Ibón
de Campo Plano, 23 de agosto de 2018
En
la Alta Ruta Pirenaica: Ibones de Arriel – Refugio Respomuso – Ibón de Campo
Plano.
Estaba
ensimismado viendo La misteriosa dama de negro (de Richard Quine, con Jack Lemmon
y Kim Novak) cuando algo luminoso me llamó la atención más allá de la pantalla
del teléfono. Era la luna que se apuntaba sobre las laderas rocosas que bajaban
del Balaitus. Apagué el teléfono y miré. Comprendí enseguida que no estaba en
casa ni en mi cabaña. El fragor de los riachuelos continuaban allí despeñándose
desde las laderas de la cumbre del Balaitus, la noche estaba estrellada y yo
era el único habitante de estas montañas. Hoy había caminado una gran parte del
día, había leído largamente una historia que transcurría en las cercanías del
Ártico, me había mojado, había vivido la emocionante manifestación de la
tormenta de todas las tardes, había escrito un largo post que hablaba de ella y
cómo los colores se acariciaban en una acuarela de un amigo y, por último
estaba disfrutando de una buena película donde cada secuencia me hacía sonreír
inocentemente a cada instante. Y ahora, con una apoteosis musical a la que
acompañaba el despropósito de una anciana deslizándose en una silla de ruedas
por una cuesta abajo que llevaba a un acantilado, como si del cochecito de Eisenstein
en el Acorazado Potemkin se tratara, solo que en clave de comedia, tras la palabra
fin, miraba atrás desde que esta jornada mía había dado comienzo y sentía la
dicha de haber vivido un largo e intenso día.
Después,
terminada la película, la luz de la luna entraba por la puerta de mi tienda y
vestía los alrededores del encanto de una noche más de vivac en la alta
montaña. La soledad era una acaricia sobre mi ánimo mientras empezaba a
quedarme dormido.
No
había prisa para levantarse esta mañana. Estaría a un par de horas del refugio Respomuso donde esperaba encontrarme con Nuria que subía desde Sallent
de Gállego, así que demoré en el saco más de lo acostumbrado. Es especialmente
agreste y salvaje este valle que tanto animan los sucesivos lagos de Arriel.
Despeñaderos, arroyos cayendo en pequeñas cascadas diseminadas por los
cortados, la neta sensación de soledad que producen el gris oscuro del granito,
las oscuras aguas del lago, convierten el lugar en un espacio idóneo para
perderse en ese tipo de reflexiones que relativizan todas las cosas de la vida
hasta hacer de nosotros diminutos seres que, como granos de arena en un
desierto, asumen su pequeñez con la benevolencia que hermana la sencillez de
todo lo pequeño.
Un
vagabundo que camina por el Pirineo debería ser como un pintor que va dejando
sobre el papel las huellas de su paso, pero como ni las acuarelas son mi fuerte
ni las descripciones al modo de José María Pereda, ese machista que arreaba
junto a Clarín contra la Pardo Bazán y que describía al detalle cada piedra que
pisaba, pues eso, que de descripciones las mínimas. A ver si en la próxima
reencarnación nazco más dotado para pintar y puedo compartir, como el amigo
David, mi arte con los visitantes de este blog. Tengo tantas esperanzas en la
eternidad que como veo que la vida ya se me va acabando poco a poco ya empiezo
a hacer proyectos para la próxima. Sí, no estaría nada mal seguir con este blog
después de que, como canta César Vallejo, el poeta peruano en sus versos, “hoy
que hasta tus puros huesos estarán harina”. Reencarnarse y además incorporar
nuevas habilidades a las ya existentes sería cosa lógica si es que los dioses
fueran capaces de obrar con alguna cordura. Yo no me pediría poder subir los
catorce ochomiles del Himalaya en la próxima vida, pero sí me gustaría saber
pintar y recrear los tantos lugares hermosos por los que paso. Y ya puestos
también me pediría tener mejor oído para la música, o no mirar con un ojo para
otro lado, como me sucede ahora, para que no se me espantaran las chicas guapas
con las que me cruzo. Así que de momento el vagabundo tiene que conformarse con
lo que tiene y, como lo de describir es cosa más de quien escribe guías, horror
por cierto eso de hacer una guía, no tengo más remedio que ir escribiendo sobre
lo que me pasa por el magín. Así hoy me hubiera gustado hablar de la magnífica
actuación de Jack Lemmon y Kim Novak en La
misteriosa dama de negro, que vi anoche, pero aparte de que me gustó mucho
no sé bien qué decir, magnífica puesta en escena, el tejido de los escenarios,
los detalles, bang, muerto, un niño que juega a matar a la gente por la calle y
cuyo disparo se confunde con el de un asesinato cercano, una anciana
deslizándose en su silla de ruedas por un terraplén, la cara de inocente
sorprendido de Lemmon, su jefe enamorándose de la Novak, ah, el flechazo por
razón de las mujeres bonitas en el pobre y desprotegido corazón de los hombres
de todas las épocas, las calles travestidas para la época de la posguerra
donde no había de faltar la niebla londinense ni el consabido gendarme que
llama la atención a un niño que juega a la pelota en un parque. Sí, cuando el
decorado de una película, la oportunidad de la música bailando al ritmo de una
ironía, una broma o un misterio de cuchifleta, o la seriedad de la policía se
ponen al servicio de una buena comedia, y todo parece como en una sonata
ajustado y medido, lo que perciben nuestros sentidos se entrega al servicio de
esa emoción tras la que el entramado de un guión corre siempre tratando de
hacernos sonreír, llorar o reír con todas nuestras ganas.
Apenas
dejados atrás los ibones de Arriel, que no tienen nada de aquel vaporoso Ariel
que nos dibuja Shakespeare en Sueño de
una noche de verano, estos Arriel toscos y asalvajados, perdidos entre las
altas peñas, aquél melifluo y sutil como una delgada brisa, el sendero dobla
hacia el este y se hace bello miradero sobre el valle que sube de Sallent, un
bonito camino que lleva horizontalmente sin perder altura hasta el embalse de Respomuso.
Allí
esperé algo mosqueado en el refugio a Nuria con la que me había sido imposible
comunicarme. Comí, tomé el sol, leí un poco sobre las andanzas de John
Franklin, convertido ahora de explorador en gobernador de un lejano territorio
al sur de Australia, charlé un buen rato con una mujer sobre las bondades de
nuestro apreciado Pirineo y en algún momento me pareció verla en el sendero.
Venía cargada como un serpa camino del campamento base del K2. Esta Valenciana
de armas tomar duda un montón antes de decidirse a dejar su bonita casa en los
Montes de Teruel, pero al fin en esta ocasión se decidió. Así que por unos días
somos dos en esta improvisada expedición pirenaica.
Como
ayer, se anunciaba tormenta para la tarde, así que después de comer nos pusimos
en marcha. No iríamos muy lejos. Acampamos en los prados altos, más arriba del
embalse de Campo Plano. Se nos fue la tarde en una larguísima parrafada sobre
la vida y cosas por el estilo. Con tan buena conversadora como Nuria se pueden
pasar horas de animada charla, y eso que cuando la conocí ella alardeaba de
hablar menos que una cartuja. Creo que hoy ya llené la acostumbrada cuartilla
diaria, así que buenas noches. Este año hay tan poca cobertura por el Pirineo
que lo mismo este post no ve la luz hasta entrado el otoño.
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