El lado amable de la incertidumbre


 

Cercano a la bocchetta delle Palete, 9,de agosto de 2023 

Pues es que llevaba más de dos semanas cargando inútilmente con un casco, un disipador y un arnés y llegando a Bolzano, mi obsesión por cuidar mi espalda y el peso que ella soporta me hizo ir derecho a la Posta para mandar a casa estos artilugios. Pues bueno, ya me da que pensar si habré hecho bien o no porque por este barrio son tantos los senderos “para expertos”, en el mapa que he comprado se ven tantas escaleritas, cruces y puntitos que no sé yo…. El certificado de experto ya me lo he debido de merecer después de tantos días aferrado a cables sobre vacíos de quitar el hipo, pero… El caso es que la poca cobertura en el alto que he hecho, me ha traído una frase de Alberto Flechoso que acaso tendré que considerar. Era esta: “Abrazando el lado amable de la incertidumbre”. No me llegaba la cobertura pero parecía que se refería a un descenso en bici por algún lugar escabroso. Y es que eso de la incertidumbre tiene tela y lo del lado amable pues no sé. Silvia Vidal afirmaba en una ocasión que precisamente la incertidumbre era ese punto en que ella empezaba a estar a sus anchas. 

Yo esta mañana no las tenía todas conmigo precisamente porque algunas señales en el mapa despabilaban a doña incertidumbre. Primero que no esperaba caminar por lugares tan solitarios, ni un alma en el camino, y después porque había larguísimos tramos de camino muy expuestos. Pese a que opté por otra ruta para evitarlos fue lo mismo, porque bastante expuesto era igualmente el sendero que elegí. En Italia los senderos en general están bien trazados y servidos con cables cuando atraviesan lugares delicados, pero ello se refiere a senderos de uso y el de hoy no lo era, que había que buscarlo entre las hierbas y la maleza. Después de tres horas de camino la niebla empezó a subir por los valles y a partir de entonces fue caminar dentro de una nube, perder el sendero varias veces y tener que vagar por alguna ladera de hierba empinadísima a la búsqueda de alguna señal. Sin embargo también hubo una bonita sorpresa. Las edelweis, aparte de escasear, pareciera que tuvieran predilección por los sitios más escabrosos. Dos veces más tuve que detenerme en lugares delicados para hacer honor a los gritos de mi cámara, que aunque parece viajar dormida cruzada sobre mi pecho, de hecho siempre está atenta a cualquier detalle que llame su atención. Para, tío, para, o es que estás ciego. ¿No has visto ese manojillo de edelweis? Pero igual llama mi atención cuando una culebra se cruza en nuestro camino o un botón de oro descuella sobre un fondo oscuro que resalta su belleza. Así que nada, cuidado con los bastones que no se vayan volando y con mil cuidados buscar el encuadre, enfocar y, clic. Y vuelvo a lo mío, cuatro ojos en algo que podría ser un sendero y date, unos metros más allá otro manojillo de estas hermosas flores que tan difíciles son de enfocar. 



En cierto lugar y a falta de indicaciones paso de largo el sendero que debo tomar y me sumerjo en la profundidad de un descenso que requiere el uso de pies y manos y toda mi atención. Quince minutos, media hora en la niebla hasta que descubrí que he pasado de largo el sendero correcto. Ufff… En realidad de inicio de sendero correcto no hay nada, todo está cubierto por una vegetación que llega arriba el muslo; una lejana señal blanquirroja me da la pista. A partir de aquí el itinerario, que atraviesa pendientes herbosas muy inclinadas, es una continua búsqueda de las señales. El sendero tan sólo se insinúa a veces. Un silbido cercano me alerta. Estoy a punto de pisar una culebra. A las marmotas las oigo de continuo alertando con su silbido a las compañeras, en ocasiones las veo correr como quien pierde el culo camino de la madriguera. La niebla es a veces tan espesa que es realmente como caminar en la nada. Eso, incertidumbre, incertidumbre que se acrecienta porque llegar al refugio Stoppani, en el passo Groste, no sólo  sería excesivo, eran diez u once horas del lugar en que acampé, sino que además del problema del agua hay que atravesar el largo sendero delle Palete, un sendero “sólo expertos” que promete buena ración de incertidumbre y que con el cansancio acumulado de toda la jornada no es nada aconsejable. 


