Gernika,
26/03/13
Seis de la mañana. Mi compañero
de habitación no ha dejado de toser toda la noche. Había hecho
sesenta kilómetros en bici bajo la lluvia y el remojo no debió de
sentarle nada bien. Por los grandes ventanales de la habitación se
veía ya el tráfico fluido de la autovía a los pies del albergue.
La hoya que es la ciudad de Bilbao aparecía brumosa y gris,
iluminada de ámbar, el ambiente era pesado, como de echarse a dormir
y no despertar hasta la tarde. No, no llovía.
Atravesé Bilbao de parte a
parte. La visita al Guggenheim habría que dejarla para otra ocasión.
Me temo que estas alturas me está creciendo por dentro un gusanillo
que me pide no demorarme en el camino; Irún está ahí como una
cima a la que tengo que llegar. Me va a ser difícil a estas alturas
tumbarme a tomar el sol y dejar pasar el tiempo con ese Dios dirá
que me salía en tiempos pasados. Por lo demás esta parte del camino
anda escasa de albergues, lo que me obliga a forzar el paso y no
dejar a la suerte la posibilidad del lugar a pernoctar. De cualquier
manera cuando encuentro árboles y caminos en los bosques me entra un
gustirrinín muy especial metido como tengo en la cabeza esa enorme
cantidad de asfalto de estos días. Sucedió hoy. Atravesada la
ciudad enseguida el camino empieza a ganar altura por las laderas del
monte Avril, una respetable subida, que una vez abandonadas las
últimas casas se convierte en praderas y pinares que llegan hasta la
cumbre desde donde se contempla un Bilbao envuelto en la suave
neblina mañanera. Después vuelven a aparecer los colores del bosque
que tanto gustan a mi cámara, esa armonía de colores, troncos
oscuros, el suelo ferroso, la niebla envolviendo el bosque, algún
que otro abedul dando su nota de blancura ajada al conjunto, el
barro, los charcos... y más allá, con una buena ración de sol el
verde lavado por la lluvia y los jaramagos con su pomposo amarillo
sobre los pinos en sombras.
No sabía todavía dónde podría
dormir esta noche, lo fui dejando, no estaba interesado en fijarme
una meta para el día. Además estaba a gusto metido dentro de mi
primera lectura, una novela de Joseph Roth, Leviatán, en la
que me había sumergido a fondo conducido por una prosa y por un
personaje vendedor de corales que me parecía tremendamente
sugestivo. Tal como se desarrollaba la narración y pensando en una
novela larga me preguntaba a cada momento en cómo podría sacar del
cuadro que estaba pintando el señor Roth una trama tras ese
preámbulo tan pintoresco. ¿Cómo se las apaña un autor para una
vez arrancada una historia ir alimentando nuestra curiosidad? En este
caso el vendedor de corales, que lo es de tierras adentro y no ha
visto nunca el mar, termina trabando conocimiento con un marinero; le
apasiona el mar, quiere saber de él, de los peces, del leviatán, de
las profundidades marinas y su pasión llega tan lejos como para
abandonar su negocio y convertirse en otro hombre. Al final su pasión
le lleva a abandonar todo y embarcarse para América. En este viaje
el barco se hunde y todos se ahogan menos el vendedor de corales que
va a parar al fondo del mar, no se sabe si muerto o vivo, aunque se
adivina que lo que hace es retornar a su tierra, la de su corazón. Y
fin. Este Joseph Roth hace trampas, me deja con la miel en los
labios, convierte su cuento en un cuento cortito y sin acabar que
apenas me da para bajar las laderas del monte Avril por levante y
llegar a Lezama. Hay libros que saben a poco, libros en los que uno
presiente que el autor ocupado en cambiar de piso, se enamoró, se le
murió el gato y perdió el hilo de su propio relato que ya no lo
supo continuar. Me sucedió algo parecido con otro libro reciente,
uno de Rosalía de Castro que llevaba el título de Ruinas. Allí
la autora tenía alguna idea interesante y con ella terminó el
libro en vez de tratar de empujar su inspiración para intentar dar
relieve y consistencia a un conjunto de personajes que pedían un
poco de complejidad y una trama más desarrollada. ¿Qué hacer
cuando el autor ha sabido retratar un puñado de personajes, les ha
dado vida, ha montado el escenario? Pues está claro, ponerlos en
movimiento, servirnos una larga historia que satisfaga ese interés
que ha sabido provocar en nosotros.
