempo para volver allí.
Qué imagen tan
pertinente, hermosa también, desnudos como la mar, en esta estación
en la que andar por la parcela, deambular todo el día por casa como
Dios te trajo al mundo es uno de los buenos placeres que te aporta el
verano, que te recuerda nuestra olvidada naturaleza, porque desnudos
nacemos y así, vistiendo nuestra desnudez no por necesidad sino por
motivos ajenos que te obligan a esconderla, camuflarla, ser vergüenza
ante los ojos de los otros, no hacemos otra cosa que ocultar una
parte importante y natural de nuestro yo, comenzando a ocultarnos y
tratando de presentarnos ante los demás con un aspecto trabajado,
hecho a la medida de una idea cambiamos la imagen de nuestra realidad
por algo que no somos nosotros, de manera que unos y otros venimos a
relacionarnos no con la persona real sino con su imagen. Ponemos un
muro entre los demás y nosotros. Por otra parte, ¿cuántos cuentos,
malos todos ellos, se inventaron a lo largo de toda la historia para
vestir o desvestir ésta o la otra parte del cuerpo? En la antigua
Creta era moral llevar los pechos descubiertos, en otros lados
descubrir los tobillos bajo el vestido era atentar contra las
costumbres; hay un larguísimo muestrario a lo largo de toda la
historia que nos habla de hasta dónde todo esto es cosa de la cabeza
caliente de los hombres.
La vergüenza del
sexo, la del cuerpo, pertenece a la antología de todas las
mojigaterías que la mayoría de las culturas han inventado para
tratar de ocultar nuestro yo; ya para los griego el termino persona
hacia referencia a la máscara que usaban los actores en el teatro,
lo que evidencia nuestra crónica disposición a ocultarnos ante los
otros. Bueno, claro, no va uno a ir por ahí con sus pensamientos
escritos en la frente, pero de ahí a guardar como un relicario con
asustadiza hipocresía determinadas partes del cuerpo como si estás
pudieran ser el alma de algún delito , va un buen trecho.
Este desnudos como
la mar, una idea subyacente que, con su fuerza poética, puede ayudar
a comprender de manera intuitiva que acaso la vida, hecha para
reproducirse, morir y volver a reproducirse en el aire, tierra o mar,
no necesita de tantas bagatelas ni complicaciones morales en que
solemos encerrarlas. ¿Acaso la imagen de esos últimos versos no
debería ayudarnos a comprender mejor el mundo y a nosotros mismos?
¿No nos mantenemos alejados de nosotros mismos en exceso en el
tráfago de nuestras actividades, en el ocultamiento de parte de
nuestro yo ante nosotros mismos?
A mi que tanta
gente de este planeta vaya vestida con corbata y chaqueta es algo que
me admira sumamente. Y de hecho parece que sí, que las cosas
funcionan con la venia de la generalidad así; asombrosamente es así;
ya puede hacer todo el calorazo del mundo que sin chaqueta y corbata
ni hablar. Las normas de la decencia y las convenciones tienen que
estar bien delimitadas para que todo el mundo sepa a que atenerse en
cada momento. Tenemos tan exagerada tendencia a normalizar todo que a
uno le entra cierto escalofrío pensando en lo difícil que es ser
uno mismo, lo complicado que es hacer lo que uno desea sólo y
exclusivamente porque cierta costumbre, que en si misma puede ser
anodina, se ha impuesto en una sociedad, en una época. Nos
comportamos como si no sintiéndonos capaces para improvisar y
comportarnos en cada momento según un criterio personal,
necesitáramos a cada momento hacer esto de tal o cual manera ya
determinada por el entorno social. A uno le jode tanta normativa,
tanto desprecio por la individualidad. Obviamente cuando con tu
comportamiento haces daño a una persona normal el asunto es
distinto; hablo de una persona normal, no de esa clase de mojigangas
que circulan por ahí. El escándalo que pueda provocar la desnudez
en algunas personas perfectamente puede considerarse como una
enfermedad de esas personas, enfermedad de procedencia social de la
misma manera que el Bárcenas o la Cospedal son enfermos afectados
por la fiebre del poder o del dinero.
Protegernos de ese
tipo de enfermedades debería estar en la agenda de las tareas
pendientes. Que la muerte nos pueda sorprender ligeros de equipaje,
con la mente despejada, desnudos como la mar y satisfechos de lo que
uno deja definitivamente atrás debe de ser una de las mejores
maneras de despedirse del mundo.
4 comentarios:
Hola. no paras de andar, pensar y cuestionar lo que nos parece normal, ¿normal?.
Sigue colocando un pie delante del otro y no pares de todo lo que haces.
Ahora en la tierra de la normativa: quita lo de verificación de palabra, aunque pueda ser un robot creo que no te importaría.
Hola Ana, a lo mejor estoy un poco espeso, como dice mi hija. No entiendo el último Párrafo.
Hola Alberto. Llevo leyéndote algún tiempo y lo primero que quiero hacer es darte las gracias por los cinco minutos diarios que me dejas acompañarte en tus caminatas.
Este post en concreto refleja perfectamente una aspiración que muchos llevamos dentro y que rara vez podemos poner en práctica.
Hola J. E.
Graciaa. Da gusto saber que no somos tan raros y que los caminos que recogemos en la vida es compartido por otros. Un saludo
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