Peregrinando a mis muertos. La historia de Nena

 


Junto al refugio Brentei, 11 de agosto de 2023 

A veces es como un ramalazo, una breve brisa que de golpe te hace comprender la vida. No en términos racionales que puedas expresar en palabras. Te viene así, una pura intuición que cruza tu alma cuando tienes a otras personas a tu alrededor, cuando miras las montañas, cuando como hoy que me acerqué a una pequeña capillita por encima del refugio Brentei. No recordaba bien que fuera esa ni donde exactamente se encontraba, pero estaba seguro de hallarla en el sendero que lleva al Campanile Basso. Se trata de una pequeña construcción en piedra, una pequeña ermita al aire libre en cuyas paredes amigos y asociaciones de montaña han ido dejando el recuerdo de montañeros fallecidos en las cumbres cercanas. Me fui directo al muro derecho, que es donde recordaba estaba el retrato en recuerdo de Nena, mi cara Nena. En recuerdo perenne de la cara Nena Bazzana, decía la lápida. Fallecida el 31de julio de 1971. 

En mi compañía. Hacíamos una larga travesía de varios días por las cresterías del Ortles y el segundo día muy temprano nos dirigíamos al monte Zebrú siguiendo una escarpada cresta muy descompuesta. No íbamos encordados, el paso no era difícil. Había atravesado yo primero junto a unos grandes bloques, Nena me seguía a veinte o treinta metros y de pronto a mi espalda sonó un estruendo, como si se desgarrara parte de la montaña. No me dio tiempo a ver más. De repente se había desencadenado una pequeña avalancha y Nena caía entre aquel revoltijo de rocas precipitada en el vacío. ¿Una roca inestable? Quinientos, seiscientos metros de caída. Al día siguiente Zeferino y su compañero, cuando fuimos a rescatar su cuerpo, me rogaron que me quedara más abajo de donde esperaban encontrarlo. Después dejé que el equipo de rescate se perdiera en la distancia del larguísimo descenso hasta la localidad más próxima. Qué angustioso y doloroso fue aquel recorrido. Zaherido, impotente, apenas incrédulo por la realidad que estaba viviendo, descendí aquel valle como ausente, incapaz de asumir todavía lo que había sucedido. 

El último día de Nena

Había conocido a Nena a través de Moisés Castaño. Se habían conocido ellos en Dolomitas y desde entonces un pequeño grupo de amigos recalaban en su casa de Cevo, en las faldas del Adamello, y desde allí nos desplazábamos a uno u otro macizo para escalar. El primer destino siempre era la casa de Nena. Al grupo se unía también la risueña Graciella. Desde allí el arco de nuestros desplazamientos era muy amplio, Mont Blanc, Cervino, el macizo del Bernina, Adamello, Brenta, las torres del Sella, las Tres Cimas de Lavaredo, el Catinaccio y las Torres del Vajolet. Éramos una pandilla  divertida a la que el nexo de la montaña le daba una vida muy especial y distendida. 

Unas navidades Nena vino a Madrid. Yo había dejado de trabajar en un banco después de comprobar que aquello no era para mí, y reconsiderando mi trayectoria, caí en que lo que realmente quería era ser maestro, así que me hice con algunos ahorros a base de horas extraordinarias en el banco. Para después del verano Nena, que era maestra en Cevo, me había ofrecido su casa. Así que al final de una primavera dejé el trabajo, y el seiscientos de Moisés me sirvió para llevar ese año todas mis cosas a Cevo, libros, esquís, todo lo que pudiera necesitar hasta la primavera siguiente. 

Regresé a Madrid con toda la pandilla en agosto y en septiembre volví a Cevo en auto-stop. Nena me esperaba con los brazos abiertos. Teníamos mucho en común. Ella era solitaria, amante de las montañas, excelente anfitriona y quizás por ello nuestras mutuas soledades y nuestro ser contradictorio encontraron en aquel tiempo y en aquel espacio una tierra fecunda para la amistad y el amor. Su casa era un balcón sobre la Valcamonica que frecuentemente aparecía inundada de nubes formando un inmenso lago frente a la ventana en cuya habitación estudiaba. 

La característica más notable de Nena era su enorme capacidad de desprendimiento, su generosidad. Vivía sola desde muchos años atrás, pero los fines de semana era posible que su casa se convirtiera de repente en un bullicioso refugio donde recalaban amigos de Brescia y la Valcamonica. 

En la cumbre Cima Grande de Lavaredo. Yo, Nena, Moisés Castaño, Fernando Vázquez, El Pichón (Enrique del Pozo)

Cuando llegó el invierno me fue necesario prever fondos para el resto del año y dejé Cevo durante dos o tres meses para irme a trabajar a Suiza en Saint Moritz. Con dolor la dejé aquella mañana temprano en que abrigado hasta las cejas salí a la carretera para hacer auto–stop hasta Saint Moritz. Una hora después de llegar ya tenía trabajo en un hotel. Fue una separación muy forzada. En aquellos meses nos habíamos encariñado lo suficiente como para hacer difícil la separación. 

Nena y yo

Regresé a Cevo tras la temporada de esquí. Volvimos a querernos de cerca. Mis estudios, hacía Preu por libre, continuaron con regularidad, siempre frente a esa ventana que con tanto cariño recordaré siempre, y al final de mayo regresé a Madrid para los exámenes. Aprobados estos, Nena se desplazó a Madrid y de allí nos fuimos primero al Pirineo para celebrar mi nuevo ingreso en la universidad, y después a Alpes. Nena hubiera preferido quedarse algún tiempo en casa dando paseos por los alrededores, pero fue mi fiebre de entonces, siempre montañas y montañas, lo que al final inclinó la balanza para una nueva aventura, recorrer la dorsal entera del Ortles partiendo de las cercanías del paso Tonale. Sería la última travesía de Nena. 

Hoy se me hace un nudo en la garganta volviendo a recordarla. Allí estaba su retrato, uno que le hizo Moisés en la cumbre de la Cima Central de Lavaredo, ese rostro de felicidad que se le ponía cuando estaba con nosotros. 


En Galayos


***

Esta mañana fue lo nunca visto, amaneció sin una sola nube en el cielo. Una larga caminata por el cogollo dolomítico de Brenta. Primero hasta el refugio Tuckett y más tarde hasta el Brentei, la puerta de uno de esos complejos de montañas que hacen las delicias de los escaladores. Me acordé de los amigos Toti y Vinches, que andan estos días juntos haciendo diabluras como siempre por las paredes de nuestra Iberia. Seguro que aquí, todo un reino para los treparriscos, estarían en la gloria. También Carlos que me decía esta mañana por guasap que estaba en bicicleta sobre el rodillo, pero que preferiría estar en Brenta aunque fuera con niebla. Me dice también que su pierna mejora, muy despacio pero mejora, que es lo que importa. 

Es imponente el reino de Brenta. 





















4 comentarios:

Anónimo dijo...

Me he quedado sin palabras...
Un fuerte abrazo querido!
Kimi

Alberto de la Madrid dijo...

Gracias, Kimi. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Emocionante relato, bonitos recuerdos emocionados de amigos que nos dejaron, es el mejor agradecimiento que tenemos con los los que nos dejaron, Antonio no un abrazo.

Alberto de la Madrid dijo...

Fue muy emocionante y sentido, sí, gracias.