El desayuno había quedado atrás
hacía un buen rato y me metí en una gasolinera a comprar unos
sandwichs y una bebida. Me senté en un caminillo junto a la
carretera y di cuenta de ello. Al poco rato ya estaba en Lezama. Ni
idea que existiera un pueblo con ese nombre, para mí no había en el
mundo otro Lezama que el cubano Lezama Lima de Paradiso. Si
tuviera que elegir diez de mis escritores favoritos, la prosa
brillante y muchas veces trabajosa de caminar de Lezama Lima estaría
sin ninguna duda en la lista. Una extraña mezcla de inteligencia y
belleza es toda su escritura, amén de ese otro incentivo que corre
por las venas de todos sus libros: la música. A Lezama se llega por
una carretera condenadamente recta y con bastante tráfico; después
el camino vuelve a las lomas, al bucólico paisaje del País Vasco de
los caseríos y casonas de vigas vistas, a las vacas, los caballos,
las zigzagueantes sendas que abrazan por aquí y por allá las
montañas. Era el momento de buscar nuevas lecturas, pero todo lo que
había trasladado desde el portátil estaba ya leído, quedaba sólo
un árido libro sobre sufismo, mas el momento para este tipo de
lectura ya había pasado; es algo que corresponde sólo a la hora que
sigue al alba. Pero recordé que en ipod había algo que había
rechazado, se trataba de la última publicación de Javier Marías,
la trilogía titulada Tu rostro mañana. Miré aquello con
cierto escepticismo. He leído cuatro obras de Javier Marías, dos de
ensayo y dos novelas, y hay algo en este hombre que no me gusta. Uno
siempre tienen la sensación que está trajinando con uno de esos
creidillos que a base de vender libros, aquí o en Alemania, parecen
mirar al personal de a pie como diminutas hormigas frente a las que
es imprescindible hacer alarde de inteligencia y conocimiento.
Algunos artículos de periódicos suyos delatan esa desagradable
faceta suya. Algo que le sucede en grado superlativo a su amigo y
vecino Arturo Pérez Reverte, sólo que Marías me parece mucho más
sensato y bastante menos fútil que el autor ése de los espadachines
metido a remedar con palabras soeces y simples a cualquier personaje
notable de la actualidad.
En
fin, que mientras el camino empezaba a subir más arriba de Lezama
entre los pinares, opté con probar con el primer volumen de la
trilogía, Fiebre y lanza.Y
bueno, parece que seguiré adelante con él. Yo tengo mis manías y
hay autores que se me atragantaron, gente como Cela por ejemplo, pero
ello no quita para que haga de tripas corazón y sepa poner en un
lado mis fobias y en el otro una buena lectura; vamos que mis fobias
no deberían entrometerse en mis gustos literarios. Javier Marías no
obstante está en periodo de rehabilitación en lo que a mis fobias
se refiere. Cuando hace meses rechazó el premio nacional de
literatura escuché algo de sus argumentos y me gustó, estuvo sobrio
y bastante ecuánime. Uno va aprendiendo que si tiene que hacer un
gran esfuerzo para aguantarse a sí mismo, para comprenderse un poco,
lo mismo debería suceder en su consideración con el prójimo. A fin
de cuentas todo lo que se nos resiste, nos jode e incluso nos
solivianta debería estar ahí como sujetos útiles para nuestro
conocimiento y para poner a prueba nuestra madurez y nuestra
capacidad para integrar armónicamente elementos contrapuestos. Sin
el entrenamiento que nos proporciona la realidad, las dificultades,
todo aquello con lo que podemos no estar de acuerdo sería imposible
desarrollar una personalidad armónica. Por ello, acaso, haya que ser
agradecidos con todo el mundo, incluidos nuestros enemigos, como bien
expresaba Camilo José Cela en la dedicatoria de uno de sus libros;
no recuerdo los términos, el libro se lo dedico a mis enemigos,
decía allí.
Pretendí quedarme bastante
antes de Gernika y llamé para ello a un albergue; pero después
cambié de opinión en función de mi lectura. Estaba a gusto
leyendo, el camino era suave y la temperatura ideal, no hacía sol.
Decidí seguir leyendo y pasé tranquilamente por delante del
albergue ya con la idea de terminar en Gernika, pese a que mi
estómago había empezado a rugir de hambre.
Cuando llegué estaba tan mosca
con mi falta de nutrición que me metí en supermercado y me pasé
notablemente. Era totalmente imposible hacer una abundante comida a
las siete de la tarde y una cena igualmente abundante a las nueve. Me
puse como el Quico pero no pasé de ingerir la mitad de lo que había
comprado. Mi jornada laboral se ha hecho en exceso larga. También
Ramón, con quien hablé por teléfono hace un rato tuvo una larga
caminata; sobrepasó el albergue de La Caridad y llegó al de Pinera,
pero éste estaba cerrado cerrado y los teléfonos de contacto mudos.
Es probable que tenga que improvisar un vivac. Ahora Ramón y yo
caminamos por las mismas sendas, sólo que él lo hace con dos
semanas de retraso en relación a mí. Nos mantenemos en contacto.
Me hubiera gustado darme una
vuelta por la Casa de Juntas de Gernika y ver el famoso roble que lo
preside, pero estaba demasiado cansado para ello. Como el Guggenheim,
otra vez será; en esta vida o en alguna de la siguientes
reencarnaciones, siempre que uno no lo haga como rana o como
cualquier otra cosa por el estilo.
1 comentario:
En lo dde Cela y Marias, coincidimos
Lo demas estupendo.
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