Cerca de las dos de la tarde, camino ya de la bocchetta delle Palete observo no muy lejos a mi izquierda una tubería azul que probablemente llega a una captación de agua. Es una buena señal, porque en caso de que más arriba no pudiera coger agua, son depósitos que suelen estar bajo cerrojo, me queda la posibilidad de desenroscar alguno de los empalmes. En una ocasión circuncaminando la isla de Tenerife, en los aledaños del Teide, me salvó una de estas tuberías. Trepé monte arriba hasta encontrar un empalme. Me costó desenroscar aquello, pero al final el divino líquido fluyó de las juntas del empalme. Se me había acabado el agua la tarde anterior y aquello fue como una bendición de los cielos. Así que seguí sendero arriba hasta que avisté un depósito de acero. Todo él estaba cerrado a cal y canto. De la parte inferior salía una gruesa tubería imposible de manipular. El agua sonaba en las tripas del depósito como una promesa. Indagando aquí y allá di con otra tubería de una pulgada que salía ladera abajo en otra dirección. Localicé el empalme, se resistió a la primera, pero al fin la rosca cedió y tras separar el empalme el agua brotó maravillosa con toda su fuerza. 

Tengo un problema importante desde que he ingresado en el club de los prostáticos propensos a desarrollar cálculos en el riñón, el agua. Mi riñón necesita mucha agua para evitar infecciones de orina y algún que otro cólico nefrítico. Eran las dos de la tarde y había empezado a caminar un poco después de las siete, así que siete horas me parecieron más que suficientes por hoy. A pocos metros del depósito de captación de agua encontré un altillo para mi tienda.


Desde hace un par de días vivo las delicias del relato de Boabdil en El manuscrito carmesí, mi rato de lectura al final de la jornada, sin embargo desde que terminé Tierra de hombres todavía tengo pendiente alguna que otra reflexión que se me quedó en el aire esperando el momento. Quizás sea esta tarde la ocasión. En el último capítulo del libro Saint Exupéry viaja en un tren y en cierto momento siente la necesidad de darse una vuelta por los otros vagones donde viajan cientos de obreros polacos expulsados de Francia. Lo que encuentra en aquellos vagones le deprime, cuerpos por los suelos, miseria, hombres amontonados como si se tratara de ganado. Ante aquel espectáculo Saint Exupéry se pregunta: “¿En qué molde los han colocado, qué molde, cómo una máquina de hacer embutidos, los ha transformado así? ¿Por qué esta bella arcilla humana se ha echado a perder?"

El libro termina con esta observación: “Lo que me angustia no lo curan los comedores de beneficencia. Lo que me atormenta no son estos huecos, ni estas jorobas, ni esta fealdad. Es Mozart, un poco asesinado en cada uno de estos hombres. Sólo el espíritu, si sopla sobre la arcilla, puede crear al Hombre”. 

Tenía necesidad de recoger estas citas porque ellas muestran una realidad que, con mayor o menor indolencia, injusticia, depravación, pereza, cae sobre una enorme parte de la Humanidad, que más allá de nuestra llamada sociedad del bienestar, contribuye a ese Mozart un poco asesinado en cada uno de esos hombres y mujeres, que no tuvieron una oportunidad, o que acaso no supieron, no tuvieron fuerza para hacer de sí lo que la dignidad humana requiere.

Atardece, manojos de nubes llenas de sol, sus pelambreras, y de ceniza azulenca la umbría de sus bajos cruzan el horizonte. Las montañas visten bajo unas nubes el gris azulado de la última luz del día. Un avión cruza el cielo. Ha empezado a hacer frío. Es hora de meterse en la tienda al abrigo de la lectura de El manuscrito carmesí




















4 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias Alberto por tu relato que como siempre está lleno de belleza y aventura. Preciosas las fotos y los lugares que atraviesas.
Un fuerte abrazo.
Cuidate querido!

Alberto de la Madrid dijo...

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Que bueno saber encontrar rincones perdidos cuídate amigo un fuerte abrazo.

Anónimo dijo...

José María vera