Escribiendo bajo la lluvia



Junto a Laux, 5 de septiembre 

A lo mejor con tanta lluvia se podría hacer otra película. Una vez le oí decir a Carlos Soria en un programa de televisión que si contara las horas de su vida que ha pasado por encima de los cinco mil metros seguro que éstas superaban al resto. Yo podría decir algo parecido de la lluvia este verano durante esta travesía de los Alpes, si contara los días de lluvia y las mojadas que me he pegado subiendo y bajando, atravesando collados de un extremo a otro de la cordillera entre Eslovenia y la frontera italofrancesa, estos superarían con mucho a los días sin lluvia, y no digo de sol porque el sol sol apenas lo he visto en estos meses. 


Y gracias puedo dar hoy que la lluvia se demoró, porque hacía bien poco que me había salido del camino inadvertidamente e intentando atajar con el gps en mano para recuperar el sendero correcto me había metido en un buen lío. Gateando estaba como hace dos días por pendientes herbosas llenas de resaltes rocosos que al final cogieron una inclinación tal de quitar el hipo. Menos mal que se me encendió una lucecita en el cerebro, la lucecita de la cordura, esa que vela por un servidor y por el género humano de tanto en tanto, y tomé la decisión de volver atrás. Con el rabo entre las piernas y algo avergonzado me volví. Avergonzado porque un pensionista con barba de abuelo debería ser más cuerdo y reconocer que se ha equivocado dando marcha atrás mucho antes de lo que lo suelo hacer yo. ¡Vamos!, ¿qué iba a decir mi nieta si me ve en ese trance como un mono miedoso descendiendo por un cuestón por donde nadie en su sano juicio debería tener permiso para subir? Por cierto, que en relación con esto se me ocurre que los nietos de Carlos Soria, que alguno tendrá, imagino, cada vez que vean al abuelo volar hacia Nepal camino de un ochomil, deberán pasarlo algo canutas por muy orgullosos que estén de las hazañas del abuelo; al menos si ya pueden hacer uso de una razón avanzada. A mí todo esto que hago, y sobretodo lo que hacía a los veinte años, me gusta, pero no estoy nada seguro de que me hubiera gustado que mis hijos practicaran, por ejemplo, la escalada en alta montaña. Cuando recuerdo lo mal que lo pasaba mi madre cuando no llegaba un domingo por la noche a casa o lo hacía muy tarde porque había surgido algún problema o había tenido que participar en un rescate, se me ponen los pelos de punta. Han tenido que pasar muchos años y tener hijos y verlos hacerse mayores para que yo haya comprendido el miedo y los malos ratos que pasaba mi madre y que intentaba aliviar haciendo calceta hasta que yo aparecía a las tantas de la madrugada procedente de Galayos o Gredos. Y peor todavía cuando desaparecía perdiéndome uno o dos meses por los Alpes, tiempo en que apenas recibían en casa alguna ocasional tarjeta postal. ¡Cuántas veces me habré reprochado tener a mis padres en vilo en tantísimas ocasiones por motivo de mi pasión por la montaña! 


Mientras escribía este largo párrafo y mandaba al hilo de un recuerdo común un mensaje a Carlos Soria, la tormenta se ha alejado quedando en el aire la música de unos timbales que retumban al otro lado del valle donde me encuentro. La calma tras la tormenta, cuarto movimiento de la Sexta Sinfonía de Beethoven. 


Tiempo de volver atrás y recordar algo de lo que sucedió hoy. Los casi dos mil metros de desnivel que me dejaron sobre el col delle Finestre me llevaron algo más de tres horas y media. El mar de nubes, que parecía pacíficamente posado como un gran lago a mis pies, cuando me fui aproximando al collado entró en marejada impetuosa, galopando ladera arriba hasta llegar a la divisoria, en cuyo momento la nubes se elevaban como la gran ola de Hokusai describiendo un bucle que se enroscaba en el aire sin llegar a invadir la vertiente opuesta. Tuve que dejar precipitadamente los bastones y correr unos metros para aprovechar la silueta fantasmagórica que dejaban el perfil de un motero y un ciclista sobre la pista de macadán antes de que se los tragara la niebla. 


