Esta misma tarde



El Chorrillo, 19 de marzo de 2015



Disfrutar del mal tiempo; podría estar fuera, por ahí, bajo la lluvia, con el viento metiéndose el agua en los ojos, sin embargo estoy aquí, confortablemente sentado en la cabaña mirando por la ventana cómo las copas de los olmos, en los que ha empezado a despuntar la pelusilla verde de la primavera, se mueven con cierta solemnidad. Gozo la tarde llena acaso de la esencia de días pasados. Caminar todo el día por los senderos del país tiene ciertos efectos saludables: una buena dosis de cansancio, cierta disposición a mirar alrededor inquisitivamente como si lo que te rodeara estuviera hecho de una sustancia sutil que a la vez de hablarte en un idioma entrañable no transferible a palabras, sonara como música submarina que acompañara como en una ópera el texto incomprensible que vibra a su aire entre las desnudas ramas de los árboles; algo de esa música que la naturaleza sopla en los sentidos tonificando los músculos y el alma.

Cansado, miro el campo, la furia repentina del viento, la calidad apagada e inhóspita del color de la tarde. Esto que millones de personas vieron a lo largo de sus vidas durante milenios, el juego de las estaciones, el tránsito del calor al frío, de la tristeza a la alegría, del ruido y la furia al susurro de una palabra cariñosa en el oído. De estas cosas está hecha la tarde, pura contemplación en la que rompen las olas o suena débil el corazón de un neonato cuya esperanza de vida es todavía una incógnita.

Hay momentos en que la existencia está hecha de un material tan escurridizo que apenas es posible saber decir de su consistencia; el cuerpo, inmóvil, apenas da señales de vida, sólo los ojos y los oídos muestran una ligera actividad, el hombre o la mujer fijan su mirada en el horizonte, en el vaivén de las copas de los árboles; nada parece agitar su ánimo y, sin embargo, el instante transcurre denso y pleno de promesas, como quien estuviera asistiendo al espectáculo de su propio ser y el de todos sus congéneres moviéndose caprichosamente por el tiempo.

El mundo necesita poetas que extraigan con sus versos la sustancia primera y que hablen del viento y las olas y del fluido sutil que componen los sentimientos, que nos paseen por las montañas y los bosques y nos hagan oír la música de los riachuelos y el latido del propio corazón. El mundo necesita poetas que nos enseñen los caminos de la nada, ese ruido de olas en que para la existencia un día, una noche, el tiempo todo.


Al fin la tarde se hace noche, los periódicos yacen esparcidos por el suelo, no hay libro ni música capaz de llenar esta hora de silencio. 

2 comentarios:

Ignatius dijo...

Ya caminas!!. Cuanto me alegro. Yo aún patino por las laderas nevadas pero mis piernas ahora quieren caminar. Disfruta caminante!!!

Alberto de la Madrid dijo...

La lluvia me trajo a casa, pero mañana estoy de nuevo en La Mancha. Un gusto volver a leerte y saber que todo va bien. Un saludo.