Día 51. Entre el temor y el placer

 


46,06062570°N, 09,99781251°E, 7 de agosto de 2025

Me preocupa un poco el descenso/travesía y ya con las primeras luces escruto varias veces el cielo a través de la puerta del bivacco. Nada, persiste un niebla cerrada. Mientras desayuno oigo una voz fuera en un idioma que me resulta algo conocido. La cosa más curiosa del mundo, el idioma era el nepalí y quien lo hablaba un pastor que se comunicaba con un walki talki con otro nepalí. Estaban intentando localizar en medio de la niebla a las ovejas. Parecía una aparición allí en medio de la nada. Me dice en un italiano aprendido ayer mismo que es guía allá en Nepal, pero que ha venido a ganarse la vida en Italia. Le pregunto por el camino. Bien, sólo una pequeña dificultad, un nevero en el que tendrás que buscar el mejor paso, me dice. Nos despedimos. Me pongo en camino en medio de la nada, una nada que será constante durante todo el día.


Una hora más tarde aparece la silueta de un caminante, es argentino, pero no habla español, vino a Italia muy pequeño. Es el primer caminante de larga distancia con el que me encuentro. Está haciendo la travesía de los Alpes Oróbicos Orientales. Nos veremos durante el día dos o tres veces. Él camina más rápido que yo. Cuando llego al paso delicado le observo que se ha parado arriba sobre el camino. Probablemente para estar al tanto por si tengo problemas con el nevero. No se lo diré después pero se lo agradezco. El nevero, la parte última de un largo couloir, es una masa helada que ha socavado el agua que ha formado una gran concavidad bajo el hielo. Si la nieve hubiera estado blanda, hubiera sido un paseo. El problema es que estaba muy dura y que por el lugar más asequible formaba un puente sobre el agua del que no sabía la consistencia. No había otra posibilidad y temía por lo extremadamente rebaladizo que estaba el paso. Despacio, buscando apoyo en algunas piedras sobre la nieve y en suciedades que se habían depositado sobre ella, voy poco a poco atravesando aquello. Con temor, pero al fin paso sin demasiados problemas.


Hasta el mismo refugio, es decir cinco horas más tarde, camino entre la niebla por un sendero que a veces es cómodo, pero que en ocasiones bordea barrancos, trepa un centenar de metros, rodea varios precipicios, emprende un largo descenso o sigue la cota de los 2500 metros por un buen rato.

A la una ya estoy de charla en el refugio con Giulia que habla un perfecto castellano aprendido en Córdoba y que trabaja de camarera en el refugio Brunone. Tengo algunas dudas sobre la continuación. El sendero llega hasta la cota 2700 y se mantiene una gran cantidad de tiempo subiendo y bajando a esa altura. El encargado del refugio me remite a una chica que come cercana a mi mesa. Le pregunto por el estado del camino y como le digo que vengo del refugio Calvi enseguida me dice que, habiendo pasado por ahí, el sendero que tengo por delante no es más difícil. Algunas cadenas en el ascenso y un largo corredor bastante inclinado después del primer collado servido también por cadenas. Bellísimo, me dice.

En realidad el recorrido se convertirá en la experiencia más atrevida, y hermosa, de todo el verano. Una mezcla de temor y placer me corre por el cuerpo durante todo el itinerario. No, no era más fácil esto ni mucho menos. Recuerdo que en todo momento camino en medio de una espesa niebla, que con ser tan agradable en ocasiones, en el caso de hoy, un laberinto que sortea crestas, canales, trepadas, destrepes, pasos delicados o zonas extremadamente descompuestas, así como resbaladizas pedreras, añadía un plus de incertidumbre. No subes o bajas por una ladera, sino que te mueves en un laberinto de subidas, bajadas, rodeos y todo con una visibilidad nula, que sí, que a veces se abría un poco para impresionar más todavía.

 

Hay momentos en que la conciencia de estar viviendo una experiencia algo especial me produce ese raro placer que es mezcla de bienestar y temor. Pero el recorrido, que parece que al fin baja para encontrar un remanso de tranquilidad, ahora apunta a lo alto hacia una canal que viéndola me parece impracticable. Un hecho que se produce en varias ocasiones.

Y las complicaciones no cesan y el mapa y sus curvas de nivel no me dicen absolutamente nada. Y las rodillas me duelen y mis pasos son torpes; noto que me aferro a las rocas o a las cadenas con excesiva tensión y en mi interior empiezo a pensar que si no me estaré pasando. Mis piernas no son ni de coña lo que eran y, aunque aguanto el dolor de mis rodillas estoicamente en las bajadas, desconfío de ellas. Y tengo ese momento que tantas veces me visita últimamente de pensar, sí, si este tipo de cosas las puedo seguir haciendo. Luego miro atrás y me digo, bueno, llevo 51 días caminando ininterrumpidamente y eso es una prueba clara de que todavía se puede. Hoy, una vez instalado en la tienda lo primero que haría sería comprobar el grado de dificultad del camino que estaba recorriendo. No lo miro nunca, pero después de esta experiencia creo que lo tendré en cuenta. No lo miro, entre otras cosas, porque la señal de mi track, que es gruesa, tapa ese número que mis mapas recogen, T1, T2, T3, T4, o T5. Para el que no esté familiarizado con estos números es como en la escalada. El T1, muy fácil y el T5, difícil, sólo aconsejable para gente experta, hablamos ya de incipiente escalada. El recorrido de la tarde, lo supe más tarde, era un T4, y el de por la mañana un T3. Aunque yo he ignorado hasta ahora comprobarlo, quizás porque no me había encontrado dificultades como las de hoy, resulta una información muy útil.


Bueno, pues sobre las seis de la tarde pasadas el sendero baja por una empinadísima arista y al fin se remansa sobre un terreno tranquilizador que además me ofrece un buen sitio para mi tienda. Se ha abierto un poco la niebla a mi alrededor, pero el ambiente da una gran sensación de soledad; una especie de circo de montañas, un promontorio donde estoy yo y lo que tengo debajo tiene el aspecto de las profundidades de uno de nuestros jous de Picos de Europa. La señal del track se dirige ahora a encontrarse con el lago Coca, doscientos metros de desnivel más abajo, un T2 tranquilizador para mañana.

Termino el texto, apago el teléfono, echo un vistazo al cielo y… ¡se ven las estrellas! 



















2 comentarios:

Jose m vera dijo...

Impresionante Alberto, que fuerza de voluntad, enhorabuena maestro

Alberto de la Madrid dijo...

Un abrazo, José Maria, aunque sea con retraso. Seguimos en camino.