Tormenta sobre los ibones de Arriel




Ibones de Arriel, 22 de agosto de 2018

En la Alta Ruta Pirenaica: Caillou de Soques – Refugio de Arremoulit – Ibones de Arriel. 


La tormenta, bestial como en lo mejores tiempos, se abalanza sobre mi tienda con inusitada fuerza. Sólo a medias pude salvarme del repentino aguacero. Cuando llegué al refugio Arremoulit el guarda del refugio estaba escribiendo sobre una pizarra el parte del tiempo: tormenta entre las cinco y las siete de la tarde.

Confié en ello y comí tranquilamente hasta que vi que el cielo empezaba a ponerse sospechosamente turbio. Era la una y media cuando me estaba tomando el café. En una hora y media estaría en lo ibones de Arriel, al otro lado ya del collado de Arremoulit, donde podría buscar un lugar para acampar y bajar tranquilamente al día siguiente al refugio Respumoso donde había quedado con mi amiga Nuria, que venía directamente de Valencia a caminar unos días juntos. Subí tranquilamente escuchando las aventuras de John Franklin que en esta ocasión realizaba una expedición por tierra al norte de Canadá con el objeto de encontrar el famoso Paso del Noroeste. La historia de este expedicionario se sigue pero al autor se le ve el plumero, se ve a la legua que nunca ha vivido una experiencia similar ni siquiera en sueños. En la literatura de aventuras o eres muy bueno y sabes ponerte en las circunstancias de tus personajes o tienes que ser tú mismo el que corre las aventuras y las narra; si no el efecto es con mucha frecuencia artificial y nada creíble. En este caso no es creíble, pese a lo cual el relato me entretiene mientras en el cielo se van aglutinando las nubes. Cuando llego al collado constato que mi memoria no conserva absolutamente ningún rastro de las dos ocasiones en que he recorrido estos lugares. Las cumbres del Pallas y el Batcrabere aparecen envueltas ya en el presagio de la tormenta anunciada. El descenso hasta el lago Arriel es empinado pero se baja sin dificultad. Desde lo alto sopeso ya el lugar para mi vivac, un pequeño trozo de prado junto a la orilla. Sin embargo cuando llego allí miro el cielo y pienso que quizás en su borde sur consiga tener cobertura para ponerme en comunicación con Nuria que debe de estar ya en Sallent de Gállego. Craso error. Cuando estoy a la mitad del lago empiezan a caer unas gotas e inmediatamente se declaran todas las hostilidades. En un momento las orillas del lago son azotadas por la lluvia. He tenido que tirar mi macuto al suelo, lo cubro con la capa de agua y me precipito a colocar la tienda en el primer sitio que encuentro. Procuro concentrarme para no cometer errores y a la vez proteger el interior con el techo. No llego a poner todas las piquetas, llueve recio e inevitablemente mi macuto se moja, un servidor se moja y parte de la tienda se moja. Cuando está instalado el doble techo tiro el macuto dentro y voy yo detrás. El interior de la tienda está mojado. Así que sin quitarme las botas hincho la colchoneta encima de la cual iré poniendo todo lo seco, dejando al fondo lo mojado. El colchón es como el interior de una barca, todo lo que no esté sobre él inevitablemente se mojará. Díez minutos más tarde ya me he cambiado de ropa y estoy confortablemente en el saco oyendo la parafernalia de los truenos y la lluvia descargando con fuerza sobre mi tienda. Compruebo con alivio que el par de vías de agua que tenía y que en los Alpes me produjeron algún quebradero de cabeza, tras repararlas ya no dejan pasar el agua.


Ahora, después de una hora, ha quedado una lluvia residual que golpea delicadamente sobre el techo de mi tienda indicando que la pataleta del cielo ya ha pasado y que dentro de un rato quizás pueda salir a buscar agua con que llenar mi cantimplora. El cielo de la tienda se ha iluminado, así que en breve se acabó. Ya puedo hablar mientras tanto de otras cosas, por ejemplo de ciertos colores que se acariciaban… 

Días atrás, el poeta, amén de escalador notable y pedagogo de vocación, David de Esteban Resino, nos ilustraba, en su faceta de acuarelista, en la cofradía del FB, sobre la capacidad que tienen los colores, como si de seres vivos se tratara, para acariciarse al punto de fundirse unos con otros en un abrazo. Para David es una actividad muy gratificante donde, escribe él, “un pincel, unas pastillas de color, un bol con agua y un papel, sirvieron para darme cuenta de que en la sencillez también podemos encontrar momentos de gozo y momentánea plenitud”. Generalmente FB me aturulla y, aunque sólo lo miro someramente de vez en cuando, y he estado muchas veces a punto de cancelar mi cuenta, encontrarme entradas como las de este hombre en las que fugaces pensamientos o el relato de pequeñas experiencias se dan cita graciosamente, me anima a permanecer en la red. Es una lástima, porque un medio que podría prestarse a intercambios interesantes se convierte con frecuencia en un mero foro de aplaudidores donde nuestra capacidad de comunicación se agota en un lacónico “me gusta”.

Pintura original de David De Esteban

Yo entiendo poco de acuarelas, jugué en alguna ocasión con los pinceles y pude comprobar como en una aguada, en el rugoso papel destinado al cielo de un paisaje se producían milagros con sólo añadir pequeñas cantidades de negro sobre la húmeda superficie del papel. El color, dispersándose, degradándose en múltiples matices de grises, en un momento llenaba el cielo de un fantástico campo de nubes. Debía de ser muy malo porque una vez pinté unas casas enjalbegadas con geranios en sus ventanas sobre las que flotaban nubes de verano y cuando regresé de una de mis excursiones de los Alpes mi madre, que andaba haciendo limpia, la había tirado a la basura. Quizás por ello con el tiempo comprendí que en vez de jugar con los colores mejor me dedicaba a jugar con la palabras que, como les suceden a los colores de la acuarela, también parecen tener una vida propia y que, asociadas a otras, pueden crear maravillosos mundos de armonías, deleitarnos con sus sonidos, emocionarnos con sus relatos, construyendo con sus combinaciones mundos con los que alimentar nuestra alma. Dichosos nosotros que tenemos a nuestra disposición colores, palabras o la música con los que hacer la vida más grata.

Me gusta esa sencillez a la que alude David y en donde con toda seguridad descansa una parte sustancial de la vida. Que el dios de las pequeñas cosas nos acoja en su seno.

Y sí, la tormenta se fue de parecida manera como había venido; ha quedado el bronco bramido de los arroyos que caen sobre el lago tumultuosos e hinchados por la tromba de agua de la reciente tormenta.


El caminante y su sombra: en el Cervino y Midi d'Osseau respectivamente





 









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