45,76134946°N, 07,90381193°E, 24 de julio de 2025
Llueve toda la noche pero poco antes del alba el tiempo se comporta. Hoy salgo con la idea de caminar algunas horas bajo la lluvia, así que hasta los guetres me pongo antes de salir de la tienda. Se ha hecho ya una rutina eso de inaugurar el día con un millar de metros de desnivel con los que desayunarse. El cielo está encapotado y las nubes ocultan las montañas. El sendero, tipo calzada romana, es cómodo. Sólo hay que caminar, desentumecer el cuerpo y más tarde asumir el ritmo, monótono, reiterativo, tranquilo. Hace un par de días que ha empezado a dolerme un poco la rodilla derecha y ahora pongo toda mi atención en mimarla, que no se me ocurra dar un mal paso, me digo. Las nubes juegan entre las montañas y a veces aparece incluso alguna mancha azul en el cielo. Pero es un puro juego. También me traga la niebla durante un rato.
El sendero calzada romana termina por desaparecer, se empina por un pequeño circo donde hace rato ha desaparecido el bosque. Oigo pasos, me vuelvo, sube un hombre calvo y a pecho descubierto a toda pastilla. Bon giorno, y le cedo el paso. Cuando se abre un poco la niebla, en lo alto aparece el refugio Rivetti encaramado a un promontorio rocoso tal castillo en las alturas del Valhalla, la mansión de Wotan. Pero no, al final no es castillo sino amigable mansión, un refugio de aquellos mejores tiempos. Llegar aquí no es una broma, así que personal y huéspedes todos de calidad. Una cálida acogida es lo mejor que uno puede desear después de tres horas y media de subida sin respiro. Es pronto, las once y media, para comer, pero hago un esfuerzo. Después de este refugio no hay nada en siete horas. Federica y su compañero me han acogido con tanta hospitalidad que casi me va a dar pena salir pitando dentro de media hora. Diez o quince personas, unas chicas alemanas, una pareja belga y el resto italianos. Federica me pregunta por los días que llevo caminando y dónde termino mi andadura. Suelta una exclamación y enseguida comparte mi historia como si estuviera hablando con todos los huéspedes. Charlamos un poco, ella chapurrea un poco el castellano, y tras la comida me prepara algo para la cena y el desayuno. De regalo algunas rosquillas y un poco de leche en polvo. Hoy hay que hacerse la foto de rigor. Federica me despide con un abrazo. Chica cariñosa ella. Nos decimos adiós en la puerta del refugio.
Hoy serán tropecientos collados y una larga caminata por cotas entre los 2200 y los 2500 metros. Aquí es volver a sentir con fuerza el placer de caminar. Se respira un aire de montañas solitarias, paisaje cambiante de prados de un brillante verde sobre un fondo de serradas crestas de granito y, tras el primer collado, un hermosísimo paraje de praderías todas rodeadas de montañas que la niebla oculta a ratos. Al fondo, el collado al que se dirige el sendero está fuertemente defendido por bastiones rocosos por donde no logro saber cómo se las va a apañar el sendero para subir. Empinado, pero se sube. Un buen trozo a cuatro patas, pero sin problemas.
Al otro lado del collado Lazoney se abre un nuevo espectáculo de montañas. Al poco comienza a llover. Un buen rato. Después vuelve a salir el sol.
Mientras tanto Marvin Harris se pregunta si la Humanidad puede existir sin gobernantes. Comenta que los fundadores de la ciencia política creían que no. Cita a Hobbes: «Creo que existe una inclinación general en todo el género humano, un perpetuo y desazonador deseo de poder por el poder, que solo cesa con la muerte». Hobbes creía que, debido a este innato anhelo de poder, la vida anterior (o posterior) al Estado constituiría una «guerra de todos contra todos», «solitaria, pobre, sórdida, bestial y breve». ¿Tenía razón Hobbes?, se pregunta Harris, ¿Anida en el hombre una insaciable sed de poder que, a falta de un jefe fuerte, conduce inevitablemente a una guerra de todos contra todos? Probablemente sí. Estamos jodidos y bien jodidos. Si por una parte podemos estar gobernados por cafres, ególatras y gente poco digna, por la otra, si consideramos que la democracia, tal como se ejerce en tantos sitios, es ejercida por aquellos que la plebe, casi siempre mayoría, elige, el resultado en ambos casos no tiene visos de ser halagüeño. Por una parte la necesidad de que alguien gobierne, por otra las pasiones, el deseo del poder por el poder, y por otra la muy dudosa capacidad de que una generalidad de ciudadanos sea capaz de elegir a las personas adecuadas.
Pese a la largura de la jornada es placentero este descenso entre prados y lagos. El frente del valle lo ocupan prominentes cumbres que al atardecer, desde mi tienda, ofrecerán un bello espectáculo de tonalidades grises donde el efecto de las nubes cubriendo y mostrando a retazos las montañas compondrán un espectacular cuadro con el que terminar el día.
Cerca de las seis llegué a destino, unas bordas, aquí reciben el nombre de baitas, en ruinas entre las que encontré un lugar para mi tienda.
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