Adúlteros. El Camino de Levante.

Nuria, con quien me he encontrado a la orilla del mar, lo mismo se anima y me acompaña unos días por el Camino de Levante. Será un placer...


Madrid – Valencia, 12 de marzo de 2019


Desperezo lentamente viendo pasar el paisaje de la primera hora de la mañana mientras sigo el desenlace de El primo Basilio, cuya lectura quedó interrumpida en el último tramo de mi recorrido de la Vía Vicentina, en Portugal. La novela ha llegado al fin al clímax en donde empieza a resolverse el enmarañamiento de pasiones y sentimientos encontrados a que ha dado lugar el adulterio de Luisa con su primo Basilio. Observo lo que va sucediendo en estas últimas páginas con la distancia de quien intenta comprender un problema ajeno que no cuadra adecuadamente en sus esquemas mentales. La literatura y el cine han hecho del adulterio un tema tan empastado de melodrama y venganzas sin cuento, tan de situar en la conciencia común el adulterio como uno de los grandes males que pueden caer sobre las parejas con relaciones estables, tanto que esta mañana, mientras veo distraído pasar ante mí los campos y sus árboles donde empiezan a asomar los brotes tiernos de sus hojas, escuchando la novela de Eça de Queirós, sigo teniendo la impresión de que si estas situaciones dramáticas a que da lugar el adulterio son posibles, es porque algo marcha mal en las relaciones de la pareja.

Los valores que defiende la moral común, y que viven amparados bajo ese concepto que llamamos fidelidad auspician en sí, me parece, una relación que está lejos de una naturalidad, entendida ésta como lo que es connatural con la especie, propio de ella (fidelidad, por cierto, la de más arriba, que yo entiendo nada tiene que ver con la fidelidad real que es cosa del alma y del cariño entre personas). Obviamente ponerse de acuerdo en qué sea o no sea lo natural no es cosa fácil, pero acaso pueda echar una mano para acercarnos a ello la idea física del rozamiento, aquello que en el desarrollo de una acción se presenta con menos roce, que se impone a nuestra biología o nos inclina a hacer sin que medien factores aprendidos. Puede ser un punto de arranque. Es la natural atracción entre hombres y mujeres. No parece equivocado tener, de parecida manera en que hablamos del sentido común, a la inclinación de nuestra propia naturaleza como referente.

En una situación en donde se dan tantos dramas uno podría recurrir a las “ingenuas” preguntas de El Principito proponiendo una baterías de porqués para intentar averiguar de dónde nace realmente el conflicto alrededor del adulterio y sus concomitantes. Por ejemplo, cuando en los mandamientos de los católicos se encabezan aquéllos con un “amarás a Dios sobre todas las cosas”, los que inventaron tal precepto no tenían en la cabeza otra cosa que la idea de dependencia que debe tener el vasallo respecto al soberano, nada que tenga que ver con el amor; vasallaje mondo y lirondo. El amor se tiene, nace en uno, está ahí, brota en nosotros, no puede ser nunca un acto provocado por un precepto ajeno a uno mismo. Y más, sobre todas las cosas… por favor… esta es la clase de fuentes de las que bebemos, vasallaje y exclusividad, y de todas, esta última es probablemente la causante de los mayores disparates que hayamos podido inventar para restringir la libertad y poner puertas al viento. Aquí cabría en seguida uno de esos porqués, ¿por qué la exclusividad? Te amo, sí, pero… si tú me amas a mí… exclusivamente. Estamos tan acostumbrados a vivir en el entorno de esa exclusividad que no paramos en comprender del todo lo que ello implica en su sola enunciación. A partir de ahí presumimos que una persona “nos pertenece” y que debe de guardarse para sí y bajo siete llaves cualquier sentimiento o deseo que pueda perjudicar esa sacrosanta exclusividad por la que nos hemos decidido al vivir en pareja. ¿A qué se debe esa exclusividad? ¿Queremos, como el dios del Génesis, reinar, tener atado y seguro a nuestro cónyuge? ¿No nos fiamos del todo del “amor” y por ello necesitamos asegurar un compromiso “hasta que la muerte nos separe”? Todo bien atado y garantizado, Prosegur hasta en la sopa, mi mujer, mi hombre, mi seguro de vida, mi seguro de incendios, mi seguro tras la muerte con un particular paraíso… El cabreo que tiene Jorge, el protagonista de mi novela, cabreo hasta pensar en quitarse la vida o matar a su mujer, aparece como resultado de un sentimiento tan hondo en el hombre, esa exclusividad, mezclada con la naturalidad con que él puede frecuentar a una amante sin ningún cargo de conciencia, hace pensar que lo que se está cociendo son asuntos como el brillo de los cuernos que la ciudad entera podrá contemplar con cierto regodeo sobre su cabeza. Del amor de ella no parece quedar duda después del fiasco con su primo; del de él tampoco pese a una dichosa carta. ¿Qué queda entonces? ¿Amor propio, descubrir una exclusividad ajada?

Zapata, cuando llegó al poder, creía que todos lo problemas económicos de México los iba a solucionar fabricando billetes de banco; de parecida manera los que quieren seguridad de por vida cultivan la creencia de que se pueden maniatar la conducta y los sentimientos creando situaciones formales de relación que no parecen corresponderse con los deseos más íntimos.

Esto dice un grafitti con el que tropecé en las calles de Valencia.

La mañana se ha hecho suave, con una luz de invierno que acaricia los viñedos como ejércitos desnudos en formación dispuestos a recibir a la primavera, con pequeñas lomas que pasan frente a la ventanilla del autobús bajo las que crece alguna pequeña aldea. El ocre claro de los campos, alguna torre de iglesia de trazo mozárabe, unos pocos almendros en flor en la linde de dos tierras color café con leche.

A estas alturas del viaje me pregunto si no será suficiente en la vida con quererse un poco, sin aspavientos, sin notarios, sin exclusividades, aprendiendo a recibir con agrado que nuestras parejas compartan su cariño o sus deseos más allá de la habitación sin ventilar de los hábitos conyugales. Es un día despejado, amable. Viajo camino de Valencia. Voy a pasar unos días caminando una de esas rutas que llevan a Santiago, Camino de Levante, lo llaman. Los asuntos de la vida me inquietan y caminar es una buena manera de ir deshojando la margarita de la existencia, los celos, las relaciones de hombres y mujeres, la muerte, la belleza de este mundo, la necesidad de mantener la mente y el cuerpo en forma. Pienso en estos días venideros con esperanza. Ahora, reducido mi equipaje en casi la mitad después de mi recorrido por Portugal, acogerse a la hospitalidad de los albergues del Camino tiene esa ventaja, me siento liviano y dispuesto a hacer del camino mi casa, mi salón de lectura, mi lugar de meditación, el lugar en fin en donde acaso broten pequeños reductos de belleza e inspiración.





Nota. Cuando voy a escribir el título de este post, Adúlteros, el corrector automáticamente me cambia la palabra que yo escribo, “adúlteros” por “adúlteras”. Así son las cosas, para la app no existen los adúlteros, solo hay adúlteras, lo que explica bastante el diferente comportamiento de los protagonistas de la novela de Queirós. Esperemos que el 8M siga empoderándose… aunque no hasta el punto de que se convierta en el reverso del machismo, como algunas féminas parecen estar buscando.






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