Día 31. Las 5:45. Amanece sobre el Gran Paradiso

 


45,55421125°N, 07,58043677°E, 18 de julio de 2025 

La música de la brisa en las ramas de los abedules me recuerda esta tarde aquella otra de los álamos blancos que crecen frente a mi cabaña, una fijación de un día cuando muy joven hacía auto-stop y vivaqueé en una alameda. Desde aquel día siempre quise vivir cerca de una de ellas, dormirme acunado por el rumor de sus hojas. Cuando compramos la parcela donde vivimos enseguida destiné una parte donde el rumor de los álamos se despertara con la sola presencia de una ligera brisa. Habría que irse a Japón o a un claustro románico donde estas cosas se apreciaran. En los claustros románicos la música proviene del surtidor que habitualmente lo habitan. También esto lo traspasamos a nuestra casa donde en un estanque de carpas doradas se oye día y noche la música de una fuente, “A flor de tierra abre mi fosa,/ junto al riente alboroto divino de alguna pajarera/ Junto a la encantada charla de alguna fuente” (Juana de Ibarbourou). Pausa. Me traslado. He debido de tumbarme encima de un hormiguero y me están friendo. A quien no sabe qué hacer con su tiempo le podríamos poner a contar hormigas. 

Esta tarde miro para atrás y tengo la sensación de venir de la otra parte del mundo. 

Podría haber terminado mi jornada valle abajo donde llegué de la mano de Stefan, un establecimiento donde cenar, acampar, darme una ducha de agua caliente, esas cosas, pero se ve que me parezco más a las alimañas del bosque que a otra cosa. Ya estaba decidido, Stefan había llamado por teléfono, pero a la hora de la verdad iba a echar de menos mí rato de soledad. Uno está hecho de una materia rara, nací así, que me pide constantemente buscar refugio en lugares apartados de la montaña. 

Lo de Stefan es que después del largo descenso del collado Crest, las dos y media de la tarde, terminé simplemente en el asfalto mondo y lirondo. Así que allí me puse en un cruce a esperar a Godot. Andaba sin saber qué hacer cuando en el stop para un utilitario. Me fui disparado a él. ¿Sabe del lugar más próximo donde pueda comer algo? Hombre, contestó, yo tengo un restaurante más arriba. Si quiere le llevo come, y después le reintegro a su ruta. Hosti, ¡quién diría que iba a caer semejante breva! Taxi y comida en un "pu", plato único, que decían en la familia de Victoria. Me llevó a Campiglia Soana y tras la comida me dejó en Piamprato. 

Y por encima de Piamprato ando, en este momento con un fresco que me va a obligar a montar la tienda. Voy a ello.

 

Un día la amiga Teresa, de Hoyos, me preguntó que cómo me salían tantas cosas del coco todos los días. Pues es que no sé, pero sucede, hoy por ejemplo se me ocurre que casi podría llenar las páginas de una novela con todo lo que he vivido y se me ha pasado por el coco. Así que eso de que menos es más, escribiendo, quiero decir, es sólo para quien anda escaso de papel o imaginación. 

He tenido un pequeño accidente que podría haber terminado con parte de esta travesía, eso o traerme complicados quebraderos de cabeza. El entorno, una especie de lomo, el único lugar horizontal a cuyos lados hay dos inclinadas pendientes, la de la entrada de la tienda cae directamente tras un breve prado inclinado por un desplome hasta el río. Monto la tienda, llevo todas mis cosas a la entrada, extraigo el saco, inflo el colchón, lo meto en la tienda, voy a coger el saco, metido en su bolsa y ¡Collons!, ha desaparecido. Miro por aquí y por allá, nada, y de repente se me enciende la luz: ¡seguro que ha rodado montaña abajo! Me temo lo peor: ¡Me he quedado sin saco! Hace un par de años dejé a secar todo en unos peñascos junto al río, tienda, saco, botas, y me eché la siesta. De repente me desperté sobresaltado, el agua del río había crecido y me llegaba casi a los pies. ¡Hostia! Salí corriendo, habían soltado las compuertas en algún lugar y el río había triplicado su caudal. Logré rescatar la tienda y el saco, colocados en una roca muy prominente, pero las botas se las llevó el agua. Después del susto me descojonaba de risa pensando en lo ridículo de la situación. Tuve que caminar muchos kilómetros con las cangrejeras hasta un pueblo que casualmente andaba por allí y en donde además vendían botas. 

Si un servidor es capaz de pasar por una situación tan ridícula como perder las botas, se imaginará qué capaz soy de perder el saco. Pero no, salí pitando ladera abajo y el saco después de rodar todo lo que pudo había sido detenido por una roca, lo mismo que me sucedió en una ocasión siendo un pardillo en esto de la montaña, un invierno que vivaqueaba en Cuerda Larga y resbalé mientras dormía. Mi vida se la debo a una roca en la que entonces se enganchó el saco después de resbalar por la nieve dura. El no haber perdido hoy el saco de dormir, igual, se lo debo a una roca que lo paró. ¡Y es que a uno le sucede cada cosa…! 


Bueno, el caso es que hoy debería haber empezado este relato así: “Las cinco cuarenta y cinco de la mañana. Amanece sobre la cima del Gran Paradiso… etcétera”. Era realmente bonito. Por el monte correteaban masas de niebla cuando me desperté. Era vano esperar nada especial de la mañana, pero date, me incorporo en el colchón y ahí estaba el milagro de un amanecer más, en esta ocasión vistiendo de ámbar y muselina la majestuosa mole del rey del lugar. 


Había cenado un trozo de pan y en mi talego de la comida no quedaban ni migajas. Sabía que allí abajo, en Talosio había una trattoria que hacía también de Posto Etapa, lo equivalente a nuestros albergues del Camino de Santiago, pero donde puedes comer y hospedarte, y que abría a las ocho. De ahí mi madrugón. Llegué cuando hacía cinco minutos que habían abierto. Un largo descenso, por cierto. Di cuenta de un desayuno que me habría servido para no comer más hasta el día siguiente. 

Y luego nada, tira para arriba, y a eso de media hora llego al santuario de Prascondú donde debía coger agua. Y estoy llenando la botella cuando de repente oigo a una muchachada desfilando y a grito pelado gritando algunas consignas. Cosas de curas, imagino, el día anterior en una aldea había visto a un cura con sotana. Cosa insólita ya en estos tiempos. Adolescentes todos, imagino, con un cacao mental encima considerable. Recuerdo alguna película italiana de los tiempos de Musolini, cerebros jóvenes en cuyo interior tanto caben ideologías fascistas como una exaltación religiosa. Tengo la sensación de que Italia va a la zaga del mundo en asuntos de religión católica. 

La ascensión al Col de Crest estaba limpia, abedulares y más arriba grandes praderías. Lo de la vertiente opuesta volvía a ser buscar el sendero con dificultad, no yo sino el sendero, el modo en que abrirse paso entre la escabrosísima pendiente discurriendo a lo largo de mil doscientos metros de desnivel, hasta el mismísimo asfalto donde proverbialmente me encontré con Stefan. 












2 comentarios:

Jose Maria Vera dijo...

Yo también me sorprende como se te ocurren tantos temas, pero no solo por la ocurrencia sino porque por noche te acuerdes, es fantástico un fuerte abrazo.

Alberto de la Madrid dijo...

Un abrazo, José Maria