Entre Arriate y Serrato, 28/04/10



Hoy se está bien a la noche a la intemperie oyendo los grillos, y hace muy poco un cucú encaramado en los cables del tendido eléctrico.

Hace un calor del carajo. Subo la cuesta del mediodía con el sol pegándome en el pescuezo y la cerviz muy para abajo rendido mi cuerpo por el cansancio de una marcha continuada desde Montejunto; una pista endiablada que me pilla de sorpresa poco antes de llegar a Ronda. Pasa un utilitario, se para diez metros más arriba, sale un individuo de cabeza ovoide y grandes entradas, desaliñado, un poco torpe en sus movimiento y va mi pregunta la hora. Tengo que parar el ipod, un momento, le digo, y hurgo en mi bolso para buscar la cámara fotográfica, la enciendo, la una y treinta y ocho, y entonces el tipo va y saca de la espalda sus dos manos y mostrando una especie de martillo en la derecha y un sacacorchos abierto con su espiral dirigida a la persona del caminante, va y me dice que le de los euros que llevo. Hasta yo mismo me sorprendo de mi sangre fría, creo que ni siquiera me puse nervioso; me le quedo mirando y le digo que no, que acostumbro a dar dinero cuando me lo piden, pero no de esa manera. Pienso lejanamente en mis bastones con los que me defendí de una jauría de perros días atrás, bastones nuevos con una punta endemoniada, la verdad, no se me había ocurrido antes, una excelente arma defensiva. La cosa no se prolonga mucho, el hombre, con una medio barba de dos o tres días, la verdad es que tiene aspecto de infeliz y no tarda en derrumbarse, me pide perdón, he regañado con mi mujer y no tengo dinero, no tengo gasolina, mire si quiere y me señala el interior del coche. Está a punto de saltársele las lágrimas. Es la primera vez que hago una cosa así, perdóneme; termina por pedirme que le dé algo. Le doy todas las monedas que tengo. La verdad es que me entra un rubor de narices, me avergüenza acaso mi posición económica sin dificultades, los caprichos que puedo tomarme. Continúo mi camino, vuelvo a conectar mi ipod y minutos después el auto pasa despacio a mi lado, el rostro del conductor pide disculpas una vez más desde el volante. Termino la cuesta, cruzo un puente, bajo por el polígono industrial y siento que me llaman a la izquierda, es el conductor de una furgoneta, su voz algo aflautada, su gesto amable y servicial. Como supone que voy al otro lado de la ciudad caminando y hace calor, me invita a llevarme en el coche. Caray, me digo, cuánta amabilidad seguida. También por la mañana tuve una oferta, tres chicas paran el coche a mi lado, ¿hablas ingles?, un poco les digo, y me encuentro con la oferta de otro trayecto en coche para evitar cansancio al caminante. Demasiadas mujeres para un tipo tan tímido, demasiado inglés macarrónico para un alma exigente a la que no le gustan los tópicos insoslayables cuando los recursos del idioma son limitados.


Bueno, el caso es que anoche dormí en medio del vivísimo verde de un campo de cebada, y que me acosté tarde y me fui imposible madrugar. Ay mi voluntad. Y chupé por tanto calor por lomas que subían y bajaban y dejaban atrás los llamativos peñascos de la Serranía de Ronda; y las páginas de mi libro recorrían Guatemala, Mexico DF, París, Roma, África, siempre de la mano del señor Bolaño, al que a estas alturas degusto con más placer desde que los poetas real visceralistas han pasado a un muy segundo plano y toda la novela se convierte definitivamente en un hervidero de vidas en donde la realidad y la imaginación se mezclan hasta constituir un todo que entra por los oídos con la fuerza de un buen manjar. Hasta los bonitos ojos de Octavio Paz entraron hoy en relación en el parque Hundido, con el más o menos coprotagonista de la novela, Ulises Lima. Bueno, no es que tenga algo que ver con Balzac, pero hoy sí me hizo pensar en él la abundancia de sus personajes y las variopintas y diferentes situaciones de éstos.

Debí detenerme algo más en Ronda, pero no está mi ánimo para visitas turísticas, tampoco para rastrear la historia de los lugares por donde paso; como mucho me detengo ante los carteles que de vez en cuando aparecen en el camino explicando tal o cual característica del lugar. Lo mío ahora es otra cosa, es caminar; caminar es una suerte de meditación, un modo de vivir, un modo de leer, de pensar, de ahondar en ese lirismo que para Cioran es tan determinante. La razón tiene poco que hacer en las cosas importantes de la vida, y es por ello que hay que darle tiempo al ánimo para campar o profundizar en su propia esencia, y yo no conozco muchas maneras mejor de hacerlo, aparte de hacer caminos y buscar la ensoñación y el ensimismamiento en contacto con la naturaleza. También con el cansancio, con el esfuerzo. Da la impresión de que uno sólo es visitado por la gracia, por una parte más o menos graciosa de ella, cuando el cuerpo o el espíritu ha sufrido alguna clase de trabajo purificador. Nada se regala en esta vida. Sólo apreciaciones a vuela pluma. Afirma Cioran que todo trabajo de la razón es huero, y que que el verdadero conocimiento está en otro lugar. Quizás tenga algo de razón, al menos así lo presiento yo esta noche en la soledad de la Serranía de Ronda, rodeado tan sólo de los grillos y de algún mochuelo que ulula en la lejanía. 

 

4 comentarios:

la granota dijo...

ayyyyy

Y esa flor ensangrentada????

Marga Fuentes dijo...

Termino de ponerme al día con el nuevo viaje que has comenzado y que no me había enterado hasta que recibí tus líneas.
Qué fotos, Alberto. Una delicia.
Y este último post me ha encantado con las aventuras que te han tocado vivir.
Te seguiré.
Un beso y que lo sigas disfrutando para poder disfrutarlo nosotros.

Alberto de la Madrid dijo...

Ay, qué sería de la vida sin ese pequeño misterio... acaso que ya ni siquiera es posible deshojar la margarita.
Un saludo

Alberto de la Madrid dijo...

Hola Marga, mi risueña señora, ¿a qué te suena a ti eso de la margarita ensangrentada?