Estaba atajando montaña a través para salvar unos grandes bucles de la pista cuando junto a una fuente me topé con los moteros Ilario y X (coño, bien que lo siento que se me haya olvidado preguntar el nombre a su compañero), otros dos que recién entrenaban también pensionato, sólo que estos en vez de con caminatas se regalaban con largos recorridos en sus flamantes motos. Somos montón la feligresía de los jubilados que se ponen el mundo por montera y deciden salir a recorrer mundo. Ilario tenía planeado, como tantos otros con los que me he cruzado, hacer el Camino de Santiago, pero le tiraba para atrás no tener compañero. Creo que terminé convenciéndole de que no hacía falta, que allí se encuentran compañeros para todos los gustos. Está visto que el orden no es lo mío, ni escribiendo ni en otras cosas, vayamos al principio. Bajaba deprisa, doy los buenos días y me siento en el bordillo del pilón del agua a charlar y tomarme un respiro. Y sin más me ofrecen un vaso de vino. Esas cosas no se preguntan. Terminé descargando y sentándome junto a ellos, y así estábamos cuando de algún sitio salió embutido y algo de fruta; yo saco algo de queso y un poco de jamón y ya está la tertulia organizada. Y mientras hablamos y comemos Ilario me llena varias veces el vaso de vino. Y así hasta que empieza a tronar y tenemos que recoger todo lo que hay esparcido a nuestro alrededor y X (Ilario, si lees esto pásame el nombre de tu compañero, no me gustan las X ni los anónimos en mi blog) se empeña en llenarme la tartera con todo lo que les sobra a ellos. En fin, sigue la sesión de fotos, yo con uno, yo con otro y al final todos juntos. La tormenta suena cada vez más cerca. Nos despedimos. Yo tomo un camino paralelo a la carretera que corre en su parte inferior. Oigo sus claxons insistentes de despedida desde la carretera que enseguida es tragada por la niebla. 


Mi camino zigzaguea graciosamente por los prados  entre una niebla liviana. Me siento contento, con una curiosa euforia encima; de golpe noto que mi cuerpo hace unos movimientos como de automóvil que sale de la cuneta y va de un lado a otro de la carretera. ¡Coño!, me digo, ¿será que tengo la tensión baja? Y me da un ataque de risa y bajo más contento que todas las cosas. Así que decido charlar un rato con mi chica, y debo de decirle muchas tonterías porque no me deja hablar y me dice ¿pero estás bien?, ¿te pasa algo? Y me río y la tomo el pelo. Y a todo esto, junto al camino, han empezado a aparecer carteles con textos en distintos idiomas tallados sobre paneles de madera. Y yo se los leo. El primero, en italiano, dice: "Algunos hombres nacen para la eternidad, otros para una segura muerte". Cuando se lo he leído pienso que la cosa no está en armonía con mi estado de ánimo, pero mientras llega un segundo panel, en castellano: "Si tú no puedes hacer grandes cosas tú puede hacer cosas pequeñas pero de una manera más grande". Éste nos suena a ambos a acaramelado mensaje religioso. Victoria quiere contarme no sé qué pero a cada paso sale un nuevo cartel tallado sobre robusto leño que yo quiero comentar divertido aprovechando la hilaridad que me da el vino de mis amigos los moteros. Otro más: "En la vida es necesario elegir entre gastar o ganar, no hay tiempo para ambas cosas". En éste mi chica y yo estamos plenamente de acuerdo, puesto a elegir lo más sensato es gastar... siempre que puedas, claro. Siguen más carteles, uno en francés y otros en patuá, un idioma particular de la región, según me explicará más tarde la chica del restaurante. Y charlando llegamos a Usseaux, el pueblo más cuidado y bonito de todos los que he visto en mi recorrido. 



La chica del bar, la amabilidad en persona, entendió enseguida lo que quería, llamó por teléfono a un lugar al otro lado de las montañas que teníamos enfrente para asegurarse que tuviera donde comer al día siguiente, solamente habría precisamente en el lugar a donde estaba llamando. Luego me preparó una comida completa llenándome la tartera con risotto, carne asada y verdura. 


El resto ya lo conocéis, sendero arriba perdí el camino y tuve que regresar; justo cuando atravesaba un prado muy adecuado empezó a llover fuerte. Mi particular hotel de tela me acogió sin más contratiempos. 












4 comentarios:

slechuga dijo...

Alberto en la foto que sales con los moteros me imagino, que esta echa después de los vasos de vino, mas que nada por la pinta que tienes.
Me sigue encantando verte con esa energía sexagenaria.
Un abrazo que ya no te queda nada.

Alberto de la Madrid dijo...

Casi me da pena de que esto se vaya acabando. Es un tipo de vida que me place, sin embargo por aquí el otoño ha empezado a asomar las orejas.
Un abrazo

Ignatius dijo...

Siento lo del "mega" caminante!!
El pais de Oc correspondía al todo el Sur de Francia incluidos los pirineos en su vertiente Norte y el Midi Frances actual y los valles italianos de los Alpes mas occidentales, justo por donde tu te mueves en estos momentos. El Valle de Aran es tierra de Oc y probablemente el único reducto del habla de Oc, el Aranes, que se sigue utilizando de forma vehícular en las escuelas y es oficial en el conjunto de lenguas españolas.
Clara, mi hija, es una de las pocas personas del Pais de Oc - no lo hablan mas de 4500 personas en Aran -que habla una de sus variedades lingüísticas, el Gascón montañés.
Un regalo de historia de Oc.
Un abrazo caminante.

Alberto de la Madrid dijo...

Voy a repasar mi fotos de dias atrás porque curiosamente me encontré, me parece, algo en patuá (me dijeron por cierto que todavía se habla en Cataluña). Sin temas que me suenan mucho y que acaso hola olvidado.

Probablemente tu hija pueda entenderse con esto gente y que me encuentro, que sienten tan fuertemente esa pertenencia al País de. Oc